Martes, 14 de diciembre de 2010 | Hoy
Por Guillermo Paniaga
Deberías verme aquí, sentado, a los pies del monumento. Fin de agosto, mañana clara, y el calor de primavera. Hay una brisa tan suave que me hiere doblemente por no estar bien así, por seguir herido. Es que estoy un poco cansado de andar gastando días en un hueco que ya no me acepta; de tener miedo, de mirar siempre hacia atrás y ver la larga estela, esas huellas de mis pies, surcos en el aire y en el agua, que de tan extenso parece recta y es un círculo, vos lo sabés.
Deberías verme aquí, como me veo yo, rodeado de este sol, de aquellos colores de verde y río, del aroma del rocío, la letanía de los pájaros ganándole por un palmo a los motores de la avenida. Es que, bueno, he caminado un poco, ahora estoy en la barranca. Desde aquí veo el monumento, gris, blanco sucio, de dónde sale su belleza. No me lo explico.
Deberías verme aquí, yo escribiéndote, mirándome escribir. ¿Por qué me miro en lugar de sólo escribirte? ¿Por qué siempre los dos? Será porque espero sorprender mi gesto cuando por fin te diga esto que no me atrevo.
Deberías estar aquí; entonces yo, tranquilo, con deseos, con fuerzas, con descuido, te diría que anoche soñé con mis manos; quiero decir con mis dedos. Si estuvieras aquí, oirías los acentos y la intención, verías mis expresiones, serías testigo de algo más que sólo palabras. Pero no estás y mi único consuelo es plasmar en el papel lo que deseo contarte, mi sueño, con el riesgo de asustarte, de herirte, de que no comprendas. Exagero, como siempre, ya lo sé. ¿Por qué habría de asustarte un sueño que no es tuyo? Es a mí a quien ha inquietado y por eso te escribo, te cuento, te canso.
Deberías estar aquí, me harías tan feliz; verte a mi lado, contener tus ojos en los míos, un mechón de cabello cruzándote la cara, más obediente a la brisa que a tus inútiles intentos por mantenerlo en su sitio.
Deberías estar aquí, extendiendo de pronto una mano sobre mi frente, comprendiendo mi angustia, siendo mi aliada, consolándome con tus besos.
Deberías, pero no; las cosas nunca son como las quiero, como deberían. Las cosas ocurren sin importarles si las quiero, si las acepto. En el fondo no me queda más que aceptarlas: lo siento como un deber y yo sí debo cumplirlo. ¿Para quién?
Deberías, sí; deberías estar aquí y regresar conmigo a los años de esos chicos que se acercan pateando latas, y chupina, y cigarrillos, amigos para siempre, palabras mentirosas. Deberías, sí, porque a vos también te haría bien revivir esta sorpresa que da la luz de la mañana, ese algo inédito cuando de 9 a 17 la vida se nos pasa volando al otro lado de las ventanas.
Deberías verlo: un color tan brillante, cálido en invierno, primera primavera, el río que brilla como si sólo él yaciera en la lejana imagen de una ciudad vista desde las colinas. Salvo que en lugar de amarillos sobre negros, aquél blanco repentino.
Deberías estar aquí para pellizcarme el brazo y recriminarme esa tontería de las películas, la cajuela del coche, la cerveza en la nevera, luces desde la colina... Deberías, pero no. Y en verdad, aunque estuvieras, nada harías porque a vos también te gustan esas tonterías.
Deberías.
Pero lo que es, lo único que es, lo que hay, que veo, que sé: tu ausencia... Y mi sueño... Y mis miedos... Y la culpa.
Es la brisa, otra vez, ensañada con mi página a falta de tus cabellos. Es una hormiguita roja que invade mi lazo de tinta y que aplasto casi sin pensarlo, y que enchastra el blanco de la hoja ya nunca más inmaculado. No importa, quedará la mancha, ella será testigo y fe de todo cuanto digo. No importa, son sólo manchas; qué de real le harían a una hoja si a mi conciencia no la matan; sólo la torturan: no les conviene que muera. Si yo muero, ellas mueren conmigo.
Es también un cigarrillo (en esto también la brisa se ensaña conmigo) que enciendo y es el quinto. Boca seca, empastada, y yo sin chicles, caramelos de mentol. Es la tinta negra y es mi letra primero compacta y ahora liberada, gastando espacios, dejando blancos no tan blancos, tantos blancos. Es la frase que se empeña en circunloquios (¿O es mi mente? ¿O es mi mano?) para no llegar al punto, la razón por la cual te escribo.
Es esta pausa, levantar los ojos de la página, aspirar el humo, ver el sol, verlo una vez más. Y el río. El mismo sol, el mismo río, le guste o no al griego del fuego fundamental.
Es esto, regresar a vos, buscarte y escribirte, porque anoche soñé con manos; quiero decir con dedos. Mis dedos. Se habían inflado como berenjenas, los vieras. Desperté asustado; busqué ese libro que vos sabés, ese que me avergüenza: el diccionario de lo simbólico y profético que guardan los sueños. Y leí que los dedos representan a los parientes, la familia, los amigos, y que verlos deformados significa enfermedad. De los parientes, la familia, los amigos, se entiende. Una tontería, ya lo sé, pero que querés con tanta angustia. Eran manos, eran dedos, y vos ahí, tan cerca, en mi sueño, con tu cuello entre mis manos, entre mis dedos.
Deberías estar aquí, me siento tan solo entre tanta ciudad. Ahora, aquí, a los pies del monumento, tan cerquita del río (deberías verme). Pero también en la calle que desando, las del centro, las del barrio, en la arena vespertina de melancolía y otoño en La Florida.
Deberías, pero no estás. Y ha pasado tanto tiempo. Dicen que soy joven, pero yo, cómo decirte: no sólo es mi piel arrugándose, resecándose, o mi calvicie ganando terreno; no es sólo un dolor en la cintura, en los pies, en los riñones; es más que eso: es la sequedad de mis ojos, el gesto adusto, la tristeza, telarañas en el alma, un botón que no funciona, algo falla si es que soy joven. Y yo sin repuestos (ya no se fabrican); y la garantía que ha expirado.
Quizá no. Quizá no deberías estar aquí; te asustaría el personaje que inventé para mis días. Este soy yo, el que sueña dedos y te escribe, porque vos ahí tan cerca, con tu cuello entre mis manos, porque la angustia... porque excusa para venir al río, fumar y escribirte mientras me miro escribir que deberías estar aquí, y verme, aquí, sentado...
PD: Verás, amor, que mi letra ha variado un poco; ya no dibujo formas imprecisas, aristas violentas, sílabas fragmentadas. Es una tontería pensar que de este modo comprenderás mejor mis palabras. Es decir: podrás leerlas, notarás que son redondas, que las a tienen sus dos brazos, que las o llevan su rulo, que a todas las i he puesto su punto, que los tildes son pronunciados, que las horizontales cortan donde deben y entonces las t asemejan t, que las m amontonan tres lomitos en lugar de dos y uno en veremos (el primero), que las g, las j y las z cargan con su correspondientes panzas, así como las q (pero en ellas a la derecha); que ya no hago esas d tan gordas y esas l tan solitarias... Me tomo el tiempo que haga falta para dibujar perfecta mi letra, y todo para que leas la misma vida que te ha dolido, y que nos ha distanciado... ¿Es una tontería pensar que de este modo entenderás mis palabras? Sería mejor que te contara cosas agradables, supongo, ahora que descifrarás mi letra.
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