Martes, 10 de mayo de 2011 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Estoy harto de que me manoseen la sintaxis. Que si el Señor la puso ahí, en la punta de la lengua, donde se aposenta la ostia antes del lavado de capitales pecados, por algo será. No olvidamos que esa magullada sintaxis ha dejado de ser castellana o española para ser ¡argentina, carajo!, igual que nuestros ilustres representantes nacionales: el dulce de leche, la birome, los piquetes y el gordito ése que jugaba bastante bien al fútbol cuyo nombre nunca recuerdo. Quién no distinguiría a un espécimen argento en un bar de Finlandia, si el tipo, en un ataque de nostalgia de macho holando argentino, le dice al mozo de turno: "Dame la ginebra del estribo, che, para irme al catre con algo entre pecho y espalda que no sea el recuerdo de esa turra".
Yendo al diccionario encontraríamos que la sintaxis tiene que ver con la forma en que uno organiza las frases para hablar, sea en una pelea entre marido y mujer, en un regateo con el verdulero, o al mandar al nene a dormir. La sintaxis es lo que le permite a un veterano levantarse a una piba joven y pipona, sea apelando a poemas de amor, a relatos de épicas antiguas o a descuidadas menciones al color de su Ferrari. La sintaxis es el territorio de la oración, administrador de la lengua, arquitecto del idioma. Estoy tentado y lo digo: la sintaxis lo es todo, vea usted. Si uno habla como un mono, es muy probable que esté cerca de serlo; y si no lo es, seguro que lo parece, así como que el que dice "el occiso es un femenino", es un policía, clavado.
Es tan importante la sintaxis, tan determinante, tan desnudante de la personalidad, educación y estado emocional del que la esgrime, que el escritor norteamericano y teórico de la escritura John Gardner sugiere que a un novelista le conviene estar casado para que alguien llene la olla en tiempo de vacas flacas, pero que eso no le tiene que dar culpa, porque "se le va a notar en la sintaxis" de su escritura.
A mí me parece que, como tantas otras cosas, antes era más fácil. Hace un par de décadas, nomás, uno sabía que los pobres eran más burros que los ricos y que hablaban peor. Y entre los ricos y los pobres, estaba la clase media que, con sus pretensiones de "mi hijo el doctor", intentaba no parecerse a los pobres y burros (que solían ser negros, además) sin que la confundieran con los ricos y no burros, aunque esta posibilidad era imposible porque a ese olimpo no se llega hablando bien sino teniendo plata.
Ahora es más confuso. Ahí anda Macri, rey de la primavera de Barrio Norte, ingeniero al que le salen torcidos los túneles para desagotar la lluvia, ejemplar vivo, puro por cruza de rico con rica, de lo que antes se reconocía fácil como rico y no burro, pero que usa la sintaxis como la mona y el mono juntos, tanto que podría decirse que no es sintaxis sino cualquier porquería. Pero sí, es sintaxis, pero sintaxis de pobre y burro en boca de un rico. Tal vea sea todo culpa de la globalización, que nos enseñó que si una mariposa aletea en India, tiemblan los mercados en Curuzú Cuatiá, definición muy creativa pero que de ninguna manera aclara por qué Macri habla como habla.
Va una de mis teorías predilectas. Si usted tiene la idea que puede cambiar el mundo y la transmite mal porque su sintaxis es pobre, entonces haga de cuenta que esa idea nunca existió. Imagínese en una mesa con los líderes mundiales, usted tiene la palabra y lo que tiene para decir es de la ostia; pero, cuando abre la boca lo dice como Macri dice lo que dice, que no se sabe bien qué es ni para qué sirve. Por ahí Macri tiene grandes ideas, pero como las transmite con una sintaxis más de Twitter que de la Real Academia Española, nunca sabremos lo que realmente piensa y qué acuna en su generoso corazón. Yo tengo otra teoría (como para casi todas las cosas; es un vicio): los problemas de sintaxis se solucionan leyendo un par de libros al año. Más fácil imposible. Y no es necesario leer a Borges; con Harry Potter bastaría.
Hay algo de Macri que me divierte especialmente. Es cuando usa el plural al divino botón. "Tengo las experiencias" (por la experiencia), "los saberes" (por el saber), y cosas así. ¿Lo hace para duplicar la idea, que de por sí es flacona? ¿Lo hace porque cree que decir "abandonar las crispaciones" vendría a ser más atractivo que abandonar la crispación? ¿Tiene un frenillo díscolo? Y luego están las frases de "lugar común", las que Macri (y otros, para ser honestos) dicen como para demostrar que están en posesión de una verdad, las del estilo "poner fin a las antinomias", "una Argentina para todos".
Eso lo aclara bien John Gardner: "Todos adoptamos máscaras lingüísticas (hábitos verbales) con las que enfrentamos al mundo (...) y una de las máscaras más eficaces que se conocen, al menos para enfrentarse a situaciones problemáticas, es la máscara del optimismo ingenuo (...) El uso de determinado tipo de lenguaje influye de tal modo en los procesos psicológicos que a quien lo emplea le resulta difícil comprender que dicho lenguaje distorsiona la realidad y le parece que los otros -en este caso quienes ven las cosas con mayor cautela o ironía- están ciegos". Tomá mate. O sea, digo yo traduciendo al argentino: es el caso del que se quiere hacer el que la tiene clara pero minga, en lugar de hacérsela creer a los otros se la creyó él. Esto no es especialmente nocivo si uno usa ese "optimismo ingenuo" para levantarse una mina; ¿pero basta para construir un discurso que apunte a la toma de poder?
Me pregunto a cuánta gente, a la hora de elegir a sus líderes, le preocupa cómo habla. Me lo pregunto porque yo soy de los que creen que el que habla mal piensa mal o tiene las ideas mezcladas. Quizá es una exageración, pero también lo es hablar en plural cuando se debería hacer en singular o decir problemática en lugar de problema (ese ejemplo usaba Bioy Casares; yo lo repito). ¿Se imagina a Sarlo, Abraham, Lanata o Sebreli, por ejemplo, gente que usa una sintaxis de exposición, votando por Macri, un tipo que para juntar un sujeto, un verbo y un predicado tiene más problemas que Falcione para juntar un wing, un nueve y un volante que la metan? ¿Puede un intelectual votar a alguien a quien no respeta intelectualmente? ¡Ahá!
En esta época plagada de novedades políticas, cuando asistimos por primera vez a un conflicto de poderes de los poderes, los reales y los que lo parecen, los económicos y los políticos (lo que nos permite a nosotros entender qué categoría de títeres somos y ante qué deberíamos revelarnos en caso de que nos dé el cuero), hay una novedad más: por primera vez un gobierno se encuentra ante la situación de que para neutralizar a sus adversarios, en lugar de quitarles espacio mediático, debería creárselos; es decir aprovechar la ley de medios para fundar TV Carrió y Radio Macri, una radio donde el niño rico de la sintaxis pobre hable 24 horas al día, porque más habla, más deja al desnudo su pelea con la lengua y por lo tanto su pelea con las ideas. Porque uno es esclavo de sus propias palabras, o sea: uno es esclavo de su propia sintaxis; ¿quedó claro, fierita?
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