Viernes, 26 de mayo de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez
Pasa fino el Paraná dejando olas tartamudas en las pocas orillas del centro. Con sus derechos de Sauce prometido y escrituras perdidas sobre la propiedad de cada Boga. Es un concurso permanente para pescarlo infraganti, pero pasa, pasa, casado con la arcilla, enorme, tragador, dando clases de lo que significa ser gigante. Entra en mí. Se mezcla con mis ríos de sangre que transportan tanta verdad como él.
Pinchan los espinillos y no lo sobresaltan, afectan su humildad, hacen una poesía impostergable y se vuelven (río y planta) miembros de la familia.
El río ha tenido tiempo de estrangular angustia, verlo resulta mucho, se va el dolor en sus precipicios de analgésico espontáneo. Es un jarabe matriculado por la noche.
Un Paraná portador pasa con mayúscula chorreada y envidia marina, infectando algún amor, dando luz a otro. Me dicta sin interrupción su ortografía pluvial. Que escribe pero canta.
Transita por los clubes de pesca, la rivera es donante presunta. Sinfónica. Sólo. El Paraná está solo en un hogar de huérfano de cielo y barro, navegando hasta tocar fondo, venciéndose a sí mismo con afluentes de gracia y un ir inexacto hacia toda y ninguna parte.
Proponemos los brazos y las curvas, los ataques de arsénico y residuos, él recibe igual y así sucede su vida en el calabozo de la cuenca. A veces viene una victoria de emociones desde muy arriba.
Es lo contrario de la asfixia, si se lo observa bien el oxígeno comienza a verse, ofrece corredores, salidas, sus vestíbulos de húmeda Pichincha permite alegrías giratorias y pasajes con vuelos lejanísimos.
Dobla, trae desgracia, presiente, sube desde los pies hasta lo quieto, escribe con nuestras lapiceras, deja sentado que tiene a la ciudad en adicción.
Lleva la soja para despistar su propio enigma, es un varón entusiasmado que descubrió muy pocas posibilidades de morir.
Corre joven, siempre así; pasajeros, nadadores, ahogados, obreros, mentiras.
Las lleva. Se las lleva el río.
Náufraga, me siento en los bancos de cemento de Dorrego al cero y una sudestada especial lo vuelve hermano. La gloria de un hermano. Un hermano es la gloria. Otras veces mezcla camalotes con porvenir.
Es agua grande sin faros, cuajada de adjetivos y desechos industriales; tiran, todos tiran del río completo. Río involuntario.
Es el rival del verano, la pista del invierno, puede fluir y arder, encubrir amenazas en una red.
Pasa fino, brota en una hemoptisis de barro. Permite juego y Yarará, Banco Bisel, comercio y el intolerable peso del ser viene además en su salsa de Dorado. Suspensión permanente, levantamiento de humus que elabora su inalcanzable transparencia.
Tabique entre Rosario y el descampado verde herido y en derrota por la civilización que apuesta más a las acciones de la Bolsa que a la tierra.
Pasa fino cerca de nuestras pesadillas, a pocas cuadras.
Deja beber profundidad pero en definitivas somos concubinos.
Diluye polvo deliberante, pelea menor. Se dirige largo hacia Buenos Aires, demora más que el Chevallier.
Idolo amplio desgastado de tanto ponerle sellos a la ciudad.
Dulce. Frutal. Espeso.
U otras palabras.
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