Lunes, 29 de mayo de 2006 | Hoy
Por Sonia Catela
Con su gesto habitual de acogida al visitante, palmaditas en la espalda, y la abierta sonrisa que ha cobijado a millones (quién le quita lo bailado aunque la orquesta cambie de director y al general le chingue el rango ahora que no le quedan tropas o balcones donde asomarse y ser vitoreado durante un breve, glorioso instante de ovación y amor), te invita a acomodarte en el sofá. El general sirve un par de whiskies, confiado; la historia ya está escrita, él la escribió con gestas, arrojos y retos, con actos que arrojan números, victorias, ocupaciones, "los hicimos temblar", y vuelve a llenar la copa, "desafié al mundo, ¿sabe?" luego pluraliza, "desafiamos al mundo, la puta" le doy la razón y sorbo esa bebida que detesto, y aunque se le escapa un eructo del que no se disculpa, la historia escrita por él dirá lo que su boca rubia repite con cortes y disgresiones, "qué carajo importa que algunos de nuestros aliados no hayan estado a la altura de las circunstancias, somos argentinos y machos, nos la bancamos", "hasta el trago final, general", pero se necesita poner en signos negros sobre papel blanco el relato del curso de los acontecimientos, materializar la hombrada, y para eso estoy yo; bebe y dormita, se ausenta, vuelve, "¿o no sacamos esa corajeada de la galera, y dejamos atónito al planeta? el mundo es ancho pero no le arrugamos; lo hicimos a punta de agallas; puta, hasta dónde nos dio el cuero", "cierto, general", saco la libreta, un grabador, "puede comenzar" digo, "¿o no nos plantamos frente al mismo corazón del imperialismo?", "pero no usaríamos ese término, `imperialismo', verdad general"?, "no, carajo, pero usted me entiende, hacerles contar doscientas bajas, decenas de lances ganados", "como usted diga, general", "busque en la prensa, en el New York Times, les torcimos el puño", los ojos le dan una tumba carnera, blancos como huevos duros, "dos más dos son cuatro, ¿o no?" farfulla y se arremanga la camisa de combate, "cuatro, general, "¿dónde estaba usted el 2 de abril?", "en la plaza, general", "entonces, sabe bien de qué hablo", "perfectamente", ronca por unos minutos, la esposa se asoma, con discreción recoge los vasos, le saca el que se le vuelca en la mano laxa, acerca otros limpios, limón, hielo, "un héroe" comenta con su leng_ita de rata, "un patriota". Asiento. El general dormita una media hora, se incorpora, se refriega la bragueta, "y usted qué carajo hace aquí", "soy el periodista de æCrónicaÆ, general", se seca la saliva, recompuesto, "sabe, me joden los que le meten paja al trigo, fíjese", y echa a andar la película que repite al infinito, que lo legitima, la plaza viva, las voces que en cada boca celebran, él, cayéndose del balcón sobre su gloria, "ésta es mi verdad" decreta el general, hamacado por las consignas y las aclamaciones. Cabeceo afirmativamente. Lagrimea.
Como todas las semanas, repito la misma entrevista, los jueves de 17 a 18. Grabo, tomo notas, formulo preguntas que se repiten y él no cuestiona. Se le dice que hoy para La Nación de Bogotá, mañana para El Universal de Quito, El Hoy de Lima. Su mujer se encarga de los simulacros que no demandan demasiadas afinaciones. Garabateo la historia que regurgita, hipa, eructa, de la que jamás pide una copia. "Les rompimos el culo a los ingleses", ciertamente, general. El general ronca, vaso en mano, "aplauda, carajo", sigue en el balcón. "Pero ¿quién es usted?". "El periodista". "Ah, usted. Otra vez usted. El mismo de siempre". Me fusila con el índice, como si supiera, como si me viera, repetido semanalmente; un escalofrío viborea en mi espinazo, pero se desentiende, "si yo hablara", "hable, general"; le sigo la corriente. Cinco y media. "Si se supiera cómo se decidió, cómo fueron las horas previas, las conversaciones, los pactos, quiénes intervinieron ¡quiénes! y las palomitas que avalaron" se le enciende la atención, como si se hallara realmente aquí, "cuántas estanterías se vendrían abajo. Entérese (se ríe) a la historia no la escriben los que ganan, no la escribe nadie", farfulla: "queda" y gesto de labios cerrados, malignos, "aquí, bien adentro; embuchada" y se aprieta la boca hasta arrugarla como un carozo seco, venenoso; ya no escucha, se sueña. Sobre la pared, en la pantalla, la multitud vitorea "Malvinas, Malvinas". Los diez diez minutos que faltan para las seis se hacen interminables. Como todas las semanas. "No se escribe" farfulla con los ojos cerrados y se manotea la bragueta, "para afuera no; aquí" y frunce la jeta, una ametralladora que con lentitud oscila, busca su blanco y apunta. "Ah... Usted. Siempre usted". Me apunta: "Hasta el jueves ¿verdad?". Dispara.
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