rosario

Lunes, 15 de julio de 2013

CONTRATAPA

La promesa de vivir

 Por Marina Maggi y Pablo Serr

X

Invisibles cascadas, paraíso en letargo: las rocas son los pies del universo. Y cuando beso el agua, beso también tus hombros descarnados por esta luz terrestre que te ausenta. Morir así, sin sed, es triste sal oculta; llanura de la culpa si se muere sin viento. Algo en tu cuerpo exiguo me canta primaveras. Es un dolor hermoso que camino cantando (donde huye el camino, una gota de sangre, diamante de tu olvido y miel, hermosa juventud extraviada en limosnas). Es el paisaje intenso, impenetrable, de la noche pasando como un tren de jazmines, del viento avasallando las copas de los árboles. Los días inundados de mi tiempo, aguas sacramentales que soñé en vos descalzo, potrillo iluminado de los mares, acuarelas ecuestres desnudando los cerros. Versículo sin pan, piedad calamitosa, mirá este rostro anclado de mi animal profeta: es mi infinito idiota perdido por tu frente. Y caminé despacio hasta tu muerte reposando y dije:

-Amor, ésta es tu luz. Amor, ésta es tu sombra.

XI

Él cabecea, se está quedando dormido. Ya pasó la medianoche, la hora del milagro está lejos. Si ella abre sus ojos y lo ve, inmediatamente los cierra, porque no quiere verlo. Se asfixia, quisiera no tener que sentir el contacto de las sábanas. A través de la ventana, escucha los ecos de su insomnio vagando por el campo. Entre luces despobladas, se ve a sí misma en la esperanza aciaga de una sombra sin mitad. En el corazón, cada espejismo hace nido y se queda. Las ratas van a dar las buenas noches a sus muertos.

¡Violar la sed con fuego! ¡Violar la sed con fuego!

Más adentro de mi sombra, ni mis propios silencios ni mis muchos temores se salvan de existir. Salto ese reflejo empantanado de luna que hay dormido en mí. Me arrastro. ¿Se escucha desde afuera? Me arrastro para jugar su juego: la enfermedad es una niña extendida leve por el aire, tóxica, empecinada. Igual que una espina pero mucho más sangrienta. Él duerme. Sabe tan poco. Sólo le queda nuestra juventud, algo de aquella miel que lentamente nos fue traicionando. Te podrás imaginar ya cuán larga ha sido mi agonía, sin romperse.

XII

Piezas separadas. Rincones y arañas. Las sábanas roen el cuerpo. El cielo sangra y en su sangre azul el aire es lava. Detrás de los muebles, más rincones, más almas. Él cierra los ojos: Aquel oro roto en la oscuridad es nuestro amor, el mismo amor de siempre. La luz se escapa del mundo por nuestra ventana en una especie de risa convulsiva: inclinate y besá sus aguas, abrazate fuerte al turbado temblor que nos aturde.

Si uno no quiere saber qué son exactamente, las uñas de los gorriones sobre el techo de chapa son como pequeños cuchillos afilándose.

Rebuscando en la sombra con manos trémulas, su mujer le ofrece un confite de indecible ternura a la tristeza arbolada. Se piensa en otro lugar, tal vez la playa. Pero algo esquivo la hace retroceder y se remueve brutalmente, se rasca la cabeza, siente un odio estúpido, incomprensible, hacia la luz alegre entrando por la ventana. Son los pasos torpes de la enfermedad, bailarina que a veces anda en puntillas por la habitación y otras hace sus giros bruscos muy cerca de donde ella, incinerada de dolor, se adormece apenas en ese campo extenso que son sus brazos y sus piernas, quietas por un rato y luego para siempre.

Por esos mismos caminos hubiera andado cualquier enamorado en busca de su amor.

XIII

Pero de pronto otra vez la vida; afuera otra vez la vida, las horas, los días. Pero nunca serán suficientes, ni tampoco tan familiares.

Tanto morirse y la salvación. No se sentía bien y ahora hay viento, viento sin palabras, sin presión. Lo que por algún tiempo no supo nadie: hacia el altar fulgente va el gentío y puede vérselos salir dejando atrás los tañidos incontables.

-Esta casa debería estar en venta, se cae a pedazos por la noche.

Una convalecencia errante que no cura, una locura estéril que no alcanza. El asombro de la sombra una tarde; el libro abierto, húmedo, sobre la cama. Hay un círculo astuto que les duele sin verbo, una ansiedad sin habla que habita sus permanentes encierros como un vacío que canta. Suavemente musical, qué quieta la agonía. Olvido doloroso, fragilidad en llamas. Un cuerpo sin heridas, dos hombros sin memoria, la sonrisa de exilio, la risa de añoranza.

Es la vida quien miente, no el sueño. El sueño nos habla de la infancia, del amor, de la muerte. ¿Qué ultraje, qué pureza salvará sus ansias de belleza rebelde? ¿Qué inhumano lenguaje, qué palabra manchada cantará en el corazón su enquistado rostro perdido?

En el exilio fugaz de un cuerpo que se duerme, su amor viejo agoniza de pureza y de alba.

-Pero creo yo también... perfectamente creo en la noche.

XIV

Recostada en la cama, su cabeza sostenida por la almohada, observa el entretejido de madera que vela culposo por sus años. Como una gasa inmóvil, su palidez no tiene dónde posarse. Afuera, la danza indómita del viento comienza nuevamente. Ella ya no cree en su música. Hubiera sido conveniente derrumbar de un soplido los famélicos muros y ocultarse en la abierta llaga supurante del día, sin canto, sin noción del tiempo. Deambulan cándidamente, lívidos y expectantes, su juventud sin sosiego y el aroma salvaje, sacramental, de los árboles. Cuando les llegue la verdadera vejez a esos campos, un viento de otoño igual a éste, como una sangre ligera bautizará en círculos parsimoniosos su vibrante extensión, virgen al fin.

Íntima, la rosa se inclina y besa sus hojas: las hojas, como la rompiente, se elevan.

Consciente del atraso, él mira su reloj, acerca su oído para oír mejor el grave balanceo que de segundo a segundo mece livianamente la barca fiel de un gesto en las aguas que inundan el rostro de su padre. Mientras, ella revuelve la sopa; prueba una cucharada.

-Quiero morirme con vos. Quiero que nos vayamos juntos.

- ¿Irnos a dónde?

-No importa. No quiero saber.

-No. Nos quedamos acá. Juntos.

Toma impulso de la rama partida. Riega su sombra en flores del futuro. Más allá de sus huellas no hay camino; tampoco novedad en este río. Ya es parte del silencio de sus vidas el extasiado canto de aquel pájaro inmolado; y no hoy, sino otro día, es el presente.

El temblor del cuerpo cubrió su fosa con sus propios pétalos pisoteados.

Sin cauce, sobre el vergel se derrama el evidente brillo vencedor del anillo que hasta el fin los contuvo. Abandona la carne en el hielo del ángel. Toca la espalda invisible del silencio. Es la memoria del después, dulce cicuta de su segunda inocencia. Reconoce sus manos, pájaros repentinos. La vida dicha como si fuera un cristal hecha añicos. El amor... ¿Qué sentido puede tener hablar de amor? Tal vez sea todo luz lo que fluye y rehúye amando la nostalgia tenebrosa de estas horas.

Es sólo sobre la flor blanca el ay de la sombra, la promesa de vivir.

XV

Él tararea la música que más le gusta. Se mueve de un lugar a otro, haciendo sus quehaceres, riendo por lo bajo. Como si fuera la cosa más simple del mundo, se sigue viviendo a pesar de.

El sol le alcanza la frente, su calor orgulloso penetra la piel y prolonga la mirada hacia un mañana fenecido. Debería generar sombra la tanta luz. Es la ansiedad callada del pleno mediodía luego de la misa matinal y secreta. En inminente caída, el rodar sagrado del fuego.

Ya había caído la tarde. Ella trabajaba en el fondo, arreglando la huerta. El cielo se preparaba para el estallido de la tormenta. Alberto entró por la puerta delantera y se apuró a cerrar las ventanas de la cocina. Se desató un fuerte viento. Él fue a avisarle a su mujer que entrase a la casa. Ella insistió en cubrir la huerta para salvarla de la tempestad. Él le dijo que no había tiempo. Ella hizo un gesto desentendiéndose y siguió acomodando el plástico y atando sogas. Él entró en la casa y cerró la ventana de la habitación. De lo que pude ofrecerte, siempre elegiste lo que no podía darte. Ella lo llamó para pedirle ayuda. Él volvió a salir y acudió a sujetar uno de los extremos del cobertor. La tormenta ya había comenzado. De repente, la ventana lateral se cerró con violencia y sus vidrios se destrozaron. Elsa pegó un grito. Ambos corrieron adentro, para cerrar el resto de las ventanas.

-De volvernos a ver, nos volveremos a ver. En un lugar como éste, en un lugar tan nuestro.

-Ya siento una canción trenzando los caminos, nos veo peregrinos del rocío crepitante.

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Imagen: Gentileza Gualberto García.
 
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