Miércoles, 14 de junio de 2006 | Hoy
CONTRATAPA › HOY SE CUMPLEN 20 AÑOS DE SU MUERTE
Por Gary Vila Ortiz
La lectura de su obra no deja lugar a dudas: Borges fue alguien que estuvo permanentemente enamorado. "Entre mi amor y yo han de levantarse/ trescientas noches como trescientas paredes/ y el mar será una magia entre nosotros.... Como quien vuelve ade una pradera yo volví de tu abrazo./ Como quien sale de un país de espaldas volví de tu sollozado querer.... Paso con la lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.... Empujaré la puerta cancel que es de hierro y patio/ y habrá una clara niña, ya mi novia, en la sala,/ y los dos callaremos, trémulos como llamas,/ y la dicha presente se aquietará en pasada. Pienso en esa compañera/ que me esperaba y que tal vez me espera. Tu voz a la que deberíamos creerle todo,/ es el sonido de la pasión del amor/ ¡ay de nosotros que la hemos escuchado sin merecerla/ y de tu voz que sabe más que tu vida... Tu vida pacta con la muerte;/ toda felicidad, con solo existir, te es adversa. Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; estoy/ tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota". Ya no es mágico el mundo. Te han dejado./ Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines (...) Adios las mutuas manos y las sienes/ que acercaba el amor/ Hoy sólo tienen la fiel memoria y los desiertos días...". Citamos arbitrariamente. Tal vez citas menos conocidas. Al revisar su obra poética el amor, tal cual lo experimentaba Borges, es una constante. No sólo en la poesía. En sus narraciones el tema es recurrente. En esos relatos excepcionales como El Aleph o El Zahir, La casa de Asterión o aquel inicial Hombre de la esquina rosada, el tema del amor lo persigue. Algunas de las mujeres que han dictado esas páginas no eran totalmente un misterio, pero las conjeturas superaban largamente las certidumbres. Los nombres, cuando los había, eran más motivo de una tradición oral, a veces de chismografía barata, que de seriedad en la investigación de una vida en la cual los amores debían tener algo de misterioso. Con las excepciones de su madre, que fue la mujer alrededor de la cual gira gran parte de su vida (la madre murió a los 99 años cuando Borges ya tenía 76), de Elsa Astete, de María Kodama y de Estela Canto por confesión propia, los otros nombres se conocían, no todos, pero sí algunos, y eso no importaba para la valoración de su formidable obra literaria. Ocurre que ahora hay quien prácticamente al escribir Borges, una vida, supone que el catálogo de mujeres que estuvieron presentes en la vida de Borges (aunque no siempre para amarlo) es necesario para conocerlo mejor. En rigor, no lo es.
Esto parece ser, al menos, la opinión de Edwin Williamson, autor del libro mencionado, que en su amplia biografía (contando los índices y las notas tiene 640 páginas), el libro pone el acento en lo que podríamos denominar el catálogo de las mujeres en la vida de Borges, si bien faltan algunas, lo que no debe llamarnos demasiado la atención. Es cierto que en los tiempos de la esritura tanto de El aleph como de El zahir, Borges padecía de insomnio, angustia, recuerdos acaso enloquecedores. Williamson atribuye todo esto a los amores no correspondidos, o correspondidos solamente a medias de Norah Lange, para nombrar a la mujer que habita la mayor cantidad de páginas del libro, o a Estela Canto la autora de Borges a contraluz, en donde narra sus relaciones con Borges. Puede ser que la influencia del amor que no se logró haya atribulado al autor, pero en los dos relatos ese hecho no deja de ser anecdótico. Hacia los cuarenta Borges tiene amistad (que en muchos casos Williamson sostiene eran amistades amorosas) con una buena cantidad de mujeres hermosas. Las enumera el autor de esta vida a que nos referimos; Sara Diehl de Moreno Hueyo, Ulrike von Külmann, Emma Risso Platero, Martha Mosquera Eastman, Cecilia Ingenieros, Wally Zenner, Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich, Delia Ingenieros, Esther Zemborain de Torres Duggan, entre otras. Son nombres conocidos por los lectores borgianos, pues con algunas de ellas escribió libros en colaboración y a otras se encuentran dedicadas algunas de sus obras. Una vez hecha esta primera enumeración, Williamson cita a Silvina Ocampo que hablando de las "inclinaciones amorosas" del íntimo amigo de su marido, Adolfo Bioy Casares, decía: "Borges tiene un corazón de alcaucil. Ama a las mujeres hermosas. En especial si son feas porque entonces puede inventarles la cara con mayor comodidad". Cuando Silvina escribe estas líneas Borges ya estaba prácticamente ciego, por lo cual esa invención de cómo eran las presuntas amadas era imprescindible. Williamson sostiene que Borges se enamoraba de todas aquellas mujeres que, con pocas excepciones, eran inaceptables para su madre. Pero habría que aclarar que para la mdre todo aquel que quería aproximarse a Borges no era visto con buena cara. Es justamente en el mismo capítulo, en el cual Williamson quiere encontrar a la mujer que seguiría a su ruptura con Estela Canto, donde supone, creo que sin fundamento alguno, que El acercamiento de Almotásim es una "frustrada novela autobiográfica" que no es de ninguna manera un relato frustrado, mucho menos un intento de novela y no tiene nada de autobiográfico. A menos, que se entienda que la obra de todos los escritores son, en último sentido, parte de una autobiografía consciente o no. También allí Williamson intenta una explicación de Emma Zunz que resulta un tanto estrafalaria o demasiado sofisticada.
Hemos enumerado algunas de las mujeres que cuentan para la historia de Borges según Williamson. Hay otras. Las experiencias en Ginebra, ciudad en la cual las mujeres, dice el biógrafo, eran excepcionalmente feas y apestaban intensamente, Borges tiene un enamoramiento con una checa, Adrienne y con una suiza, Emilie, con la cual parece que tuvo un vigoroso contrato sexual, si bien el mismo Williamson nos habla de que es en un burdel al que lo lleva su padre, un burdel de la place de Bourg-de-Four, donde el muchacho se inicia en los asuntos del sexo. Pero al mismo tiempo dice que lo que pasó allí fue realmente lamentable. El catálogo se aumenta con la presencia de Concepción Guerrero, las hermanas Lange, Haydée y Norah (esta última es la que, se nos dice, produce en Borges una larga y triste obsesión), Elsa Astete (mujer de tres actos: uno en 1929, otro en 1944 y el tercero, con su casamiento, que dura de septiembre de 1967 hasta octubre del 70); la lista se continúa con Estela Canto, Cecilia Ingenieros y Margot Guerrero. María Kodama es la mujer de los últimos años de su vida. La conocía desde hacía más de diez años, pero recién se casará con ella, por poder, en Paraguay en 1986, el año que Borges morirá, en junio, a los 87 años.
En la biografía literaria que Rodríguez Monegal hizo de Borges, el autor recuerda que a Borges no le complacían tales tipo de obra y que era reticente en lo que hacía a lo autobiográfico. Es decir que Rodríguez Monegal prácticamente no habla de los datos biográficos habituales sino de los textos borgianos. Rodríguez Monegal recuerda que Borges, al comentar una biografía de Edgar Allan Poe hizo la siguiente observación: "Setecientas páginas en octavo tiene cierta vida de Poe; el autor, fascinado por los cambios de domicilio, apenas logra rescatar un paréntesis para el Maelstrom y para la cosmogonía de Eureka".
Es sencillo que sin llegar a extremos como el del libro sobre Poe, la vida de Borges por Williamson se encuentra en las antípodas de lo que hizo Rodríguez Monegal. Eso aún cuando el autor inglés intenta relacionar a las mujeres en la vida de Borges con muchas de sus obras. Hay dos biografías que me parece interesante leer y compararlas con la de Williamson. La de Rimbaud realizada por Henry Miller (El tiempo de los asesinos) y la de George Painter sobre Marcel Proust.
En la mayor parte de los casos se trata más de conjeturas que de certidumbres. La palabra que Williamson utiliza para la vida amorosa de Borges es "affaire", una palabra que en algún momento estuvo de moda en ciertos grupos sociales en un tono eufemístico. Literalmente un "affaire" implica algo escandoloso, algo que no tuvo lugar en la vida de Borges.
Tuve la suerte de poder estar con Borges un par de veces por año desde 1964 hasta 1984. En alguna de esas ocasiones conocí a cinco de las mujeres que estuvieron cerca suyo por diversas razones. A la madre en tres ocasiones. La primera en 1964 cuando se mostraba sumamente molesta porque había ido a entrevistar a su hijo. Sólo tres personas estábamos en uno de los salones del hotel Italia, ya que por aquel entonces Borges era famoso internacionalmente pero no un producto de consumo popular. La madre insistía, en inglés, que le dijera que me fuera. Pensaba que un periodista del interior no podía conocer tal idioma. Borges no le llevaba el apunte y contestaba a mis preguntas. Otra de las veces estuvo junto a Elsa Astete en la Bolsa de Comercio, en donde la flamante mujer de Borges cantó una de las milongas con la letra de Borges; lo hizo a capella y en la cara de Borges se trasuntaba emoción. Con María Kodama lo vi en el mismo hotel. Los periodistas éramos más en este caso y ella, desde lejos, observaba a quienes conversaban con Borges. Alicia Jurado estuvo en Rosario con José Edmundo Clemente con motivo de un homenaje que se le brindó en el Jockey Club. Con María Esther Vázquez lo vi más de una vez. La que más me emocionó fue en 1983, en que hice una entrevista para la televisión, la única que yo sepa se ha conservada. El amistoso cariño de María Esther se puso en evidencia cuando fue recorriendo el cuarto del hotel mientras ella le señalaba el lugar de las cosas y Borges sonreía mientras envuelto en sus propias sombras iba reconociendo su territorio por un par de días. Al año siguiente volvió por última vez a Rosario.
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