Miércoles, 21 de junio de 2006 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Estuve -me dice- varios meses ahorrando, pero ahora -agrega- no sé realmente si me va a alcanzar porque no doy abasto.
Yo lo miro, callo y sonrío mientras sigo caminando por la calle barranca abajo y veo cómo los automóviles se deslizan veloces y sutiles, como si realmente rodaran por la costanera.
Primero -dice- habilité una alcancía más o menos grande y empecé a guardar monedas de cincuenta centavos y un peso. Calculé el volumen de la alcancía, lo dividí por el volumen de las monedas, adjudiqué un porcentaje al vacío que separa una moneda de otra y fui pesando en la balanza de la cocina semana tras semana para tener una idea de cómo iban aumentando mis ahorros. Así -dice- he llevado siempre adelante mis más grandes ideales.
Al final de la calle, antes del río, más allá de los automóviles se vé un alambrado, como los que hay en las ciudades donde no están prohibidos los zoológicos, para resguardar a los animales y un poco más allá, pasando el fantasma de la plazoleta tres, navegando aguas abajo, un remolcador con una bandera azul, roja y blanca pintada en la chimenea que trasiega un largo tren de barcazas que a la vista avisada resulta, sin embargo, bastante ruidoso.
Cuando la alcancía estaba más o menos saturada -dice- y yo pensaba que tenía como para algunos días resulta que vino el aumento, y un veinte por ciento es bastante -comenta- , de modo que vacié la alcancía, habilité una cuenta de ahorro en el Banco Sudamericano de Desarrollo Global y decidí que todos los días durante todo el tiempo que faltara iba a hacer un depósito de poco, mucho o una suma insignificante para poder acrecer mis ahorros y llegar a tiempo y holgado al principio.
Desde donde estamos ahora no se vé la parte que se ha derrumbado del muelle a causa del sobrepeso, la capa de piedra cemento y acero con que la Munidipalidad cargó sin ensayar previamente los pilares de madera que sostienen desde tiempos remotos esa parte de lo que alguna vez fue el puerto.
De modo -sigue diciendo- que a medida que se aproximaba la fecha me fui consiguiendo el fixture, marqué en el fixture las fechas más interesantes y populares, me armé una estrategia, elegí mis compañías, y seguí considerando como iban aumentando gradualmente mis ahorros.
Al doblar hacia el Norte, sin embargo, yo puedo ver la zona del Colegio Español, cedido gratuitamente por el gobierno municipal a un grupo privado, que se diferencia por la cubierta pero yo sé, porque lo he visto, que también se destaca por la clase de trabajos que sobre los pilares que soportan el edificio, el muelle y toda la cubierta se han hecho y que lo preservan del hundimiento que sí hubo en la parte municipal.
Ahí me di cuenta -dice- al contar las fechas, los días que faltaban y el monto que había acumulado, que no era mala idea aprovechar algún crédito de los que ofrecía el Banco Sudamericano de Desarrollo Global para proveerse para estos días, asi que -cuenta- me fui al mismo banco y pedí un crédito por unos pesos para poder llevar adelante mi proyecto personal
Caminando hacia el norte y mirando un poco hacia la tierra firme, con las espaldas hacia el río no puedo evitar el recuerdo de la morgue del puerto que conocí de chico y que se levantaba más o menos a la altura de donde vengo caminando. Alguna vez ví un ahogado apoyado en la mesa de esa morgue y me resultó amargo ver otro cadáver con la panza perforada y atada con hilo sisal que unos marineros rescataron de la deriva del río. De eso no quedan ni rastros
Al crédito -cuenta- me lo concedieron con relativa facilidad porque pude probar que tenía con qué pagarlo, de modo que fui a hacerme una revisación médica una semana antes de que empiece para quedarme tranquilo y saber que a mi edad aún puedo permitirme estos lujos -comenta-.
Mirando hacia el río en cambio, lo que se nota es el fantasma de los galpones que ya no están y la cubierta que la Municipalidad agregó encima de la cubierta original tapando unos adoquines que, según me han dicho, eran lastre de unos barcos a vela que atravesaban el Atlántico en una trapalada de días meciendose con morosidad sobre las olas a causa del gran peso de las piedras que trasegaban en la bodega.
Y la verdad es que no sé si hacía falta -dice- tanto preparativo, porque ya va a hacer una semana que empezó el mundial y al menos tres veces al día -precisa-, a las diez, a la una y a las cuatro tengo un encuentro íntimo con una mujer casada que siempre he deseado y nunca tuve ocasión, y entonces le hablo de T. S. Eliot, y le hablo de Neftalí Reyes y ahora que me conocen en el motel que elegí me han dado unas tarjetas de descuento asi que capaz -agrega- que me sobre algo de mis ahorros y pueda -dice sonriente- elegir una esposa ajena para al fin del mundial hacer un viaje de un par de días a Mar del Plata, o algo por el estilo.
Yo lo escucho, callo y miro la hora. Tal vez termine por hacerse tarde.
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