Miércoles, 26 de marzo de 2014 | Hoy
Por Marcelo Britos
El Navigli, barrio viejo de Milán, aún con su estética de zona bohemia ambientada para el turista, guarda esa nostalgia sombría de los puertos. El agua y las ciudades, y sobre todo los paisajes con muelles y barcos viejos, entregan siempre ese dejo de morriña, la melancolía del que se va, o del que retorna con el deseo de encontrar las cosas como las había dejado. Kundera decía que la etimología de la palabra "ignorancia", en algunas lenguas remitía a la desesperación por no saber qué ocurre en el lugar en el que hemos nacido, o en donde dejamos a alguien amado.
Hay un momento hermoso de los puertos, es en las primeras horas de luz en el invierno, cuando el mercurio languidece en la bruma, y todo ese paisaje parece triste y acongojado. Recuerdo llegar a Victoria, después de atravesar el puente desde Rosario, a las siete de la mañana. Los estibadores emponchados desfilando hacia las dársenas, los focos amarillos que resaltan en los primeros amagues de la claridad. También recuerdo una escena de la película La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet. La plataforma submarina, el lugar en donde se conocen Hanna y Josef, con su tenue luz multicolor en el atardecer, el mar azul oscuro de fondo. Con esa imagen comprendí que cualquier toma podía ser un hecho poético, un cuadro que ampliado cumplía con el mandato del arte en sí mismo, sin la necesidad de continuidad que tiene el cine, ni su ilusión de movimiento. La sensualidad o la sensibilidad no estaban en el objeto, sino en quien detentaba la mirada que hacía el encuadre, y que ya sabe que, con ese lugar y a esa hora, podía escribir con la imagen un poema. De hecho, en esa película cada encuadre lo es.
A través de los canales artificiales del Navigli llegaban, entre otras cosas, los mármoles de Candoglia para la construcción del Duomo. Se alimentaban con los ríos Ticino y Adda. Y justamente eran artificiales porque fueron construidos para que Milano pudiera acceder al mar. La construcción del Naviglio Grande comenzó en 1179, y en 1209 llegó finalmente a la ciudad. Los mejores ingenieros de la época colaboraron en la construcción. En el siglo XV intervino Leonardo da Vinci, para diseñar un sistema de represas revolucionario, y para estudiar un sistema que permitiera la navegación desde el Lago de Como hasta Milano.
Se construyeron 90 kilómetros de canales en 35 años, y el Navigli fue la puerta fluvial de la ciudad durante mucho tiempo. Hoy se sumarían a su belleza los mismos gestos de la cercana Venecia, y se consumaría en sus calles de agua otro monumento maravilloso de Leonardo. Pero no fue así.
La historia oficial, que suele ser condescendiente y olvidadiza, dice que hacia mediados del siglo XIX, con el correr del tiempo, los ríos fueron perdiendo importancia debido al desarrollo de otros sistemas de transporte. También que entre 1929 y 1930, los canales se cubrieron para facilitar la circulación de los transportes terrestres, por orden del inefable Mussolini. Sí, el mismo líder e ícono del fascismo que se alió a Hitler en el avance sobre Europa. Lo cierto es que Mussolini mandó a taparlos por otros motivos, más precisamente para favorecer la expansión de la FIAT, cuyo fundador, Giovanni Agnelli, era senador del gobierno fascista. Incluso algunos historiadores sostienen que fue el Duce quien pidió y prácticamente diseñó para la empresa automotriz, el modelo Fiat 500 A, más conocido como "topolino".
Es hermoso creer que a veces el mundo se divide, como dice Benedetti "entre las maravillas del hombre, y los desmaravilladores". No es así, claro. Esas miradas que tanto tientan, maniqueas y simplistas, terminan siendo peligrosas para todos lados. Pero hagamos una excepción porque conviene, porque a veces es como un respiro. La historia deja metáforas así, con finales que se pueden acomodar a nuestro gusto. Como ésta. Porque con motivo de la Expo Milano del año 2015, un evento internacional en donde los países discutirán sobre la alimentación mundial y la energía renovable, se realizarán distintas obras arquitectónicas, entre ellas la apertura de todos los canales. Milano tendrá sus calles de agua después de todo, sus góndolas y vaporetos, sus gaviotas y quizá una llegada al mar. Como alguna vez lo había soñado Leonardo. Como alguna vez lo impidió el Duce.
Milán, enero de 2014.
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