Sábado, 15 de julio de 2006 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Una de estas felicidades es muy cercana. La otra viene de lejos, de España, lo cual, implica también una cierta cercanía. La primera es la distinción que nuestra ciudad le ha otorgado a alguien que la merecía sobradamente: Adolfo Prieto. La otra es el ingreso de Javier Marías a la Real Academia Española.
La iniciativa de la distinción otorgada pertenece a quien no, sólo conoce bien la obra de Prieto, sino que se trata de alguien que siempre está a la altura de las circunstancias: Rafael Oscar Ielpi. Lo demostró cuando fue secretario de Cultura; su sobriedad y su falta de interés de figuración fueron un signo de su paso como concejal y ahora muestra su saber como director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia. Para mí siempre ha sido un honor, que no sé si merezco, haber publicado un par de libros con su colaboración. Aún cuando hace tiempo que no lo veo, lo considero un amigo leal y comprensivo, además de un poeta que merecía, dicho sea de paso, una distinción similar a la de Prieto.
En cuanto a éste, lamento no haber tratado una aproximación que acaso hubiera logrado una amistad que me hubiera sido necesaria. Tan es así que recuerdo las pocas veces que lo vi y charlé con él. Como borgiano que soy recuerdo haber ido hasta la facultad de Filosofía y Letras a pedirle su libro sobre la poesía de Borges. Un comentario que había aparecido en Poesía Buenos Aires me hizo conocerlo. Fui a pedírselo y me lo dio con su firma, un ejemplar que las circunstancias han hecho que se encuentre en el laberinto de otra biblioteca, pero que sé lo que significó para mi lectura de Borges. He leído en algún lugar, no hace demasiado, que se trata de un libro poco rescatable. Creo todo lo contrario. Al menos para mí, que sigo siendo tan borgiano como antes, ese libro, como el de Ana María Barrenechea, implicaron una profundización que no sé si hubiera tenido de otra manera.
La segunda vez que estuve con él fue en oportunidad de su necesidad de consultar en el diario donde yo trabajaba en ese momento (y por ese entonces tenía una cercanía con su archivo, pues estaba encargado de hacer la sección Rosario en el Recuerdo). Prieto fue para leer las notas que José Hernández había publicado en el diario.
La tercera vez puede ser un juego de la memoria. ¿Fumaba en pipa Adolfo Prieto? Desde el balcón de mi casa, un día de persistente llovizna, estaba parado en la esquina de Córdoba y Dorrego, con la pipa encendida, y como entregado a una reflexión para la cual, supongo, lo ayudaba ese humo que se iba mezclando con ese chubasco, lento, algo triste. Lo miré y pensé en bajar para saludarlo y entregarle uno de mis primeros libros. No me animé. Pero tal vez no era él, por lo cual me gustaría pelearme con mi memoria que inventa una escena que le place y mucho. Pero si el diálogo con él ha sido tan escaso, no ha sido lo mismo con sus libros (los que he conseguido) y que he leído con tanta admiración como respeto. Beatriz Sarlo en un artículo escrito para este mismo diario habla de una "inteligencia austera". Es, sin duda, una definición feliz. Pienso también en aquellos números de Contorno que pude leer gracias a Jorge Vila Ortiz que era amigo de Ramón Alcalde. Si la memoria no me juega una mala pasada, esa revista apareció entre comienzos de los cincuenta y sus últimos números fueron de fines de esa década. Creo que llegó a diez números, que alguna vez tuve junto con la colección de Poesía Buenos Aires y de Gaceta Literaria. Allí estaba la presencia de Prieto.
En cuanto a Javier Marías, he leído poco de sus libros, pero me conformo con citar uno por la forma en que retrata a unos cuantos de los escritores que admira. Vidas escritas, donde Marías nos hace sentir de una manera diferente la presencia de Faulkner, Conrad, Isak Dinesen (que merece compararse con el retrato que de ella hace Truman Capote), Joyce, Lampedusa, Conan Doyle, Henry James, Stevenson, Turgueniev, Thomas Mann, Nabokov, Rilke, Malcom Lowry, Madame du Deffand ( a quien nunca hemos leído), Kipling, Rimbaud, Djuna Barnes (cuyos perfiles este libro invita a releer), Oscar Wilde, Mishima, Lawrence Sterne y luego una serie de mujeres "Fugitivas", un texto sobre artistas perfectos y una memoria personal. Veamos.
Lampedusa: "Lo triste de las más bien triste historia de Giuseppe Tomasi di Lampedusa es la publicación de su única y mundialmente célebre novela El gatopardo, porque puede decirse que es lo único extraordinario que le ocurrió en su vida, dieciséis meses después que dejara el mundo".
Nabokov: "Una de sus muchas manías era la llamada Literatura de Ideas, así como la Alegoría, por lo cual sus lecciones sobre el Ulises de Joyce, La metamorfosis de Kafka, Anna Karenina o Jekyll & Hyde versaban principalmente sobre el plano exacto de la ciudad de Dublín, el exacto tipo de insecto en que se transformó Gregorio Samsa, la exacta disposición de los vagones del tren nocturno Moscú-San Petersburgo hacia 1870 y la visualización exacta de la fachada y el interior de la mansión del doctor Jekyll. Según Nabokov la única manera de hallar placer en la lectura de esas novelas pasaba por tener una idea muy precisa de tales cosas". Habla de Oscar Wilde, después de la cárcel: "Las ocurrencias de Wilde son legión, y la mayoría han tenido suficiente acogida en el cielo de las citas, como para insistir en ellas ahora. Aún es mas, todavía se le atribuyen ingeniosidades que nunca pasaron por su cabeza. Sí le pertenece esta descripción de un día muy atareado en la vida de un escritor: "Esta mañana quité una coma, y esta tarde la he vuelto a poner"
Henry James: "De Henry James puede decirse que fue desdichado y feliz por el mismo motivo, a saber: era un espectador de la vida, apenas participaba de ella, o al menos no de sus aspectos más llamativos y emocionantes. En cambio llevó durante muchos años una vida social intensísima y de lo más entretenida, hasta el punto de que en una sola temporada, la de 1878-79 fue invitado a cenar (y aceptó) ciento cuarenta veces computadas"
Lowry: "El éxito de Bajo el volcán lo incomodó, acostumbrado como estaba a tantos fracasos, y al final de sus días no podía escribir, sólo dictaba a su mujer Margerie, y tenía que hacerlo de pie de inmóvil, lo cual le trajo problemas circulatorios en las piernas".
Rilke: "Cuando Rainer María Rilke era muy joven, fue a visitar al viejo Tolstoy en su finca de Yasnaya Polaina. Caminaban por el campo en compañía de la ubicua Lou Andreas-Salomé, y Tolstoy le preguntó a Rilke: ¿A qué se dedica usted ahora?, a lo que el poeta contestó natural y tímidamente: "A la lírica". Según parece, lo que recibió en respuesta fue no sólo una sarta de insultos, sino una diatriba en toda regla contra todo tipo de lírica, algo a lo que en modo alguno podía dedicarse nadie. No cabe duda de que al joven Rilke las palabras del anciano maestro ruso tuvieron que entrarle por un oído y salirle por el otro..."
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