Jueves, 12 de junio de 2014 | Hoy
Por Horacio Çaró
Al tipo lo bajaron de un tiro a los 34 años, en septiembre de 1917, en la Primera Guerra Mundial. Era poeta pero, además, según creo, dejó una de las más sutiles definiciones del liberalismo y su degenerada bestia heredera, el neo ídem. Un inglés casi desconocido, Thomas Ernest Hulme, dijo: "De tanto en tanto, pueden ser necesarios grandes e inútiles sacrificios, meramente para preservar el poco y precario bien que se haya logrado". Una, dos, mil guerras, por ejemplo. Habrá pensado o sentido lo mismo en el fatídico segundo en que un anónimo plomo se lo cargó para siempre?
Da escalofríos conjeturar cuántos grandes e inútiles sacrificios pueden llegar a ser necesarios, según el poder económico estable, para apenas preservar, no ya incrementar, los desmesurados y estables bienes que esos angurrientos ya lograron obtener, a sangre, fuego y juegos, siempre en ese estilo tan british caledonian.
Ni hablar de que a esos grandes e inútiles sacrificios los deberán poner en práctica las grandes mayorías populares, no ellos, los dueños de la torta. Tal vez el último gran e inútil sacrificio en el que participaron algunos especímenes pertenecientes a la aristocracia o a la alta burguesía haya sido esa embarrada guerra en la que Hulme chapoteó hasta caer fulminado por una letal esquirla del destino, siempre preparado para burlarse de los autores de sentencias tan autocumplibles.
A propósito, alguien que supo de las jugarretas del destino en torno de los sacrificios, ya fueran pequeños, grandes, útiles o inútiles fue Andrei Tarkovski. El genial director de cine ruso escribió y dirigió la que sería su última película, y la tituló, precisamente, Sacrificio.
Al principio, el film iba a llamarse La bruja. El personaje central estaba dispuesto a sacrificar todo lo que fuese necesario para curarse de una enfermedad aunque para ello debiera confiar en la milagrosa ayuda de una bruja. Ese era el guión original, o al menos el primer borrador, pero finalmente el largometraje narra la vida de Alexander, un existencialista clásico que mientras celebra su cumpleaños se entera de la declaración de la Tercera Guerra Mundial.
Lo loco es que al finalizar el rodaje de Sacrificio, Tarkovski contrajo un cáncer fulminante. El ruso no paraba de pensar que le estaba pasando lo que él había imaginado que le sucediera a Alexander, el disparador del sacrificio, la enfermedad mortal, la más dura sentencia que se puede sufrir en vida. Tal vez Hulme haya sentido algo parecido al caer en el barro de las trincheras. Como sea, para constatar los caprichos del destino no hace falta soportar el exasperante ritmo fílmico de Tarkovski.
Tal vez porque omitió el trivial detalle de sembrarlos, en la actualidad la derecha ya no cosecha poetas. Ni poetas, ni teóricos, ni siquiera hábiles cronistas. Más ocupada en recomendar grandes e inútiles sacrificios a casi todos, la última ola conservadora inundó el mundo de "técnicos". Muchos "técnicos". Centurias de "especialistas". El neoliberalismo se regodea cuando logra exhibir legiones de "analistas", "consultores", "economistas", marchando a paso de ganso por los sets televisivos donde se "debate la realidad".
En fin, cuando hace falta emplear tantas comillas, téngase por seguro: todo se trata de una gran farsa. Y toda gran farsa está sujeta a esa absurda creencia de que es necesario realizar, cada tanto, grandes e inútiles sacrificios. No nos dejemos engañar. Que empiecen por pagar sus impuestos. Después hablamos.
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