Jueves, 12 de junio de 2014 | Hoy
Cambios y apariencias
Casi 20 siglos de historia no son poca cosa para la vida de una organización social. Tampoco lo es, mantenerse durante todo ese tiempo con cierto grado de preponderancia mundial.
En el transcurso de ese tiempo y en distintos espacios, la Iglesia Católica ha visto el alumbramiento y caída de imperios y reinados, la desaparición de países y de innumerables organizaciones e instituciones que tenían pretensiones de perpetuidad.
Hoy, en el trono de la misma se ha sentado Jorge Bergoglio, con el nombre de Francisco I, un político de fuste y un publicista notable, a la que se agrega una habilidad innata y también cultivada para concitar adhesiones populares, seguramente como muchos otros Papas o líderes políticos mundiales que aspiraron a trascender.
Como plus de sus condiciones, la popular está tentada a decir: "el Papa tiene calle". El arribo al papado no es producto de la casualidad, la suerte o el destino, todo lo contrario; es la culminación de una ardua tarea de zapa previa, abonada por un esquema de alianzas trabajada por años con líderes políticos, empresariales, económicos, financieros y sociales de todo el mundo, pertenecieran a la fe católica o no.
El escenario no podía ser peor, asume en un marco generalizado de descreimiento hacia las cúpulas eclesiásticas en todo el planeta, producto de corruptelas, escándalos sexuales, económicos, financieros y administrativos, agravado con un pérdida de religiosidad social que provocaron un raquitismo y enflaquecimiento de las adhesiones a la institución. La iglesia estaba sospechada y debilitada y había que producir un cambio, que el tiempo develará la profundidad del mismo.
Lo que no hay duda es que quien lo motoriza hasta ahora, tiene el piné para ello y además es jesuita; un soldado de la Compañía, profesional y entrenado por años en lidiar en situaciones conflictivas, detectar necesidades y generar respuestas y simpatías.
En este contexto el Papado de un jesuita en este tiempo y espacio, no debería ser ninguna sorpresa. Tampoco lo es la elección del nombre, ya que el de Asís encarna la negación del boato, el lujo y la riqueza, sumado a la armonía y reverencia con todo lo existente.
Nada nuevo bajo el sol, salvo la potencia de fuego formidable de los medios de comunicación, que hoy lo mima y que Francisco sabe aprovechar para acercar voluntades.
Ricardo Luis Mascheroni
Docente
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