Sábado, 22 de julio de 2006 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
El dinosaurio posiblemente más famoso para quienes no tienen prejuicios y menos aún discriminaciones, es el dinosaurio del cual nos contó (pero muy poco) Augusto Monterroso. Lo hizo en el que se considera el cuento más breve de la historia de los cuentos, pero no sabemos si de los dinosaurios. El cuento es así: "Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba allí". Hay una versión abreviada por un joven escritor español: "Despertó: el dinosaurio lo miraba". Menos feliz es la versión al inglés de Andrew Langdling. Menos feliz porque recurre a la pesadilla. El dinosaurio, sin duda, no lo era. Nombro algunos especialistas lugareños en dinosaurios que aparecen al amanecer: Marcelo Costa, Quique Gallego, Fernando Quaglia, Eduardo Valverde, Santiago Hintze. Monterroso nació en Guatemala en 1921. Como la mayoría de los escritores hispanoamericanos conoció el exilio. Pero claro que este dato no significa nada en cuanto a su historia literaria, aunque sí sobre sus cualidades éticas. El exilio es un hecho moral, pero no transforma a nadie en un buen escritor. Y Monterroso, que me han dicho murió hace poco, era un estupendo escritor. Su exilio lo pasó en México. Tal vez por eso, porque en la tierra de Pancho Villa y de Emiliano Zapata, nadie puede tener miedo (y si lo tiene lo vence) Monterroso no tuvo miedo alguno del dinosaurio cuando lo enfrentó al despertar. Recordemos que en 1990 el mismo Monterroso dijo: "En realidad nadie sabe cómo debe escribirse un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista y en su segundo relato se nota que sabe y entonces todo suena a falso, todo se vuelve aburrimiento y trampa. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la certidumbre".
Se comenta, en voz baja llena de respeto, que esos consejos se los da el dinosaurio, que vive oculto en México, un poco bastante pero nunca demasiado viejo. Uno no sabe bien por qué de esas "sociedades" que se crearon en la tierra, ya sea por disposición de Dios o de la Naturaleza, (puede elegirse lo que prefiera) algunas fueron destinadas a desaparecer, los dinosaurios por ejemplo, otras a permanecer, como las cucarachas, las hormigas, las arañas, las moscas, las pulgas; una tercera que no se sabe donde va a ir a para, la del hombre y una cuarta que son esas sociedades que el hombre se ha propuesto extinguir y ya ha extinguido unas cuantas. ¿Por qué? El dinosaurio amigo de Monterroso es, además de viejo, un dinosaurio sabio. Fue destinado tampoco sabemos el por qué a estudiar el tema cosa que han hecho muchos seres humanos, pero no se han encontrado explicaciones demasiado satisfactorias. El viejo dinosaurio cuyo refugio es México y que tiene nombre pero no lo conozco, ese viejo dinosaurio, cuando seguía allí, cuando Monterroso despertó, simplemente le explicó que estaba vigilando su sueño (no hay mejor vigilancia para el que duerme que la de un dinosaurio, aún cuando una tribu en una perdida isla de Indonesia sostiene que mejor para esas vigilancias es la mantis sagrada, ese desagradable insecto una de cuyas costumbres es que la hembra se coma al macho mientras hacen el amor); volvamos al dinosaurio. "Estoy triste, le cuenta al escritor, soy el último de la especie, he perdido a mis seres amados y ni tan apenas he podido superar el desear tener alguna vez una amada. El camino de la castidad no es fácil para los dinosaurios. Cuestión de tamaño, como comprenderá. Por eso ahora me he entregado a los placeres del pensamiento, diría que del pensamiento. Listo para entregarme a una etapa mística, una curiosidad entre los de mi especie, sonrió el dinosaurio. No tengo demasiadas alternativas".
Monterroso lo entendió, claro. Alguien como él, que escribía como escribía, que podía entender el fascinante universo de las moscas, no podía dejar de comprender al dinosaurio triste, un poco bastante pero nunca demasiado viejo. Se trataba también de una cuestión de tamaño. Monterroso decidió, de tal manera, enseñar lo que podía al dinosaurio que, dicho sea de paso, no solamente era rápido para entender, además herbívoro, lo cual era una ventaja. Y que tenía un cerebro más grande que la de sus congéneres.
Es una particularidad de ciertos poetas, de algunos escritores, ver diferentes tipos de animales cuando despiertan. Esto no sucede siempre; y no siempre son del tipo del dinosaurio. Hay quienes perciben en un lento despertar el paso de algún minotauro, del unicornio, del caballo alado. Hay ocasiones que aquello que ven les producen pesadillas. Pero no todos lo han contado o lo han dejado saber. También se podría hablar de Gregorio Samsa, pero en este caso es él mismo el que se ha transformado en un monstruoso insecto, sin que sea oportuno aquí reflexionar otra vez sobre qué insecto era. Ya lo hemos hecho, por otra parte.
Sigamos con el dinosaurio de Monterroso. Una noche el dinosaurio comenzó a toser, pero luego esa tos se transformó en algo parecido a un temblor de tierra. "Estoy enfermo, le dijo a su amigo, así murieron algunos de mis parientes. Todo comenzó con una tocesita, pero después el desastre. Y en realidad, aún cuando estoy muy cansado no me quiero morir todavía". El escritor pensó, con cierta lógica, en buscar un veterinario. Se preguntaba si encontraría alguno capaz de tratar a un dinosaurio. Buscó un veterinario por México, por Colombia, por Cuba. No encontró a ningún especialista; le dijeron que los había en Guatemala, donde él no podía volver. Incluso le aseguraron que los mayas habían domesticado a los dinosaurios. ¿Puede esperar el lector hasta una próxima ocasión para conocer el final o casi el final de esta apasionante historia? Ya se está haciendo el film, que dirigirá Gustavo Devimeux, con fotografía de Gregg Toland y música del Chivo González. Les contaré; mientras tanto espere tomando una copita de Hesperidina acompañada por algunas galletitas Mitre. ¿O ya no existen más como los dinosaurios?
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