Martes, 9 de septiembre de 2014 | Hoy
Por Hernando Quagliardi
"... Lauren Bacall crédito del cine negro" -dijo la voz en la radio del taxi y aún sin saber muy bien de qué hablaba, me acordé de una casa con patio pequeño y de un álbum con fotos viejas.
Durante aquella niñez yo creía que Lauren Bacall era una prima o una tía de mi madre --que dicho sea de paso, se parecía mucho a Bette Davis- tal vez porque le copiara el peinado o los vestidos. Tiempo después, ya librado de mi error, esa mujer de los bucles inconfundibles me demoraba en la trasnoche de la pantalla del Canal Tres, con el osado cigarrillo en los labios y una forma grácil de cruzar los brazos sobre el pecho encorsetado bajo un suéter que --imaginaba-- sería de color azul.
Su mirada ("The Look") lánguida y sugestiva comunicaba muchas cosas más interesantes que las que cualquier rubia de la época podía comunicar. Corría el año 1944 y Lauren, fresca y desenfadada, iba a hacer pareja en el set y en la vida con Humphrey Bogart a partir del filme "Tener y No tener", bajo la dirección de Howard Hawks, que a instancias de su esposa trajo a esa chica nueva Betty Joan Perske, de soltera Bacall, tal vez para continuar el éxito obtenido con "Casablanca". Nada que ver con la Bergman. Ingrid siempre estaba a un paso del susto y era muy atildada; esta chica tiene otra pasta, otra alegría, hasta cuando está nerviosa.
Recién aparecía y ya dejaba una frase para el recuerdo: Si me necesitas, solo tienes que silbar, sabes... y Bogart ya verdaderamente prendado, silbaba bajito mientras sostenía la colilla entre los dedos.
Poco a poco el policial americano ganaba la partida en Hollywood, y ahí estaban dos años después, de nuevo juntos en el "Sueño Eterno" cerrando filas con Hawks, sobre una novela de Raymond Chandler. Ella, la niña rica, enfrentaba al viejo detective Marlowe en la encrucijada de todos sus principios.
¿Qué otra cosa se podía hacer en un pueblo de provincias? Las tramas de aquellas películas superaban la capacidad de entendimiento de un chico de diez o doce años. Faltaba algún tiempo todavía para que el "Gordo" Soriano nos llevara de la mano de su gusto literario a las novelas de Chandler y Hammet, esta vez como un modo de resistencia, una ética quijotesca y solitaria en plena fiesta noventista. Pero poco importaba si se entendía o no se entendía. Como dice Elvio Gandolfo en "El Libro de los Géneros": solo un lector empedernido de novelas inglesas podrá recordar las absurdas tramas criminales después de dos meses de haber leído el libro. Solamente había que abrir bien los ojos y los oídos, porque la voz de ella era grave, aceitosa, ideal para cantar por lo bajo, una rítmica sección que acompaña a una trompeta.
El taxi frenó de golpe tras un colectivo que metía la trompa. Decidí suspender el viaje y continuar caminando las cuadras que faltaban para llegar a destino. Hacía frío, así que entré en el Café Newport. Ahí me enteré desde la tele, el resto que faltaba en la noticia del día:
"... Murió hoy pacíficamente" -decía el conductor. Leía unas líneas lacónicas del Twitter con el comunicado oficial que insistía en la levedad de una muerte para nada desconcertante, tratándose de una mujer de 89 años que se apagaba en el confort de su departamento del exclusivo edificio "Dakota", en el Upper West Side de Manhattan, Nueva York, donde alguna vez tuvo de vecino a John Lennon. A continuación exhiben fotos familiares de la segunda mitad de la década del cincuenta. Ahora aparece con el cabello corto y su hijo en brazos, en Navidad con Bogart, en un barquito, al sol, con Bogart, o de gala en una cena, siempre con Bogart y Frank Sinatra, en los tiempos en que ella y Boogie eran los verdaderos jefes del "Rat Pack".
Sin embargo como "femme fatale" no había con qué darle. La perilla levantada desde la ventanilla de un automóvil lujoso podía ser la piedra de toque para el melodrama masculino. Como la letra un tango: "tras ese escaparate de cristal/ dorada de metal y rubia". (Sobre la espuma del café, me sorprendo repasando esos versos de Catulo Castillo.)
Más cercano en el tiempo están "Dogville", alguna aparición en "Los Sopranos" y el Oscar Honorífico que la Academia le otorgó en el año 2010. Pero eso no es tan importante. Son recuerdos que pertenecen a la mujer que murió en Nueva York a los 89 años.
Mi arbitraria serie compuesta de álbum-falsa tía o prima de mi madre (llamémosla Luisa)-casa-patio-películas en blanco y negro-cigarrillo-voz-jazz-Soriano-Chandler, me explica a mí mismo. Y no desde una pura nostalgia, sino reivindicando la espera de todo aquello que constituyó algo valioso y que tendrá que venir al presente para continuar alimentando la utopía. No se trata de tradiciones ni progresos, es un sedimento de la memoria que denuncia cierta inocencia, cierto lúcido error: el de creer en la artes simples de la seducción, la ética y la inteligencia.
Ya sé que todo esto puede resultar bastante anacrónico. Enhorabuena. Ya nadie silba por la calle, nadie se persigna ni siquiera tras un bostezo como lo hacía la tía Luisa. Adiós, muñeca, adiós... No importa. Ya lo ha dicho bien Guillermo Cabrera Infante: quien no haya visto las viejas películas estará condenado a sufrir las "remakes".
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.