Domingo, 25 de enero de 2015 | Hoy
CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
Por Adrián Abonizio
* El albañil está parado sobre un tablón manchado de cal. El dueño de la casa absorto en la bombilla de pronto levanta la vista: Una flecha de sol ilumina al obrero y parece un guardián de la belleza saludando al sol, mientras repasa con ternura el reboque. Acaricia la pared, palma abierta como si repasase la panza encinta de una yegua o la espalda de una mujer. La belleza del momento es abrumadora, pero, por su educación sabe que no debe mirar a un hombre de ese modo.
* Va en auto y a la par se le iguala una moto. Lleva tres personas. El que maneja, una criatura en el medio y atrás secundando el andar, como una escudera la morocha prodigiosamente bella y extremadamente pobre. Se imagina con ella y un cielo de fugaz dicha se le cruza. Luego piensa en su vida, sus cimientos de casa exangue, sus domingos de cumbia, fechorías cercanas y el corazón se le apabulla. ¿Cómo hacer? ¿Quién es dueño de tantas postales de injustas pinceladas de bellezas mal encapsuladas?. ¿Quién carajos arma el tablero y dispone las piezas? Se ha detenido y sacado de la guantera la petaca que carga con whisky y se ha puesto a tomar mientras atardece en Rosario.
* Siempre sobran anuncios en los portales de internet. "La porrista que calienta la red". "La chica hot que calienta el Mundial" o "La más sexy en la alfombra roja". Pero eso no es belleza, es mercancía, delaciones al ángel oscuro de la oferta y la demanda que la ponen tristona y bellamente oscura mientras su cara se refleja en la pantalla y huye hacia la poesía, una página negra con letras blancas que la absuelve y calma.
* La mira: Es una niña la que ofrecen en un sitio de encuentros casuales. Es hermosa, tiene los pechitos duros y limpios expuestos, una camisola tenue por sobre los hombros y se puede apostar que ni ella es conciente de su inquietante plenitud. Pero es imperdonable verla, así, expuesta a la simiente, al mancillarse, al descubrir el tenue dolor y el abismo, a los besos sin nombre y las eyaculaciones ignotas desde lejanas tierras. A veces la belleza es el propio veneno, puro, incontaminado y listo para ser bebido de un sorbo solo.
* Se miraba de chico al espejo agrandado de su hermana y se veía lindo. Cuando salió un domingo con Gabriela quedó hipnotizado por su belleza. Pero la llamó y llamó y ella nunca lo volvió a ver o buscar. Lo ignoró como a una piedra. Se deprimió y se vió horrendo. Cuando pasó el tiempo y creció fuerte, altivo y magnífico, ella se acercó en una parada de ómnibus pero en el breve instante que su auto se detiene, se sube y la deja plantada sin saludar. El amigo al volante le susurra, "che ¿esa rubia estaba con vos? !Es una nave!". "¿Qué rubia?", pregunta él sinceramente. Pues ya no la conoce, ya no la ve.
* Había en el ambiente secular, maderas rancias, ventanales altos que apenas dejaban pasar la luz del sol, olor a incienso un clima mortuorio que le relajaba y lo anestesiaba del peligro inminente, invisible que de chico percibía, pero ese rejunte de sentidos lo amodorraba y lo hacía entregarse sin luchar al espanto manso que ronroneaba por los rincones. El cura director, desde una altura de edificio amonestaba a los niños por alguna falta. Una dulzura heridora, un fatalismo de pandemia era aquella habitación: La religión todo lo cubría. Y en la adoración por la muerte y el castigo el entendió que yacía la inefable belleza que lo maniataba.
* El siente que las hermosas mujeres que ha conocido han sido voraces hembras que todo lo querían: Que las amase, que las cuidase, que las respetase, que la paseasen. Esas son las que eligiera siempre. Por ello, todos están sorprendidos de verlo feliz y en compañía de aquella dama imperceptible que es su companía desde hace un año. Intuye las miradas y percibe algún comentario. Disfruta porque no saben donde se esconde la belleza que él buscaba siempre y que nunca pudo obtener. En lo invisible, no en lo aparente. Estaba envenenándose y nadie lo advertía.
* Para sentir el mundo, abrumada de felicidad y de lindura se tiraba a dormir echada en la tierra, tapándose con hojas. La vez que fue descubierta su abuela la retó, mientras le sacudía el polvo acusándola de que podría haber sido picada por algún bicho maligno. Ella, tan chiquita, le miraba la cabeza a esa vieja e imaginaba que en ese rodete blanco yacía todo el veneno que cargaba desde siglos.
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