Domingo, 1 de marzo de 2015 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Los cambios son necesarios. Los cambios son inevitables. Los cambios son divertidos. Los cambios asustan. Los cambios se buscan. Los cambios se rechazan. Pero la gente pide cambios: en la justicia (no anda, lo reconocieron los fiscales de la marcha), en la política (que la corrupción, que en el congreso votan cualquier cosa), en las leyes tributarias (se abusan de los pobres terratenientes), en el sistema de compra de dólares (el ahorro es la base de la fortuna, preguntar el HSBC), etc.
Luego, la misma gente que pide cambios se opone a ellos. Para muchos el cambio genera menos respeto que esa ley popular que dice: "mejor malo conocido que bueno por conocer". Es que la gente pide que los cambios se hagan según sus ideas, planes o proyectos (si los tienen). Cuando los cambios los hace otro, ya no pregonan las ganas de cambiar. El ejemplo de los cambios en la justicia es el más claro y evidente: apenas el gobierno tocó el nido, salieron a cacarear propios y ajenos. Los propios defienden el nido que supieron construir; los ajenos defienden su miedo a cambiar.
A mí siempre me fascinó la posibilidad de entender que algo cambió (se acabó o nació) en el mismísimo momento en que eso sucede; es algo imposible, o muy difícil, porque un cambio sólo puede comprenderse en el tiempo, al ver cómo altera la realidad, la vida, el mundo. Pero me hubiera gustado estar en Londres un día de 1962, comprar un single donde aparecen unos pibes llamados Beatles cantando "Love me do" y decir ahí mismo: "el mundo cambió".
Lo más lógico es que uno entienda la llegada de una nueva era cuando ya nos desborda; en el caso de la era pop, con colores, música, hábitos, drogas y yeahh. Pero supongamos por un instante que en la Argentina de hoy es posible entender que algo está cambiando y dónde está cambiando. Si le acierto, lo voy a proclamar a los cuatros vientos, como buen fanfarrón que soy. Y si le erro, mala suerte. No es tan grave. A veces los errores ayudan a pensar.
Aventuremos, entonces. Argentina está cambiando. Difícil es saber si esos cambios serán importantes en el futuro. Estos cambios son políticos y sociales. Los cambios políticos son más evidentes, basta con mirar un poco acá y allá, hojear las tapas de los diarios, escuchar las charlas en la peluquería. Uno de esos cambios es que en estos días se emitió el certificado de defunción del peronismo y del radicalismo en tanto partidos tradicionales. Sectores del radicalismo se mudaron al PRO o al Massismo, el Lole arregló con el PRO, mientras que peronistas de la vieja escuela arreglan con cualquiera que los acepte (lo que no siempre es sencillo).
No es que esos partidos dejen de existir, es que sus votantes tradicionales se han puesto esquivos, rebeldes, patinosos, y ya no votan por fidelidad a una estampita. Ellos también, como sus referentes, se han mudado, sea al kirchnerismo, sea al club de los muchachos sonrientes: Macri, Massa. En plan de aventurar, sigo: el peronismo de Duhalde, Cafiero y el Turco que lo Reparió, así como el radicalismo de Yrigoyen y Alfonsín, se fueron por la cloaca de las cosas inútiles, como los platos Durax, la Chinchivira y la máquina de escribir.
Otra cosa que ha cambiado (cambio que se venía dando lentamente y se consolidó el día de la marcha de los fiscales) es que los candidatos con chances de gobernar dejaron de ser los operadores políticos de la oposición. Ahora lo son los activistas del mundo judicial, como Marijuan, Stornelli, etc., sectores del establishment comunicacional y económico, y personas de la política a los que el voto les ha dado la espalda: Carrió, Bullrich. La imagen de los posibles presidentes a partir de fin de año, escondidos en el fondo la marcha, castigados por su incapacidad de montar lo que un grupete de fiscales con más prontuario que el Gordo Valor montó de la nada, era conmovedor. Ni la lluvia logró apagar tanto papelón.
Traducido, esto es: los próximos cambios en la política argentina van a ser pergeñados en lugares alejados de las mesas partidarias. Y las bases se van a enterar cuando Tinelli y Mirtha lo digan por televisión. Porque los candidatos no siempre saben lo que quieren, y andan cortos de ideas. Y ni hablar de los trabalenguas que emiten sus bocas. Entonces, siguiendo aquel viejo apotegma: "si querés que algo salga bien, hacelo vos", el poder económico y judicial salió a jugar su partido, que pide cambios en la conducción política del país pero no en el mundo que ellos manejan. Cambia, ¿todo cambia?
Si entender el cambio cuando se da es difícil. Para algunos también es difícil entenderlo tiempo después. Basta escuchar a esa caterva de notables pensadores argentinos convocados para explicar el significado de la marcha. Me refiero a Aguinis, Sebreli, Kovadloff, que miran el país con ojos viejos, con prejuicios de edad, de clase, de raza, e incluso con escondidos (y no tanto) prejuicios de género. Miran el mundo inmediato con viejos conceptos de moral y de buenos modales que no sirven para medir las motivaciones de la negrada y la indiada que los gobiernos populistas han hecho visible. Son pensadores que hablan desde la moral burguesa y los modales de clase media.
Ellos también proponen un cambio, pero hacia lo viejo. Y se equivocan, y hacen equivocar a sus seguidores. Porque si la nueva argentina que proponen para salir de kirchnerismo es la que pueden construir pensadores como Aguinis o Sebreli (de paso: Sebreli hablando con ese tonito insoportable de barrio norte es una invitación a hacerse ultra K), es obvio que el proyecto apunta a la recuperación de la argentina blanca, burguesa, asustadiza. Moralista más que moral. Asustadiza porque la misma cantidad de gente que fue a la marcha, pero criolla y joven, los pone a temblar. Moralista porque les siguen dando asco la gente que se lava las patas en la fuente. Si fuera por ellos prohibirían todo lo que no es blanco, burgués y adulto (o viejo). Por eso la maquiavelización de la Cámpora. Temen lo que no entienden. Temen lo que les da la espalda.
Estos intelectuales (y otros muchos, y periodistas) usan el modelo Venezuela y hablan de la venezualización de Argentina. Otra vez se equivocan y hacen equivocar a sus seguidores. Ignoran que esa indiada, esa negrada que el chavismo hizo visible, prefiere bancarse mil desabastecimientos (planificados por el poder económico) que sufrir la humillación de volver a verse escondidos por la moral burguesa. Por eso lo votaron y probablemente lo sigan votando y sigan ganando. Para ellos también es mejor "quebrarse que doblarse", o "morir de pie que vivir arrodillados". De la misma forma en que la composición de la marcha de los fiscales indicaba que la pibada (la mayoría, para ser justos) no defiende la moral de sus padres ni sus buenas costumbres porque no les pertenecen. Buscan otra moral, otro país. Y van a defenderlo, como la negrada e indiada venezolana.
Por eso se ha destacado tanto que la marcha era de clase media, ¿viste? es esa misma clase media que hizo grande al país. Ah, ¿ellos mismos dicen que este es un país de mierda? Olviden lo que dije. Entonces esa clase media que marchó es la que hizo de este gran país un país de mierda. (Son sus palabras.) Tan de mierda que necesita cambiar la política, la justicia, la educación, y sobre todo, el sistema de compra de dólares. ¿Por qué volver a ese modelo de mierda? ¿La nueva política es volver a esconder la negrada y la indiada? ¿Alguno intentó poner un gato en una caja? ¿Quién lo va hacer, Binner y su energía revolucionaria?
Por eso es que una de las pocas ideas que circulan de la oposición es la de derogar las leyes que el kirchnerismo les enchufó con fórceps, con política, mientras estaban durmiendo o marchando (mientras armaban la marcha y marchaban el gobierno les encajó veintidós acuerdos con china y la creación de una nueva central de inteligencia). ¿Se llama cambio al retroceso? ¿Volver atrás también es cambio? ¿Anular la ley de medios, el matrimonio igualitario, la asignación por hijo, sacar las retenciones a los terratenientes, es cambiar hacia delante o hacia atrás? ¿Derogar la nueva SI significa volver a la SIDE? ¿Pero la SIDE no existe más? ¿Derogar para saltar al vacío? ¿Derogar porque no se sabe gobernar, crear, imaginar?
El país está cambiando. Eso lo sé. Para dónde va, eso lo ignoro. Que no va a ser fácil para nadie, lo sé. Que mis amigos opositores progres se van a ver en un problema cuando les toque elegir entre el kirchnerismo y Macri, eso lo sé. Que sueñan con que (de última) gane Scioli y al día siguiente se declare opositor, eso lo sé, y sé que quizá suceda, pero probablemente no. Que habrá más marchas, lo sé. Que habrá contramarchas, lo sé. Quién gobernará a partir de diciembre, eso lo ignoro. Que al que haya usado malas artes y chismerío barato se le volverá en contra, eso lo sé. Que el kirchnerismo les va a devolver los escupitajos uno por uno, eso lo sé. Que no es lo mismo derogar que gobernar, eso lo sé. Que el gato no va a entrar en la caja así nomás, eso lo sé. Que ese modelo de país aburguesado, moralista y asustadizo ya no basta para contener a la gente, eso lo sé. Qué quieren de este país, y quién lo va a llevar de la mano al paraíso, como ciego a mear, eso lo ignoro. Y creo que ellos también.
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