Lorena Giménez murió en marzo de 2011, luego de agonizar un mes en una cama del sanatorio Rosendo García, donde permaneció internada con serias quemaduras en su cuerpo. En ese tiempo, no se salió del discurso sobre "un accidente doméstico", cuando su remera se quemó con el fuego que calentaba el agua de una pava, en la cocina de la casa que compartía con su novio, de 22 años. Una vez fallecida la joven, sus padres presentaron la denuncia por sospechar del muchacho, que ayer fue condenado a 17 años de prisión, acusado del homicidio. El joven había dado la misma versión que la víctima, pero luego la cambió y dijo que ésta se quemó sola porque no quería que él la dejara. El juez Javier Beltramone no encontró "justificativo razonable para un suicidio", y advirtió "un caso de violencia de género" por el que en 2012 procesó al acusado, que ahora fue sentenciado por el juez Gustavo Salvador.

El planteo de los padres de la chica y el testimonio de varios allegados fueron clave para dar cuenta de que convivía con un violento. "Tengo sospechas de que mi hija haya sido quemada por su concubino", dijo el padre, frente al juez Beltramone, que ordenó una reconstrucción del hecho y tiró por tierra con la versión preliminar. El progenitor relató que hacía seis meses su hija estaba en pareja y que las veces que los vio juntos pudo "apreciar que él la miraba de una manera muy mala cuando hablaba y tenía mala forma de decir las cosas. En más de una oportunidad la hemos visto con marcas de golpes y al preguntarle nos decía que se cayó o que se golpeó en alguna situación, nunca que él le pegaba".

Para el juez Salvador, "las constancias del expediente permiten colegir la existencia de una relación de pareja cargada de violencia, tanto física como psíquica". Los datos que aportaron los testigos "resultan reveladores de un estado de pánico y de sumisión en la víctima".