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Martes, 18 de octubre de 2005

CONTRATAPA

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis

 Por Margarita Scotta

Para Lisandro

El Primer Jinete

A través de los siglos, hay imßgenes persistentes en el lenguaje que aún se evocan para designar algo. Son símbolos que vuelven actuando "en lo que se dice" aunque no sepamos bien "qué dicen" (¿De dónde proviene su inmenso poder de permanencia atravesando el tiempo?). Se utilizan casi como "frases o imágenes hechas" para dar a entender ideas claras y precisas aunque, en realidad, son portadoras de un misterio ﷓que es justamente la razón de su vigencia y lo que las vincula con "aquello" que no termina de entenderse. Fue dialogando con un médico que tropecé con una de estas indelebles referencias: Los Cuatro Jinetes aludidos en el último libro de La Biblia, "El Apocalipsis", interpretados por la tradición como las señales anunciadoras del fin del mundo, fueron recuperados en un escrito médico actual acerca del síndrome propio de una etapa del ciclo sexual humano marcada por cierta idea de "final" (la discutida "andropausia" masculina, que así planteada haría pareja complementaria con su media naranja la "menopausia" femenina, igualando rápida y sospechosamente diferencias esenciales entre hombres y mujeres).

Resulta fascinante encontrar, de repente, cómo se filtra el relato mítico en el corazón mismo de la producción científica escrita: sólo ahí donde "un" médico se deja sorprender por el misterio transmitido y lee una pregunta inquietante más allá de la "frase hecha".

El Segundo Jinete

Dicen que San Juan escribió el Apocalipsis mientras era más duramente perseguido; por eso, sus expresiones tan cerradas detrás de un simbolismo complejo para su desciframiento.

Es obvio que hablaba en clave. Precisamente, para no ser descubierto. Y para no ser encontrado es fundamental no ser entendido. Pero no se trata de que esta coyuntura política tan particular inspirara a Juan, escritor cristiano al borde de la censura, la ocurrencia de una metáfora iluminadora en su alcance para describir el "fin"; sino que es al revés: Para hablar de "los finales" (así como de "los inicios" de cualquier experiencia humana) siempre es necesario un relato oscuro que se impone salteando los razonamientos y las pruebas históricas, donde el autor ya no cuenta con sus intenciones ideológicas sino que "se deja decir por la expresión mítica": aquella que consiguiendo una forma de figura o fábula simbólica surge del elemento sagrado alrededor del cual siempre se constituye un grupo (ya sea el de los primeros cristianos marginales o el de los médicos especialistas en un simposio; el de las mujeres menopáusicas o el de los hombres identificados con las cosas de mujeres; el de los cristianos oficialistas que condenaron lecturas diversas como apócrifas; o el de las mujeres que siguen siendo mujeres aunque dejen de menstruar; o el de los hombres atractivos cerca de los cincuenta).

El Tercer Jinete

Tanto en los comienzos como en los fines de los distintos momentos de la sexualidad humana emergerán mitos que cubrirán con palabras contadas lo imposible de saber acerca del cuerpo y lo que ningún avance científico conquistará como conocimiento. Como todo relato, el mito puede transformarse según distintas versiones; entonces, la aparición de los jinetes podría significar también el anuncio de un re-comienzo, del final incluido necesariamente en todo principio para volver a empezar y la destrucción podría a su vez evocar el mito del re-nacimiento.

El Cuarto Jinete

No es casual que fuera Juan quien escribiera antes en su Evangelio: "En el principio era el Verbo" y "el Verbo se hizo carne" porque en el principio está el misterio de la palabra que se hace cuerpo y el cuerpo que permanece misterioso por no dejarse decir por la palabra (en la timidez púber; en el olvido de la primera relación sexual; en la extrañeza del puerperio; en la nostalgia madurada por la violencia muda del sexo adolescente).

Seguimos sin saber dónde se encuentran el cuerpo y la palabra, la biología y el símbolo; tampoco podemos conocer cómo lo hacen. Esa ignorancia nos hace religiosos sin saberlo y creyentes en que la vida, en ciertos momentos de cambios de estado, revela el pasaje o transición con un milagro (una manifestación lejos del entendimiento y de la explicación que se acerca desde la sensibilidad del cuerpo hacia lo inexpresable de la palabra) y que podría venir a impedir o a facilitar el paso vital.

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