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Jueves, 28 de abril de 2016

CONTRATAPA

Maternidad Intratable XVIII

 Por Luisina Bourband

Su cabeza sobresale del marco de la puerta. Está ahí parado en el umbral, sin entrar del todo a mi habitación. Cuando lo miro me dice: "Yo te odio". Podría desarmarle esa lengua afilada con una broma o bajarle las defensas con el ataque de la "gorda besadora", un clásico entre nosotros. Pero no tengo ganas. Me pide que lo saque de ahí, de eso con lo que no puede lidiar. No tener clases puede ser abrumador para él. Estar enferma, para mí, también.

Desde que nacieron los mellizos, nuestra vida ya no es la misma. El amor entre Benjamín y yo, cambió. La armonía que había entre nosotros permitía un ambiente tranquilo. Con el tiempo me resultó demasiado controlado. Esa relación pasó de ser platónica, a incómoda, amenazante, y cobarde. Ahí decidí tener otro hijo. Le insistí a León. Porque el nene tenía que tener un hermanito, "alguien con quien jugar", un narcisismo más baqueteado. "Uno más", le decía, y para sorpresa de todos, vinieron dos. Y bajo el brazo no trajeron pan, sino caos.

Desde su nacimiento, Benjamín fue cuidado por una niñera muy tranquila, que lo quería pero no era muy permisiva. Estaba interesado en criarlo. Ella era la que se daba cuenta de si se estaba por enfermar o si tenía piojos. A mí eso no me preocupaba. De pequeño creció bajo ese corte estricto y se hizo un niño educado, medido, que hablaba con los adultos sin problemas. Cuando nacieron los mellizos, ella se fue, me dejó sola con todo esto. Tuvo su propio hijo, y le puso el mismo nombre que el mío. Benjamín, un niño pacifista que vivía bajo un manto de sosiego y diálogo, interrumpido de vez en cuando por el rutilante estilo paterno, se convirtió en otro que por momentos oscila entre el lamento y la euforia.

Ahora ha ingresado a la zona de conflicto: mi habitación. Estoy en la cama, convaleciente, pidiendo a mis intestinos que se apiaden de mí. Durante la mañana armó a mi alrededor un campo de batalla con cajas de cartón (que acopia permanentemente), soldaditos, piedras y caracoles. Los otros dos, que lo siguen en todo, vienen a tocarle la creación. Se pone furioso, y él mismo arruina su trabajo, pateando las cajas. Los soldaditos vuelan por el aire. Los caracoles chirrían en el piso. Pienso la cantidad de meses que estaré juntando piedras. Lo reto porque no se destruye así lo que uno hizo. Las cosas se hablan, la rabia se dice. Me mira con ojos de fuego y le da un piñón a la hermana que empieza a chillar. Me pongo peor, porque no se le pega a las mujeres. "Vos me decís que me defienda", grita lagrimeando por el pasillo. Sí, bueno, defenderse no es pegar, hay que encontrar otra forma (aunque ni yo me imagino cómo tratar a estos Minions). Pobre hijo, lo someto a tantas contradicciones. Quedo herida y culpable. Varias veces aparece a tratar de insultarme, con la escopeta de Capitán América o con la máscara de Iron Man puesta, diciendo que quiero más a sus hermanos. Incluso cruza el umbral, llega hasta la cama, se mete rápido, se tapa. Los llama al juego a los hermanos, con almohadonazos, gritan de euforia enredando las sábanas; y me enlaza con su pierna tan fuertemente que casi tira la computadora. Lo vuelvo a retar y todo recomienza. Después le digo que se acerque para abrazarlo. Me dice que nunca. Me entristezco porque vivimos en un desencuentro permanente. El pretende una madre lógica, aunque sea un oxímoron, aunque yo no sepa ni quién soy.

Al rato aparece usando su voz amable, y se ríe de un chiste malísimo que hago. Quiere estar bien conmigo. Me abraza y lo aprieto fuerte. Lo beso todo lo que puedo. Miramos Tío Grandpa, que nos encanta. Me hago la espontánea pero estoy atenta a traerlo de nuevo, a que no se me vaya. Aprovecho la circunstancia para preguntarle cómo le fue en fútbol. Me cuenta que todos los amiguitos lo insultan cuando pierde la pelota y les hacen un gol. "Bueno, es la dinámica del juego", le digo. "No, no es la dina...eso que vos decís. Vos no me entendés." Hace un gesto de hartazgo. Se va. Su insolencia ha crecido con él y se afianza día a día. Siento una enorme añoranza por el bebé que fue, cómo yo era la fuente exclusiva de su alegría, su cobijo. Recuerdo mis miedos inaugurales, las angustias infinitas, mi queja sobre las noches mal dormidas. No sabía que todo podía ponerse peor. Ahora todo es más complejo, pero estoy más acostumbrada. Ya no abrigo esperanzas de dormir y lo sigo amando con locura.

Me quiere, sí, pero hay una distancia de la que nunca volverá. Quiere cosas de mí, que le compre, que le haga, y por momentos vuelve a ser el niño tierno de antes. Desde que no es el único, ésto es lo que más me preocupa. ¿Qué piensa? ¿Qué siente? ¿Cómo evitarle el dolor? Me concierne más que los otros dos, que llegaron a un mundo lleno de gente. Las madres nos agobiamos pensando cómo manejar los pasajes tan promocionados por los pediatras televisivos: el destete, el abandono de la mamadera, el chupete, los pañales, el comienzo del jardín, que aprenda sólo a bañarse o duerman en su cama, que se haga amigos, que sea quiera con sus hermanos, etc. La frase de mi madre: "Eso también pasará", me ayuda a veces. Me coloca en una perspectiva temporal. Aunque no comporta el dolor de cada trayecto. Escamotea las consecuencias de soltar. Ella, a su vez, me confiesa que se desvela a la noche pensando en toda su familia, hijas, nietos, casi una comunidad. El temor de que algo malo les pase. Un terror que puede volverte loca.

A la noche leemos La Ilíada y la Odisea para niños, esquivando los misiles que tira Gordo Bomba, que nunca quiere dormir. Cada vez que se acuerda de la muerte de Patroclo, los ojos se le empañan. Pero lo que le da más risa es la ninfa Calipso, que tuvo ocho años capturado a Ulises, por amor. Son curiosos los niños. Un tesoro que oscilamos entre cuidar y descuidar. "Dale, juguemos a los griegos, yo soy Ulises, vos sos la Diosa Tetis, ¿querés?", me dice con ojos pícaros. Siento el cansancio de intentar sobreponerme todo el día. El pesar de la rectificación incesante. "Mañana -le digo- mañana", rogando que me suelte. Rogando que mañana sea otro día. Rogando que me espere para poder volver a empezar.

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