Sábado, 30 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Aunque no estoy seguro todos sabemos que es la vida. Eso que es tan irrefutable como la muerte. Es en un café donde comienzan mis dudas. Pido un cortado en jarrita, tres rosquitas con bastante azúcar, tres sobrecitos con más azúcar aún. Los primeros, sin problemas, el dulce azúcar cae en el pocillo. El tercero, lo abro con la misma intención, pero mis manos se inclinan a comenzar a vaciarlo sobre los otros sobres, no en la taza. Por la mitad me doy cuenta, me preocupo, pero termino saboreando lo que he pedido. No es saludable tanto dulce, pero eso no está prohibido. Me puedo matar con el azúcar, pero no con un cigarro. Mientras tanto, se preconiza y se polemiza sobre la aceptación de la eutanasia, se proclama la necesidad del aborto. La eutanasia y el aborto también terminan con la vida, una en nombre de una muerte digna, la otra en nombre de tantas cosas que hasta da un poco de miedo tratar de decir que puede ser que en algunos casos el aborto sea necesario, pero también sería decente aceptar que cuando lo que se practica se lo hace sobre algo que tiene vida, que ya es vida. Antes la gente se moría cuando el corazón se detenía, cuando el viejo corazón no daba más. Ahora ni tan siquiera se puede polemizar al respecto. La muerte es la cerebral aún cuando el corazón siga latiendo como se debe. Por decir cosas así uno es un vil reaccionario. Así debe ser, ya que lo dicen tanta gente inteligente. Y un tanto totalitarias al respecto
Fue con Albert Schweitzer que aprendí que el principio esencial del ser humano debe ser el respeto esencial de toda forma de vida. El cumplió con ese propósito de vida llevßndolo hasta límites extraordinario. Desde los años que fueron el epílogo del siglo veinte, un epílogo de vértigos criminales (sobre todo las tres décadas finales), epílogo que fue ademßs prólogo del siglo que hoy vivimos, tan criminal como lo ocurrido en los setenta, los ochenta y los noventa. Se ha invertido el principio esencial proclamado por Schweitzer: ahora la esencia parece ser que la vida debe ser respetada según las circunstancias, según las necesidades del poder, según la creciente estupidez del poder cuando se detenta de manera de proporciones monstruosas.
Hay quienes se detienen con cuidado para analizar este tema. Es cierto, pero en ocasiones no proponen aquello que podría estar de acuerdo a la nefasta época que vivimos sino que repiten, sin aparentemente saberlo, argumentos ya trillados en otras épocas y por pensadores que se nos ocurre mßs profundos en su decir. He leído, con sorpresa, que muchos parezcan considerar a un político inglés, "de solo cuarenta años", que si se estima que debe combatirse al terrorismo los estados que lo combaten no pueden convertirse en lo que se han convertido: estados terroristas. ¿Es novedoso este argumento que cuenta con aquellos que lo expusieron desde hace siglos?
Creemos no ignorar la calidad y el conocimiento de muchos de quienes tratan de indagar con sus luminosos escalpelos el cuerpo herido de la humanidad toda. Pero las cosas siguen oscuras como ha ocurrido siempre.
¿Qué hacer? La crueldad deliberada no es nada nuevo, pero parece haberse convertido en un signo de estos tiempos. Hay gobiernos que justifican la tortura como método para sus fines. Eso de que el fin justifica los medios, algo muy viejo sin duda, se puede percibir en la lectura de las noticias del día.
Pero es cierto, como me decía alguien el otro día, cuando se acercó a la mesa donde acababa de ocurrir el accidente del azúcar. "La vejez te viene bien acompañada". Ademßs, agregó mientras sin decirme ni tan siquiera ¿puedo?, se sentó y mostrando sus impecables dientes blancos (confieso que se los envidio) agregó lo que yo imaginaba que iba a agregar: seguía siendo un viejo delirante, reaccionario, un pobre viejo sin imaginación para comprender la verdadera grandeza de lo que vivimos".
Lo conozco lo suficiente para saber qué cree en lo que dice, cree que los cambios son buenos; cree en la tortura, en la pena de muerte, en la violencia. Como tantos otros. En lugar de pedirle que se fuera lo invité con un café. Y fui observando lo que deseaba observar: la maldad interna y oculta se trasluce hasta tomando un pocillo de café. Simplemente hay que saber observarlos. Al tomar el pocillo y mirar sobre él (los ojos como apartados de la cara en su totalidad) la mirada les descubre en verdad lo que son.
Pero dejemos de lado este encuentro. Veo una película, creo que alemana, terriblemente conmovedora: una pareja y un niño que conviven con el padre del esposo, que tiene Alzheimer. Pienso que el hombre ha logrado magníficos progresos en la ciencia, en los descubrimientos sobre temas genéticos, que la medicina puede hacer cosas parecidas al milagro. Es cierto, pero el milagro solo parece atenerse a la certidumbre que solo dios si puede hacerlos. Porque hay una barrera, que acaso sea superada y entonces vendrß otra. El hombre ha logrado cosas formidables, decimos, pero permanecen otras que siguen matßndonos o dejßndonos fuera del mundo (y un mundo que no sabemos como es). El SIDA, el cáncer (salvo algunos casos de menor intensidad), algunos otros males cuyo nombre se modifica y cuyo origen o sus causas permanecen en el misterio. Se siguen produciendo nacimientos de niños con enfermedades en general cerebrales que permanecen incurables; el único remedio para transitar lo que transiten de la vida, es el amor de sus padres, amor que surge tanto de la tristeza y el dolor como del amor y de interrogantes sin respuestas. Por otra parte la naturales, cuando así lo desea, nos da bofetones espantosos.
¿Por qué traemos a colación esto que ya es sabido? Porque si toda la ciencia del mundo ha logrado mucho, se enfrenta al misterio de lo que hasta ahora no puede resolver. Sin embargo, ese mismo hombre que no puede con ciertas enfermedades ni con los huracanes o el calentamiento de la Tierra, sí logra en cambio, cada vez con mayor perfección, la forma de eliminar a los que quiera. Los armamentos son cada vez mßs perfectos y maten despreciadamente y lo pueden hacer a lo lejos.
Me decía Cristian Larguía que por qué no se leen hoy a autores como Schweitzer. Tanto Gonzalo Garay como Mario Hellbig y quien escribe pensábamos que ahora ni se sabía de la existencia de ese formidable humanista. Que los postmodernos lo desprecian y que está sumergido en la vida. Es lógico. En un mundo donde cada vez se desea matar más y mejor, no se puede aceptar a ese que preconizaba el respeto absoluto, la reverencia, por toda forma de vida. El hombre del siglo XXI sabe matar, sin duda, pero parece desconocer al amor sea la que sea su forma de manifestarse.
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