Miércoles, 19 de octubre de 2005 | Hoy
Por Miriam Cairo *
Escépticas
Mis culonas espantan cuervos y tormentas. Se han comido sus propios ojos. Han tragado la última lluvia. Han perdido la noción de amigo y enemigo. La resignación les ata las manos y les sella la boca. No hay sed que sacie sus aguas. No hay astro que ciña su aurora. Lo dicho les pesa y las sofoca. Antes de arrojarse a la última caída no olvidan destruir los falsos presagios de sus tréboles de cuatro hojas.
Teóloga
Según las investigaciones antropófagas de mi teóloga sucia, fea y culona, el alma ocupa un lugar físico debajo de la cintura, más precisamente en el túnel que separa las dos piernas. A falta de otros nombres, esta zona se llama con verg_enza, con descaro, con frambuesas. El alma o caracola marina sin mar, puede alcanzar cinco veces el tamaño de un silencio. Dicha concavidad mítica siempre está a merced de un pájaro alargado, esculpido con gran economía de detalles y de orificio sediento.
Los prelados adversarios dicen que todo lo apuntado por la teóloga es pura invención, pero ellos no admiten que ese es el otro nombre de la fe.
Peregrina
Mis vírgenes culonas no prometen milagros. Por medio de señas me abandonan a mi suerte. Se desploman en los asientos reclinables del cielo y canturrean melodías barrocas mientras juegan con sus pezones. Su religión es perezosa y poco pontificia. Me hacen peregrinar hasta sus templos cargada de crímenes de camellos y collares de plomo. Dicen que cualquier camino puede llevarme a la ansiada perdición porque el mundo es redondo y feo como el culo de una manzana seca ¿te das cuenta?
Cocinera
Ella, con el pelo ensortijado y una camisa anudada en la cintura, golpea con fruición la masa contra el mármol. Asume, en esas sacudidas, los movimientos de la actriz porno que, desde el televisor, la ayudó a encenderse.
Generosa
La desesperada no usa prendas íntimas. No sólo doy fe por haberle visto, en un descuido, la profunda línea que divide en dos el mundo de sus nalgas, sino porque cierta tarde, mientras esperábamos ser atendidas por la lenta empleada de la perfumería, yo arrojé mi monedero contra sus sandalias. Al agacharme para recogerlo, casi apoyo la cara en sus piernas. Ella fingió no sentirme. Se movió levemente para abrirse un poco más y permitir que yo me demorara, cuánto quisiera, en la observación abismada de esa noche sumida en el curso de un río deseable y perfumado.
Mimbre
(Aquí se consume la mujer hecha con varas de mimbre.)
Buscadora
Ella busca la tempestad, el maremoto, el desierto, el mangrullo, el timón, el cementerio, debajo del zapato.
Busca falibles, culonas, sumergidas en el fulgor lunar, putas, debajo de los brazos.
Ella busca a los que se aman, a los que no saben que se aman, a los que no se quieren amar, bajo el ala del sombrero.
Ella busca el sauce al que trepaban los sueños.
Ella busca el sauce y busca los sueños, debajo del zapato, debajo del silencio, debajo del poema.
Desnuda
Si mi culona desnuda no tuviera algo más que ron, algo más que dedos, algo más que almohadas, podría perder su dulzura, podría malgastar su elegancia y quedar pegada al dolor bajo las sábanas.
Su encanto y suavidad no la hacen menos activa ni menos peligrosa. La terrible pureza de sus sentimientos impuros le resulta una misión esférica, nacarada.
Fatigada
Ella es una de esas culonas que ha sufrido cierta torpeza sexual. Tiene amigas que usan escotes exagerados y dicen que las han tratado con mezquindad. Están hartas del ficus que no prospera. Sus maridos han perdido para ellas todo atractivo erótico. Han olvidado las edades de sus hijos. El PAP es lo único que les asegura un profundo contacto sexual. Rompen el taco de sus zapatos más queridos en el consultorio del terapeuta. Están perdidas. Tan perdidas como un gigante en un campeonato de billar. Ninguna de sus amigas sabe cuál ha sido el
camino que las ha llevado a semejante insuficiencia, pero mi culona no piensa facilitarles la respuesta.
Fundadoras
Afortunadamente, hay culonas que desgranan el espacio y hablan con el corazón en la mano. Identifican el movimiento, pero con quietud fundan una región ajena a las típicas identificaciones.
Abandonada de piernas abiertas
En cuanto a la abandonada de piernas abiertas, digamos que padece de recuerdos cóncavos y deseos convexos. Su conciencia es rala y poco concreta. Usa enaguas de encaje viejo y a la hora de dormir se enrosca sobre sí misma como un gato o como un poeta.
Virtuosa
Ella elimina la tensión excesiva de la garganta hasta que deja de ser esforzada y dura. Cuida la posición de la lengua y la extensión de las mejillas. Deja fluir naturalmente el avance o retraimiento de los labios.
Llega a ser perfecta la abertura de sus mandíbulas. Perfectas la tensión del velo palatino y la distensión de la faringe superior. También pone sumo cuidado en la posición de la cabeza. Todos los órganos armonizan con la sabia emisión del soplo reforzando aquí, cediendo allá. De modo que la dicha va siendo construida como una vibración. Va siendo devorada como una fina tajada de sandía.
Puede que haya otro modo de cantar una canción.
Delicada
Tengo una culona especial que se separa los cabellos con prudencia, como si fueran filos, para evitar que los sueños se rasguen antes de echarlos a volar.
Falible
En mitad de una avenida la falible no encuentra un trabajo. No encuentra un gato abandonado. No encuentra un corazón, pero en todas partes siente el vaivén de su vestido. Siente el pequeño movimiento de sus senos. En mitad de la avenida no encuentra sus mejores pasatiempos ni dónde guardar el mayor secreto. Se ha exigido no participar en pobres ilusiones. En mitad de un vaivén la falible ha perdido su avenida pero sigue con los zapatos puestos. Sigue con la sonrisa expuesta. Da al policía de tránsito el nombre de su cantante preferido. En mitad de la avenida que no encuentra, la falible quisiera tener una muselina inmensa o una alfombra de brocato. No se saca el vestido. Tropieza a causa de los tacos altos. Se lleva la mano al escote y se aprieta los viejos dolores. Va a dejar de escribir poemas porque sólo le gustan las mujeres gordas y los hombres viejos. En mitad de la falta de avenida ve un perro con la lengua colgando. También le gustan las lenguas de los perros y las mujeres que muestran el ombligo. No va a escribir poemas porque está muy ocupada sintiendo el vaivén y tropezando en el asfalto. Porque está a merced de un escozor adictivo.
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