Domingo, 24 de julio de 2016 | Hoy
Por Javier Chiabrando
El otro día soñé con Chopra, Coehlo y Bucay y me levanté autoayudoso. Entonces me puse a pensar en el ser, en el precio del aceite, en el destino y se me dio por hacerme la gran pregunta: ¿quién es uno, carajo?, ¿una clave fiscal o una persona única e invaluable? ¿Y uno llega algún día a saber quién es? Entonces, atravesado por la sabiduría gaucha que a veces me atenaza la garganta, llegué a la siguiente conclusión.
"Desde el día que te pusieron la camiseta que no elegiste (en el caso mío, la de Boca) y a la que nunca abandonarías, hasta el día en que supiste con certeza absoluta a qué marcha debías ir, y a la que no debías ir bajo ningún concepto, pasaron miles de cosas. La mayoría, irrelevancias, pura vida. Las otras, menores en cantidad pero más relevantes, son las que un día te llevan a saber quién sos". Tomá mate.
Y me fui a tomar unos mates y a meditar si por ahí podía escribir un libro sobre eso, ser declarado gurú y forrarme. ¿Existe el día en que sabés quién sos? Sí, creo que existe. No importan cuántos lugares comunes, pesares y alegrías efímeras deba uno transitar para llegar a ese lugar y momento. Un día estás parado en una esquina, caminando hacia el supermercado, te ves reflejado en una vidriera y te salen de la boca las palabras: "Este soy yo". ¿Pero qué había pasado entre el momento en que nací y el día en que supe quién era?
Muchas cosas olvidables y olvidadas. Otras olvidadas pero que, desde que empezás a saber quién sos, tenés que esforzarte por rescatar porque fueron las que te moldearon. Y me acordé de uno de esos momentos. En el pueblito piamontés de mis ancestros, una prima saca de un cajón una foto Kodak de mi abuelo. El viejo estaba parado al lado de la quinta de su casa y panadería, en el pueblo donde nací.
Se lo veía como se ven esos hombres: duros, secos, incansables, como imposibles de doblegar. Eso no era lo importante aunque, lo era. Lo importante era que esa foto se la había sacado yo a los diez años con la cámara que me habían regalado mis viejos para navidad. Y era la única que existía del nono Cesare Chiabrando. No sé cómo llegó a Italia. Pero ahí estaban, en mis manos, la prueba de mi pasado, de mi presente y de mi importancia en el devenir de las cosas.
Para llegar al día en que sabés quién sos juegan sus partidos el pasado, el presente y el futuro. El pasado es la casa de tu abuela, la viña de uvas incomibles, la epopeya de ir solo al almacén, manejar el sulky de los tíos hasta la chacra, escuchar en el boliche a unos campesinos cantar Quel Mazzolin Di Fiori apoyados en el mostrador, el día que te peleaste sin salir mal parado, el que abandonaste tu pueblo buscando algo indefinible, las veces que me descubro apagando la radio cuando el equipo contrario ataca porque lo hacía mi abuela.
La importancia del presente está también en saber dónde vas a estás parado cuando "vengan por todos", parafraseando a Bertolt Brecht. Eso, en un país saqueado varias veces significa tomar conciencia de haber nacido o del lado de los saqueados o de los saqueadores. Y si naciste, como yo, del lado de los saqueados, es bueno entender y aceptar que ser un perdedor puede ser también ganar con el orgullo, el honor, el placer, y la certeza de no haberle jodido la vida a nadie.
Saber quién sos también es aceptar de una vez por todas que sos parte de una cultura, de una forma de vida, de una familia, de una lengua, de un país, una forma de errarle, de acertarle, de pegar en el palo, de vivir en las trincheras y de caer muerto, si se diera el caso.
Aceptar que a veces tuviste que tomar distancia para entender las cosas. Como cuando -otro lugar común, pero importante para mí- te vas a Europa detrás de un sueño de progreso que rara vez llega y lo único que lográs es descubrir que sos latinoamericano de tanto boliviano, peruano y mexicano que ves buscando lo mismito que vos. Recuerdo con claridad ese momento. Equivale a irse a la Luna para ver qué bella es la Tierra y qué pena sería destruirla.
En el plan de saber quién sos, la distancia viene a ser el tiempo. El tiempo que te lleva vivir hasta llegar a ese día. Cuando llega, lo es casi todo. No llega ni antes ni después. Llega el día que debe llegar. Y a algunos no les debe llegar nunca. O heredan el mandato familiar y lo asumen con naturalidad sin desafiarlo jamás. Sospecho que el que hereda lo que es y no se rebela es porque jamás se pregunta si lo que hubiera elegido. Y se los reconoce por la cara, por sus palabras, por sus negaciones, por sus lavadas de manos.
El día que sabés quién sos se te acaban ciertos problemas que arrastrás como penitente. Sabés en qué situación no querés ser recordado. Te volvés consciente de que tenés un Olimpo algo descuidado. Hombres que la historia barata puso en libros que es mejor no leer, o en remeras que chingan de sisa. Ese Olimpo es la historia de tu pago grande y de tu pago chico, los héroes, los caídos, los que aguantaron un chubasco tras otro. Nombres que habías olvidado y que lucharon y murieron para saber quiénes eran y para que vos supieras quién sos.
Saber quién sos también es aceptar que sos parte de un país inclasificable y que la irreverencia de ser argentino se paga caro, indexado y en dólares. Y a pesar de pagar, siempre serás deudor de acreedores invisibles. Y que nunca vas a estar completamente tranquilo, que siempre habrá una marcha a la que podrás ir a gritar por tus derechos, y una marcha a la que no irás porque ahí piden por tu cabeza y tu futuro.
Y por fin está el futuro. El que vas a transitar siendo eso que descubriste al mirarte en una vidriera pero que fuiste construyendo desde siempre. El futuro es una incógnita. Pero sabés que no será sencillo. No será un camino de rosas y se oyen lobos aullando. Pero podés transitarlo porque sabés qué camino NO querés recorrer. Y seguro que de cabezón nomás vas a tomar el camino más empinado. Es que los que toman el camino fácil no se hacen este tipo de planteos.
Ese día, frente a la vidriera, si hacés un esfuerzo, vas a ver que tu vida es una prueba de postas. Los momentos que te hicieron lo que sos vienen a ser como los nudos en el tronco de un árbol. Salieron como granos, en cualquier momento y en cualquier lugar, de a dos en un día o ninguno en años. Es la prueba de que viviste. Ese día sabrás que eligieras lo que eligieras, estabas haciéndole un nudo más a ese tronco que sos. Y ahí estarás.
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