Viernes, 12 de agosto de 2016 | Hoy
Por Víctor Zenobi
Estaba como de costumbre, releyendo con cierta convicción de lo inútil, incluso parasitario, ese admirable pasaje en que Quijano se hace nombrar caballero en la venta y, que de tan obvio, suele ocultar su profundo sentido, cuando a través de la ventana, vi al hombre que custodiaba los autos estacionados en ángulo sobre San Martín. ¿Es, no es? No resistí la tentación; el azar suele tener un orden y acatando su impulso, salí para preguntarle: ¿Chate? ¿Sos vos?
Después de unos instantes de duda y con un gesto de asombro placentero, nos saludamos efusivamente. ¡Cuánto tiempo, Colo, cuánto tiempo! No quiero ni pensarlo, dije. ¡Mirá qué viejo estamos! La verdad, no supe más nada de vos... Yo sí, Colo, me dijo, te leí en el diario... me gustó saber que yo no era el único que volvía allá...
Lo invité a un café con la convicción de reencontrar ese afecto profundo de la antigua amistad ovillada en los huecos del parque o de la barranca, y que es la única reserva del pobrerío y secretamente (ahora me doy cuenta) para saber... ¿qué hizo eso de mí?
Tenía poco más una hora para volver a mis clases de lógica y hablamos de muchas cosas, pero ahorraré los pormenores. Le noté una severa cicatriz en el pómulo que intentaba ocultar una barba incipiente. Seguramente se percató de que me percataba porque se apuró a decirme: ¡Qué grande Colo! ¿Sabés cómo fanfarroneo, cuando aparece algo tuyo? Uno de los nuestros, de la república de la sexta, que la metió de media cancha... Para decirte la verdad, muchas veces no te entiendo nada, dijo riéndose, pero no importa, me gusta cómo suena. Le digo a mi pibe, tengo un pibe, ¿sabés? este era mi amigo... Mirá, lo que son las cosas, venir a encontrarte ahora. Hoy tengo para rato... Su reconocimiento me acarreaba algo de la impostura y eso, para mí, es propio de las personas que ostentan lo que tienen y en un cierto nivel social que exalta el privilegio. Ostensiblemente incómodo le enfaticé: Chate, eso se lo debo a los amigos que me ha dado el fútbol, sobretodo porque soy "el viejo".
No sé che, me dijo, lo que te pasa a vos... Para mí fue importante retornar, ¿sabés?, no la pasé bien, me mandé una macana y estuve unos años en la quintita. ¡Mejor ni te cuento! No, no, mejor contame, me apresuré a exigirle. Hizo un gesto de incomodidad y después de una breve vacilación, me contó.
Había robado en complicidad con su primera mujer que era mechera. El juez lo interrogó y como no era un ladrón de oficio, dio un sí cuando tendría que haber respondido un no.
En la quintita todo es duro, dijo, señalando la marca en el pómulo, pero bueno, yo no sabía leer y ahí aprendí... Nos enseñaban con el diario; el primer día que te leí, yo que nunca soñaba, esa noche soñé. ¿Te acordás de mi vieja? Quedó muy mal después que desapareció mi hermano, el Cholo, en la época de los milicos. Al principio se levantaba llorando y mi viejo no sabía qué hacer, solamente la abrazaba. Cada tanto, ella le preguntaba: ¿el Cholito vendrá? Sí, no, no, sí... Qué sé yo... respondía. Después me miraba a mí y me decía ¿Qué querés que le diga? como si fuese yo el que le preguntase...
Me daba mucha bronca. Yo siempre me llevé mal con el Cholo. Por cualquier cosa, terminábamos a las piñas. Mi viejo se ponía muy mal y me reprendía más que a él y cuando desapareció, me dijo: por culpa de vos y tu hermano llevo esta vida de mierda... No sé a qué se refería, lo que sí sé es que yo recibía los sopapos... En esa época, me enganché con la ñata y me fui de casa, pero sin dejar de visitarlos... así me enteré de que mi vieja, ya no lloraba al despertarse, ¿vos sabés? Una noche que fui a verlos, mi viejo me contó: se va a la cama temprano, porque todas las noches sueña con tu hermano y dice que así sabe que está vivo. Para mí que está medio loca, dijo... a veces ni siquiera se acuerda cómo me llamo. Un día lo escuché putear... a él, a mi viejo, ¿sabés por qué? porque por más que quería nunca soñaba... Ahí me di cuenta que quería más al Cholo... Bueno, vos sabés, yo nunca serví de mucho. Cuando estuve en la quintita, ninguno de los dos me vino a ver, ni un solo día. A mi vieja la entendía y al año de estar adentro, se murió, pero mi viejo, qué sé yo... era como si yo... no sé... Cuando salí, la ñata se había ido con otro, así que no tuve más remedio que volver a Berruti, ¿te acordás? Volví para vivir con mi viejo, al menos por un tiempo, aunque cada uno por su lado; él ni siquiera me nombraba... En fin, una tarde tuvieron que internarlo, porque estaba muy enfermo. Lo cuidé hasta el último día en que se despertó sonriendo, me miró y me dijo: ¡Ricardo, soñé con vos y con el Cholo!, íbamos a pescar como cuando ustedes eran chicos... Me dijo eso y se murió. ¡Qué rara es la vida, Colo! Se quedó callado un momento, como si se repusiera de una conmoción, después agregó: Pero, bueno, mirá las vueltas que di, lo que yo quería contarte es que yo tampoco podía soñar, pero un día, en que ya me habían soltado, leí lo que vos escribiste. Esa noche tuve un sueño tan real que no supe si estaba dormido o despierto. Mi vieja me preguntaba: ¿el Cholito está muerto? y yo le contestaba: No sí, sí no... ¿Podés creerlo?
Asentí en silencio, qué podía decirle... que se puede salir estando dentro... me sonaba absurdo. Al cabo de un rato nos despedimos prometiendo volver a vernos. Durante la inmediata clase de Lógica, me acosó el recuerdo de aquel pasaje de Ricardo II, donde Bolingbroke, le exige al rey, su primo, que le ceda la corona. Ricardo pronuncia un juego de palabras en el que cede sin ceder: Sí no, no Sí, que induce a distintas interpretaciones según la traducción que hagamos de ello. Yo prefiero leerlo linealmente: Digo sí a No y no a sí, puesto que ha sido depuesto y ya no tiene poder para nombrar a otro. Salvo que ese ya nos hace olvidar por la fascinación contingente del lenguaje, que en cualquier circunstancia, un rey es solo rey porque lo nombran como tal. Muy diferente a un juego de palabras en boca de un hombre conminado a los avatares de la pobreza, la desesperanza y la muerte.
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