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Domingo, 21 de agosto de 2016

CONTRATAPA

Sabiduría popular

 Por Javier Chiabrando

Uno cree que las cosas se pierden, pero alguien las esconde un tiempo y luego te las vende como de colección. O las recicla bajo eslogans del estilo "nueva fórmula", "vintage", o como parte de una época donde la vida era mejor o más sencilla. Como esa historieta del Hombre Araña que uno deja tirada en el baño y un día se remata en Sotheby's por miles de dólares. Todo comienza cuando hay que largar lastre para acomodarse a los cambios.

Así abandonamos cosas viejas, aparentemente innecesarias, inútiles para esa nueva vida que se avecina con más compromisos, cuotas, indexaciones y corralitos. Entre esas cosas perdidas o abandonadas está eso que podríamos llamar Sabiduría Popular. La Sabiduría Popular era el paisano sentado en un tronco al sol mirando pasar los autos. Si le preguntabas qué hacía él respondía: "Acá ando, esquivando el reuma, que ataca a traición como los remordimientos".

Uno sabía que había recibido una gran lección además de haberse salvado de leer los mamotretos de Dostoievski. Así se salía del pueblo al mundo, de la casa de los padres a la vida, munido de verdades elementales como las del Pequeño Saltamontes de Kung Fu, pero imprescindibles (o útiles) porque no había otras. Estaban los libros, claro. Pero eso llegaría después.

La música hizo su aporte. Saber la letra de las canciones de Sui Generis o desafinar "En el hospicio", de Pastoral, eran un reemplazo de aquellas verdades a medias. Sin olvidar que las palabras del paisano y las letras de Charly eran un gran arsenal a la hora de engatusar señoritas. En el fragor de la batalla amorosa una cosa es decir "el que nace para pito no llega a corneta", y otra recitar los lamentos de Raskolnicov.

La Sabiduría Popular incluía la ideología. Si tu papá era peronista, vos eras peronista. Para ser gorila bastaba que un tío contara una macana de Perón y vos ibas por la vida con esa cota de malla y que vengan de a uno. Pero dejó de ser sencillo. Ahora se puede ser gorila y también kirchnerista, nacional de derecha o de izquierda, zurdo que apoya a fascistas, Nestirta o Cristinista, además de ponerle una ficha a Stolbizer que es una súper gorila aliada a Massa,un peronista de Perón que viene de la UCD. El paisano habría dicho: "Al gorila es al ñudo que lo fajen". O de Margarita: "Por más que la mona se vista de seda...".

¿Dónde fue a parar esa sabiduría popular? ¿La rematan en Sotheby's? Si es así hacemos una vaquita y la compramos. En esta modernidad al divino botón, en esta vida de "lo que sea lo quiero ya", ese reservorio de Sabiduría Popular se diluyó. Las palabras de los abuelos, los consejos de los padres fueron abolidos por una vida donde todos nos recibimos de consumidores, seas bebé, millonario, mendigo o terrorista. Serás un consumidor o no serás nada. El resto: humanidad, familia, moral, viene después.

Mientras esa sabiduría popular se esfumaba, ese lugar se iba llenando de especímenes cultivados a los ponchazos, (sospecho que) sin libros, sin abuelos sabios ni canciones con verdades alternativas. Así nació una especie de "Hombre Versión Baile del Caño" u "Hombre Versión Selfie, ¿viste?" (los filósofos de verdad los llaman homo videns, hombre líquido, posmoderno, etc.), y la Sabiduría Popular pasó a ser un refrito de frases oídas a medias en la radio, zócalos de televisión con errores de ortografía y comentarios del taxista.

Yo tengo nostalgia por la época en que te acomodabas las ideas en la peluquería. Y de paso leías El Gráfico gratis. El peluquero te repetía las mismas verdades del paisano; era lo que había. Ahora no basta. Ahora para saber cómo salir al mundo tenés que medir el humor de las redes, ir al psicólogo, a un grupo de ayuda para amasijados por el neoliberalismo y a constelaciones familiares donde aprovechás para acomodar las confesiones vergonzosas que le hiciste al psicólogo.

De todo eso somos consumidores. Por todo eso pagamos. Ya dejamos de ser oyentes, espectadores circunstanciales del aburrimiento de un viejo que lo que hacía era repetir lo que le habían dicho sus padres matizado con su propia experiencia. No importa cuánto de verdad haya en cada cosa. La verdad no es importante en esta discusión. Ni cuando el paisano repetía obviedades ni cuando el taxista te habla de la grieta.

Son atenuantes, herramientas circunstanciales, placebos. Todos sabemos (algún día lo sabemos) que cada uno debe buscar su verdad según lo que le dicte su propio camino, ayudado por la suerte y el azar. Pero en tanto nos volvimos consumidores, la antigua mitología del viejo sabio regresó reformulada como aquella historieta del Hombre Araña que dejamos tirado en el baño: como si fuera importante y sobre todo como si fuera caro. Se llama publicidad, marketing, entre otros nombres.

Esa verdad ya no la dicen los viejos aburridos sino aquellos que saben que vamos comprar algo y que tienen ese algo para vender. ¿No me entendiste?: "Just Do It". O, como diría el paisano: "sólo se equivoca el que hace". La frase del paisano sabio como las de la publicidad son formas de un falso conocimiento pero que tienen la misma particularidad: no necesitan confirmarse ni verificarse. O las confirma la propia experiencia cuando las Nike se rompen y te das cuenta de que te hubieran convenido las Adidas.

En política sucedió algo parecido. Los dirigentes de pasado (los que importan, los que no, los malos, lo buenos) eran semejantes al paisano. Repetían frases nacidas de su educación íntima más la intuición. Normalmente la ideología la heredaban del padre o del entorno social. El resto era la experiencia que ganaba con su búsqueda personal y, con suerte, colectiva. Eso también se perdió y alguien lo encontró y lo transformó en algo caro y omnipresente: el marketing político.

El marketing político son frases que te venden como nuevo algo que es viejo o que no existe. Y, como la frase del viejo paisano, no se puede verificar ni confirmar. Llegás a comprobar su falsedad cuando estás en el horno. "Cambiemos", "Sí, se puede", "Síganme, no los voy a defraudar" y otras tantas operaciones que nos volvieron consumidores de nuestro propio mal demuestran que no estoy lejos de acertar (como el paisano, pero más baqueteado). Acá el paisano podría decir: "La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha". O: "De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error".

Siempre queda la posibilidad de ser siempre aquel ingenuo muchacho que tomaba como verdades las palabras de un paisano aburrido. Ser ingenuo siempre, nunca cuestionarse las cosas, creerle al peluquero, al diario, a los gerentes de marketing, sin dudar nunca, debe ser algo semejante a la felicidad. No debe ser feo creer que en la vida "Just do it" y que "hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás...". La otra es sentarnos en un banco a ver pasar los autos, hacerle un corte de mangas acompañado de una pedorreta a los vendedores de frases huecas mientras le decimos: "A otro perro con ese hueso".

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