Martes, 6 de septiembre de 2016 | Hoy
Por Sonia Catela
I.Palabras
Mido y peso cada palabra que escribo. Temo que acaben en un callejón sin salida. Ahí donde se amontonan, enciman, ensucian y terminan quemadas como basura.
(La mujer que vive en el banco de la calle de enfrente, deja de dormir. Se mueve hasta el cordón, se baja los pantalones, se agacha y orina. Luego se acomoda la ropa y vuelve a tenderse en su sitio. Es joven. De mirada que gira por órbitas lejanas. El banco le queda corto. Sus pies cuelgan en el aire.)
Cada palabra que escribo se convierte en etiqueta adherente. Un tatuaje. Escribí una frase sobre los católicos. A su favor. ¿Y ahora?
(Ella, la mujer, come algo. Dos muchachones se sientan en el banco de al lado y le hablan. ¿Presa fácil? ¿Se irá con esos entrometidos? La mujer se tiende, dándoles la espalda. No se halla en este momento sino en algún otro, impreciso)
La jefa que emitirá el veredicto sobre mis palabras, las amontona y anuda con sus secreciones de telarañas, hasta que quedan cuidadosamente atadas. Las palabras ya no pueden moverse. Petrificadas. Inscripciones esculpidas en una lápida. Mi lápida.
(Paso al lado de la muchacha de la calle; duerme. Su pierna desnuda la mugre que la cubre como una media espesa, oscura. La joven establece en el banco: de madera su país, su nacionalidad. Cuando se mueve de ahí, no pasa de la esquina).
La que lee no admite matices. Las cosas y la realidad admiten un solo significado. Ley de gravedad de los cuerpos y los vocablos. Y yo dije que los "otros" no son unánimemente sinvergüenzas. Mientras que algunos de los "nuestros" dejan mucho que desear en lo ético.
(La mujer de enfrente; su mirada no acierta un blanco. Barrilete sin cola. Ella sonríe).
Lo que escribí se desmorona sobre mi cuerpo, piedras de cerro socavado. Recibo la sentencia de la mujer que lee y decide. Culpable.
(Ella, allá, come algo. Dos muchachones se sientan a su lado, le hablan)
Me expulsan de la Agrupación de Estudios Históricos y Políticos y del empleo de asesora en difusión periodística que allí desempeñaba. Expurgada. A la calle.
(Los muchachones permanecen de pie detrás de la que duerme, observación táctil. La luz del cuarto que rento ilumina mi silueta, vigilo delante del balcón, celular en mano.
Pero a las tres de la madrugada me derribo en astillas de inconsciencia.
Meto mi biblioteca en un valijón. Debo desalojar el mono ambiente.
La mujer que vive enfrente no se mueve en todo el día)
Pulso el ascensor. La valija pesa.
(Me acerco a la mujer inmóvil. Coloco un pan en el pilar que separa su banco de éste, contiguo al de ella. Y en el que me instalo con mis Bártulos.
No lo toca. Dentro de un rato, cortaré migas y se las iré poniendo de a una en la boca. Ella las tragará. Alguien se inclina para sentarse a mi lado. Con rapidez, me coloco en posición horizontal, piernas arriba de la madera. Todavía no me voy. Hasta me traje una manta.)
Con palabras se puede destruir cosas materiales. Miro el balcón de mi departamento. Alguna vez viví ahí. ¿Cuándo fue? Me desplazo hacia el cordón de la calle eludiendo el flujo de peatones. Deslizo el cierre del pantalón, bajo mis pantalones, me agacho, orino. Observo hacia arriba, hacia la baranda. ¿Estuve ahí? ¿Era yo?
II. El acompañante
Abro los ojos; a mi lado, reclinado sobre la almohada de nuestro lecho matrimonial, Alberto; lo saludo, "buen día", no responde, intento sacudirlo, se ha esposado a mi muñeca derecha; levanto el tono de voz, "qué es esta broma, soltame", no hay broma, veo la cuerda que le oprime el cuello; pende de lo alto, incrustada en la pared. Se ahorcó de ese modo. Quizá porque una enfermedad prematura casi no le permitía caminar. O porque se cayó de un salto a la nada.
Durante la noche, no percibí movimiento alguno. Mi sueño es profundo.
grito. Llamo al 911. La pesadilla de uniformes azules se mete en la casa.
Finalmente, hay un entierro sin bendiciones.
Pero, cuando salgo a diario en mi rutina de correr a lo largo la costa del río, proyecto dos sombras humanas. La mía, y otra que trota a mi par, esposada a mi muñeca, con un trozo de cuerda al cuello flotando en aire.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.