Domingo, 26 de noviembre de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: Probablemente sea la peor contratapa que te haya tocado escribir. Puede. No la peor, corrijo. La menos lucida, la menos querida. Tampoco sé si es para tanto. Con toda seguridad es la que más te va a molestar. Y la que más va a molestar. Puede.
A veces pienso que uno escribe para sentirse menos solo. Otras, la mayoría, para cultivar ese raro espasmo (¿de soberbia?) de creer que al resto le puede interesar lo que decís. Eso ha de pasar, al menos, con los que publicamos. Desde el periódico de la escuela hasta el editorialista más importante del planeta. ¿Por qué dejaríamos hacer conocido lo que pensamos si no es para vanagloriarnos de que somos interesantes? Si hay un irreprimible deseo parecido a la pasión por una vocación, una fuerza incontenible que nos obliga a escribir, alcanzaría con expresar lo que uno quiere, guardarlo en cajas si es papel, en un disco desconocido si es computadora. Pero no. Insistimos. Queremos verlo en manos de otros, bajo los ojos de otros. Queremos estar menos solos. Y para ello, claro, hace falta la aprobación.
Hoy podrías, me dijiste, escribir dos o tres ideas ingeniosas sobre la solidaridad post tormenta y la compañía estaría asegurada. O es que no conmueve la historia de esa familia que vive bajo las chapas que desarmó su casilla para que sus vecinos, con muchos más problemas, me dice el dueño de casa, puedan tener techo. Más problemas son nueve hijos, uno con deficiencias mentales serias, un plan de trabajo de ciento cincuenta, unas changas de lo que se pueda. Idelfonso, así se llama el hombre, desarmó sus paredes de chapa, poco agujeradas por el hielo asesino de los otros días, y lo convirtió en techo de Aldo, su vecino, padre de tanto crío que lloraba la vida. Por ahora duermen todos juntos, se turnan, hacen lo que pueden. Idelfonso conjura, seguro, tu soledad.
O quizá podrías haberte dedicado a criticar con ácido literario los disparates impositivos de los que gobiernan que, curados de la turba que se vayan todos, siguen jugando de menor a mayor, desde el tibio tenedor de un poder comunal hasta el dueño de todas las decisiones nacionales, a "fregarse" de todos nosotros. Porque no se trata del tamaño sino de las proporciones. El presidente que dice que el que depositó dólares recibirá dólares y entrega patacones es el mismo dirigente que promete pintar los cordones de la vereda del pueblo y usa la plata de la pintura para jugársela poker en la localidad vecina. ¿Entonces? Que todo supone que para que haya un sádico, debe haber un masoquista. Psicología de barrio, me decís. Sea.
El congreso de la Provincia, podrías haber escrito, dispuso que vos y yo paguemos veinte centavos de mango por cada boleta del servicio de energía eléctrica. Ajustables, eso sí. Es que hay que promover un fondo de investigación del biodiesel. Y, lógico, lo vamos a financiar vos y yo. Y todos los honorables contribuyentes de esta invencible provincia vamos a ser los mecenas de los científicos que se preocupan porque el petróleo se acaba. O también hubiera ejemplificado muy bien la cosa el contar que la Municipalidad, encargada del barrido, alumbrado y limpieza, para lo que cobra una tasa cree que los comerciantes deben pagar de su bolsillo un plus para que le limpien la basura que hacen (¿limpieza?) ya que son contribuyentes especiales. Tan especiales que pagan más impuestos (¿incluye más limpieza?), más derechos de registro e inspección, más de todo.
Pero no es el caso. Esta rara manía de creer que la solidaridad sólo se financia con el bolsillo ajeno y que no merece protesta mientras sea bien ajeno, del otro, quiero decir, hubiera ameritado una buena contratapa con atención de muchos, enojo de unos cuántos y hasta insulto que invita a que otros la lean. Soledad aventada, con seguridad.
Pero no es el caso. Vos querías escribir de otra cosa incómoda, me dijiste. Y es cierto.
Dos: Desde el miércoles pasado, desde ese desastre natural imprevisto (y ojo que no dice imprevisible ya que un buen meteorólogo con implementos adecuados pudo advertirnos una hora antes de la pedrea, dicho sea esto para los diputados y senadores nacionales que bien podrían interiorizarse del desguace de radares del Servicio metereológico), desde entonces, a las chapas agujereadas, cristales y parabrisas destrozados, moretones y golpes varios, se le sumó la desesperación del daño repentino a la desesperación de la pobreza de hace tiempo. Claro que mal de muchos es consuelo de pobres corazones y de tontos pero un semáforo abollado, tu auto con deformaciones y abollones suelen ser cuestiones menores frente al que se queda sin chapa en su casilla, inundado en el barro, solo en su soledad. Y las comparaciones, me dijiste, son siempre odiosas. O andá a explicarle a quien pasó su vida ahorrando peso sobre peso para comprar un pequeño auto que lo enorgullece en su familia que mil mangos es poco frente a quien vive en una villa. Pero espero que me entiendas. No comparo. Priorizo, te dije. Y creo que no te convencí.
Entonces a la piedra sucedieron los piquetes. Y muchos. Y tantos. Cuando aparecieron, por primera vez, hace años, en nuestras rutas, íbamos viajando hacia no sé dónde. Con calor, cansados, pensando que no era justo que nosotros fuéramos detenidos por un reclamo que no podíamos resolver, me dijiste: El piquete es un invento de alguien genial. Porque lo pensó o porque su intuición no le falló, "piquetear" es un modo creativo de interrumpir el fluir de las cosas, de este sistema que no lo detiene ni una guerra, ni una muerte. Es cortarle los vasos comunicantes al desesperado progreso a cualquier precio y paralizarle un brazo, una mano, al menos un dedo. Porque el sistema no para. Apenas si le paraliza una extremidad. Es una rama de ese cuerpo que hace parir desigualdades que bloqueás, a ver si reacciona. El piquete es la desigual lucha de David que sabe, en el fondo, que no le va a ganar a Goliat, pero juega sus posibilidades como si fuese a dar vuelta la historia. Tanto romanticismo, me dijiste, me impresiona. Creer, me dijiste hace años, que los que queman gomas y no te dejan pasar es como buscarle el talón a ese luchador bañado en el mar de la impunidad, suena a lectura de un libro que jamás tuvieron ocasión de ver los que protestan que siguen creyendo en el foquismo permanente, en el conflicto eterno. Lejos. No sé, me parece lejos, me dijiste.
Y esta semana fueron otra vez. Esta semana fueron los piquetes. El mismo método de cortar un vaso capilar que haga doler a la arteria principal. ¿Y sabés qué?, me preguntaste. Que sentí que no era lo mismo. Por eso te advertí que no me escribieras, porque te iba a resultar incómodo. La pobreza de doscientas mil (?) personas que viven en villas en esta ciudad que explota en construcciones, en soja almacenada, en autos cero kilómetro es vergonzante. Pero en las filas de gente detenida también había vergüenza: Laburantes de buena leche que habían sufrido (menos, es cierto, pero sufrido al fin) la pedrea y miraban a todos lados para saber cómo zafar. Y zafar solos. Porque el tener un trabajito, un oficio, un algo los hace excluidos de toda ayuda posible como si tener, trabajar o querer ser fuese un pecado para que el estado los considere dignos de asistencia. Entonces, creí ver, la pelea de un lado y del otro de las gomas quemadas era de los mismos. Otra vez de libro: La pelea de nosotros con nosotros mismos. Los capilares dolían allí mismo, mientras que el cerebro seguía irrigado por otro lado.
Ni el funcionario que no invierte en radares que prevengan tormentas, ni el que sigue jugando a abrir por izquierda autoproclamándose la nueva política progre y cierra por derecha con la acumulación total de poder y el uso del dinero público para favorecer a las mismas corporaciones económicas que dice aborrecer, ni el que grita que no quiere la represión (¿dejar pasar a un laburante es reprimir?) pero reprime todos los días con sueldos de hambre, con impuestazos, con amigos nombrados en cualquier puesto, de juez, de ñoqui o de lo que sea, descuida la escuela pública y juega a hacer salud pública chicaneando a su opositor, ninguno de esos (y la lista sería interminable) padecieron de la llegada de flujo en sus arterias principales.
¿Qué la pobreza está por encima de mi comodidad burguesa?, me preguntás. Y claro. No soy tan idiota. No juego, tampoco a la demagogia, de decir que los excluidos merecen todo cuando por lo bajo y por detrás lucro con los excluidores. ¡Y cuánto que hay de esto! ¡Cuánto aprovechador de la pobreza hay para ganara espacio en un cargo o desde la lengua pública! Pero pregunto, si es que se puede, si lo que pasó no favoreció a los mismos que nada hacen por combatir la desigualdad, que distrajeron, hicieron cortina de humo, centrando el debate en saber de qué lado de las gomas había que estar cuando en realidad de lo que se trataba era de ponernos todos del mismo lado y mirarlos a ellos, con gesto de furia. Sigo preguntando: ¿no fue, en este caso específico, una pelea funcional entre pares más o menos parecidos?
Porque imagino, aunque no sea progre, que se puede preguntar, ¿no? Aunque sea incómodo.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.