Martes, 27 de marzo de 2007 | Hoy
Por Miriam Cairo *
Ensayo sobre la flaqueza. La debilidad es una cosa poco correcta. Y no hablo sólo de una noche de pesadillas o de necesitar ayuda para mover un mueble sino de temerle a una mirada. Hablo de perder la integridad física ante una mirada. Hablo del encogimiento del alma. Hablo de no ser un yo cuando esa mirada nos fulmina. La debilidad es la verg_enza de los débiles y su responsabilidad. Todo los fuertes lo saben: los flojos son flojos por propia culpa. La víctima crea a su victimario. El muerto a su asesino. El hambriento al hambre. El solitario a su soledad. Por consiguiente, la debilidad no es débil, es conspiradora. Con su impotencia física, con su anemia psíquica, con su bajo rendimiento combativo, manipula los instintos del victimario, que no se puede detener ante el éxtasis del exterminio.
Quien es lo suficientemente débil para temerle a una mirada también es lo suficientemente fuerte para seguir de pie, quebrado, torturado, denigrado, ante esos ojos que lo aniquilan. No morir, es un claro gesto de fortaleza y testarudez. Una de las razones de subsistencia puede ser que el propio instinto de existir, en la fortaleza del débil, sea más fuerte que el deseo de autoexterminio. Otra razón posible puede ser que, no acabarse, sea la máxima expresión de su poder y de su culpa. Cualquiera sea la causa, el débil sigue en pie, lacerado por el filo de esos ojos, amedrentado ante el mirar de todos los ojos del mundo, pero dispuesto a sostener su inviolable flaqueza.
Ensayo sobre un supuesto. Un día encontraré los remos para salir de aquí. Y saldré porque hace mucho rato que navego. Tengo ganas de ver a aquellos que apoyan los pies sobre el suelo y alguna foto mía donde pueda reconocer mi cara. Sólo me preocupa saber hacia qué costa llevaré mi barca. Estoy tan a gusto así, perdida, que no quisiera dejarme lastimar por la seguridad de un rumbo. Cuando encuentre los remos trataré de no renunciar a mi espontaneidad. Tampoco quiero llegar a las orillas para ser como los otros. Les diré a todos que no tengo más habilidades que los sueños y es por ello que me he excluido de las costas, voluntariamente. Pero dar explicaciones no es todo lo que haré. Podré hacer mi paseo circular sin remos y sin orillas. Por lo demás, sólo quiero regresar para ver los pasos de los que pisan el suelo, mi foto, la lluvia sobre el asfalto, pequeñas cosas, lo admito. Pienso que cuando regrese, encauzaré mis pies junto a los pasos de los otros, con cautela, porque los caminos del suelo serán muy reales pero no me entusiasman sobremanera. Y por supuesto, no confundiré el abrazo con la estrangulación, la libertad con la indiferencia, el espacio con el abandono, la prudencia con la mezquindad. Cuando salga de aquí estaré lista para reconocer que vivir es tan alucinante como inventar palabras.
Ensayo ilusorio. El obstáculo de las ilusiones radica en que no quieren ser agua, no quieren ser salón de ventas, no quieren ser hígado ni riñón. Las ilusiones se dejan mecer por el viento y no saben que carecen de plasma, hipófisis, semen, cuernos. El valor de las ilusiones es igual al de las arenas movedizas. Cuesta bastante cimentar en ellas un edificio. A veces me pregunto cómo pueden seguir siendo ilusiones. Pero las comparaciones desafortunadas no les afectan y nunca les falta una finura para volverse cautivantes o una invisibilidad para evaporarse.
Las ilusiones saben bien que el humor no es un privilegio de Borges ni de los gatos y que ser tangible no significa ser real. Ser colorido no significa ser bello. Son muchas las teorías acerca de lo que las hace ilusorias. Incluso hay sobreinformación al respecto, pero la única teoría que me siento autorizada para mencionar es la mía: "todas las teorías acerca de las ilusiones son correctas pero inconclusas." Sólo agregaré que sir Nicholas EmbleyHeap, diplomático, ensayista inglés y fumador de pipa, afirmó en 1.989, que hacer pie en el torrente de las ilusiones, en el remolino de las ilusiones, en el agua estancada de las ilusiones, lo llevan a uno a convertirse en un animal extraviado, sin remos y sin orillas. Lo afirmó en un ensayo titulado "La ilusión tiene sus cosas" y lo volvió a retomar en sus breviarios "El cajón de los descubiertos". Su visión del asunto puede resultar inmaterial para todo iluso que busque en las ilusiones, la materialidad y las pompas. Sin embargo, sir Nicholas EmbleyHeap asegura que la vida sin ilusión sería una escasa nomenclatura, una mezquina sucesión de episodios. Sus insomnios inútiles le sirven al fumador para desplegar sus prolíferas ideas sin fin alguno. Yo creo que, aun resuelta la idea de estar de pie sobre el agua, queda por resolver el problema de la noche, esa bestia alucinada, que nos atrapa como a insectos, bajo su manto.
Ensayo sobre el fin y las circunstancias. Ella no es producto de una costilla ni participó de una distribución equitativa de bienes y desgracias. Tampoco creyó nunca que lanzar gemidos de loca fueran halagadores para el donante de semen o de costillas. En pos de una discreta sinceridad, ella se ha ocupado de sí misma, y sin confundir el fin con las circunstancias, se ha entregado espontáneamente a su propia voluptuosidad. Ordeña para sí misma los deseos y penetra su propio deleite con los dedos de la vida. De este modo resiste el aplastamiento del mundo y el tedio de la humanidad. Elige primero estremecerse sobre una idea amorosa para llegar a la concreción con estilo propio. Al sufrir la consecuencia de sus actos, cae en un sartal de orgasmos a veces superficiales, a veces profundos y siempre generadores de otros futuros. Ella no puede escapar a la habilidad voluptuosa, como ciertos donantes y receptores de costillas no pueden salvaguardarse de la anorgasmia.
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