Martes, 10 de abril de 2007 | Hoy
Por Federico Tinivella
La piedra es flujo lateral de luz
puerta extrema
hendidura blanca en el follaje.
Salvador Gallardo Cabrera
Un hombre desgarbado pasa delante de un muro escrito, lleva un kilo de explosivos en un bolso de mandado, con agujeros como un colador. Un bolso viejo de hilos de nylon, el bolso que llevaba Mari, la tía que vino de Misiones, la de ojos como pomelo rosado o eso le decía su marido, un agricultor en ruinas. Se vinieron para acá con los pañales del nene en el bolso de color, traían también cajas con libros viejos, ropa vieja, muda de ropa, de cuerpo mudo.
La ruta es helada, un hilo helado, algunos pañuelos trajeron, esos que se regalaban para navidad. Allá habían dejado un patio salpicado de luz, con sifones de soda de vidrio que eran decorado, porrones sucios y algunos gatos que no tenían nombre ni dirección. Él salía de la tierra como un insecto y se dormía en la vieja silla de madera con el cigarro pegado a los dedos amarillos, los gatos se quedaban dando vueltas por ahí. Él se dormía marrón, marrón oscuro, como el cielo antes de la piedra. Quedaba manchado de huellas, de caminos de pólvora. Los gatos se dormían en los pies y la luz, que ya quedaba poca, se filtraba por las hojas de unos árboles sin tiempo que eran generosos y daban una sombra gentil y
gorda como la mirada de su mujer, que pensaba que bueno hubiera sido tener una cámara para retratar el instante infinito del sueño.
Ahora en Santa Lucía, en la casa del sobrino, que salió. Los techos desangrados, una estructura que tiembla, será el paso gastado del tren, unas burbujas gastadas en una copa vieja, esas copas que regalaban en los casamientos a nuestras madres. El techo mutilado, los huecos en las estructuras, abajo se descomponen las figuras de objetos sin gracia. Las piedras duelen en la cabeza dormida, una piedra en la cabeza. El murmullo rojo de las gotas batidas en un pico que es frontera y el grito de las gotas agitadas, gotas duras. Asesina nube, manta negra, de piedra salgo, el dolor del blanco en el verde de las zanjas. Un chispazo, un hueco en la estructura, el cuerpo de las cosas agujereado. El hielo brilla en una luz imaginaria y dispara sobre la pick up y un golpe en la carne, un disparo. Otra vez barro en las pupilas, en lo que ven, un territorio devastado, la ausencia. Se descongela la mirada en la espalda de las latas de pomarola vencida por el flujo de aquello que es inexplicable. Lado b, lo despachado. En carritos de súper pasan de un cuadro a otro, como si algo así se salvara de semejante ilusión maldita.
Está sentado el tío junto a la ventana de atrás mirando la repetición de casas iguales, que con el tiempo fueron adquiriendo su personalidad, esclavas de alguna necesidad. La piedra que no lleva adentro un poco de aire, un hueco en la pared, un hueco en un hueso, en un cuerpo.
Las palomas salpicadas como granos, en la cintura de la tarde oscura, los autos disparados a ninguna parte, como si acelerarse fuera la premisa para encontrar los ecos, los lazos de un refugio. Una garita que es límite y prisión. Los refugios, los planes, los panes, mojados, los agujeros en el fibrocemento de Santa Lucía. Oh Lucía ya no tan santa, de piedra violada, dolida ahora por la consistencia de lo que viene de arriba, lo que dictan de arriba, Lucía ya no tan santa. Otra vez escupe en un laguito que se armó en la cocina. Apagaron la luz, el agua orada la piedra, estallaron las persianas de un lugar claro que desaparecía en el jugo negro, que violaba la transparencia. El negro habita un segundo de la tarde. Techo de hilo, mansa muchedumbre despareja, en el desalojo, la chanchada. Una zanja es una herida y se desprenden del tic tac los martillos duros en el papel. Fuimos armando castillitos de cartulina, tiernos refugios de malbón para los ojos del vecino, el canterito. Los espejos estallaban como los vidrios del sedan, una música, un cosquilleo, el ladrar del musiquero. Se descascara el bolso de nylon como cuando de chicos el verano. Me pica la cascarita, me pica la cabeza. Lucy in the sky with diamonds. Un bolso cargado de explosivos, algunas cajas de vino ácido, gaseosas sin nombre como aquellos gatos, ya llegaba, paró en la garita. Un campo minado, la mirada nadando en un desierto blanco, una cuchara, un pozo, una cuchara en un pozo. A qué oído abierto de magnolia gritarle como aquellas fonolas, decirle ey despertate, allá afuera se desató la piedra. Ve un cielo cuervo, un cielo manchado que ya no escapa, no es tapa. Es un cielo con lunares, pero de que vale ahora desplegar la tela, mojar esos puntos de luz, sacar los pomos, el blanco, ponerle blanco al blanco, de qué sirve Lucy?
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