Sábado, 2 de junio de 2007 | Hoy
Por Víctor Zenobi
Que muchos de los mejores poetas americanos, de un tiempo a esta parte, han sufrido la influencia de César Vallejo, no es una novedad; por supuesto, se da por sentado que esa influencia no es uniforme, ya que de hecho se hace sentir en poetas disímiles. Hay poetas que intensifican la influencia de Trilce, proponiendo en la elegía o la épica un lenguaje o una sintaxis que necesita de un arduo trabajo para ser comprendida. Silvio Rodríguez también hace sentir la influencia de Vallejo, pero es la que deviene esencialmente de "Poemas humanos", la que se concilia con la influencia de Martí, con el predominio del romancero y por consiguiente con una poesía que sentimos o denominamos como popular. Una poesía que reclama de forma inmediata una sensación física, una emoción, no un juicio intelectual. Quiero decir: sentimos de inmediato su belleza antes que su complejidad.
Por otra parte hay siempre, o casi siempre, creo, una puesta en juego, puesta en escena de lo que llamaríamos (a riesgo de ser anacrónico) una estructura imaginativa propia de la época, de las circunstancias y de lo que llamamos muy sospechosamente subjetividad, si esta no es más que un cúmulo de circunstancias. Más allá de esto, y tal vez por esto, en la poesía de Silvio Rodríguez, aparece claramente una tendencia representacional sumida en una suerte de abstracción o enigma que se vincula siempre con un afecto desprendido de una cualidad...aunque sea reconvenida. "Una mujer con sombrero...corrompiéndose al centro del miedo y yo, que no soy bueno, me puse a llorar...". Esa parece ser la primera de sus cualidades, (digo primera por comodidad) la vinculación de lo concreto con lo abstracto y que sirve a una parte del soporte de sus figuras. En correlato, podríamos destacar las imágenes que contactan lo infinitamente pequeño con lo infinitamente grande "una gota fui de la marea, la playa me hizo grano de la arena. Fui punto en multitud por donde fui, nadie me detectó y así aprendí...volví mi corazón a Casiopea". He aquí el nudo de lo poético, de lo que excede la pretensión del genero, quiero decir, la vivencia poética que casi siempre respira en una pregunta ante el misterio de lo que está allí, inmiscuido en cualidades asombrosas, y tal vez, sólo tal vez, para que devanemos las preguntas. "¿Por qué la luna es blancura que engorda como adelgaza? Sí, efectivamente el sentido ético de la poesía que anuda la verdad, el bien y la belleza (o la belleza del bien decir) es hacerse cargo de una verdad en donde uno se encuentra: "Yo vine para preguntar" "¿Por qué una estrella se enlaza, con otra como un dibujo?" Las distancias se anulan en el corazón de lo poético y lo cercano reaparece con el sentido exacto que reclama, desde la implicancia interior con que fue concebido... No es una cuestión de distancia espacial ni temporal...sino de una afección que nos impulsa al conocimiento, al contacto con lo que está allí sin mi consentimiento y para que yo lo crea. ¿De afección, escribo? De afección reitero. El afecto y su imagen tienen muchas propiedades y derivaciones; el amor suele ser una de ellas. El amor por la poesía implicó desde un comienzo una aspiración musical; la idealidad concebida en un mundo de formas, de allí la permanencia de su prosodia, de su ritmo, de su métrica...que tanto más se intensifica cuando acompañan la música surgida o sugerida por la diversidad de instrumentos. Sólo que aquí y como conviene a un ámbito revolucionario (sea el que sea el sentido que le demos a esa palabra) la música es extraída de dos instrumentos llevaderos, la voz y la guitarra, que eran los instrumentos idóneos de los juglares. Instrumentos fundamentales, para lo que esa poesía expresa: la patria, la niñez, la revolución socialista, el futuro, el sueño y sobre todo el amor. Un amor que puede surgir de la partícula o elemento más pequeño y fiel a la contactación que el trovador le otorga, ascender o diseminarse en el más grande. "la madre vive hasta que muere el sol y hay que quemar el cielo si es preciso" Esta gradación parece el producto de un desarrollo, algo así como partir del amor físico, nominal, el amor encarnado en alguien que envuelve el sentimiento o la afección, se llame "María", "Paula" "Roxana", "Casi Gladys, Carmen y un poco de todos...o una mujer innombrable", que, por su potencia, progresa sobre las ideas y los objetos, en suma el mundo que nos rodea. "Hoy mi deber era, cantarle a la patria...y creo que acaso, al fin lo he logrado, soñando tu abrazo, volando a tu lado" Por supuesto, se dirá esto comporta una facilidad, ya que el amor es una experiencia fácilmente evocable, de allí que la poesía y la canción recurran a él con suma insistencia y, muchas veces, insoportable patetismo, pero justamente por eso, es sumamente complicado referirlo. Por de pronto, no basta con decirlo o transmitirlo tal como se siente, hay que sufrir el trabajo de la transformación con que nos urge la poesía. Hay que dotarlo de un excedente, un algo que oscila entre el texto poético y la música de la poesía, que muchas veces se resuelve en algo "que me duele algo menos cuando partes, porque aquí te me quedas de algún modo..." en suma, algo digno de ser retomado en el recuerdo y en el seno profundo de una "melancolía" creativa, para reactivarlo, para robárselo al olvido.
Por supuesto, el recuerdo, la imagen del recuerdo es siempre susceptible de una compleja transformación, ya que dura mucho menos que el instante del cual se ha desprendido, motivo por el cual una mariposa, que también es hija de una transformación y está destinada a vivir unos instantes, se torna idónea, porque "qué manera más extraña de recordar tienen uno. Hoy recuerdo mariposas que ayer solo fueron humo..."
Cuando asomamos a la poesía de Silvio Rodríguez, lo repito, sentimos la contactación de lo pequeño y de lo efímero, que por la envoltura de lo poético se torna esencial, acaso por ser susceptible de múltiples transformaciones. De allí, que muchos versos parezcan inmiscuirse en el proceso de una revelación que sorprende, porque se soporta sobre cualidades arrojadas sobre objetos comunes dispuestos de una manera tal, que revelan una cualidad hasta ese momento ignorada, y que en la nueva disposición, queda sobreseída. Metáfora de los múltiples sentidos con los cuales enriquecemos el mundo si somos capaces de buscar: "En el borde del camino... una silla,..." La metáfora y la metonimia son soportes inevitables de todo lenguaje; son soportes estéticos también, porque el lenguaje por sí mismo lo es. Por supuesto, su formalización, para ser destacada de la recursividad a que el lenguaje mismo somete, exige una apreciación que perfora la consistencia de lo que llamamos real. Por lo menos la idea conservadora de lo que se entiende por real. En Marx, la verdad del mundo es el trabajo porque modifica la materialidad de la naturaleza y la pone a nuestro servicio; en Silvio, la verdad del mundo parece ser la música de la poesía porque se materializa en la revolución del lenguaje, virtualizando relaciones impensadas que descubren un fondo verdadero. Por de pronto esa verdad que siempre hay en lo que uno cree; sobre todo en la poesía. No importa que sea la verdad de lo que uno desconoce y que pernocte en el saber sonámbulo u onírico de uno mismo. Al fin de cuentas: "El trance me ha mostrado otra lección, el mundo propio siempre es el mejor...Quizá ya no sea yo cuando me encuentre."
Esta sucesión de temas esenciales, derivadas del afecto como hemos dicho, se dispone explícitamente en una intimidad que libera humildemente sus voces. Y no es el caso de extendernos aquí en las influencias inevitables tanto poéticas como musicales. Importa mucho más el efecto que subyace en el dar voz y vivencia, en dotar de música y poesía a lo cotidiano, exigiendo el reconocimiento de que los amores comunes, los trabajos forzados, los sentimientos abatidos, ignorados, son el soporte de los que más se han celebrados. Toda poesía tiene desde aquí un origen comunitario, una voz y una imagen que son tales porque pertenece a lo que nos identifica, a lo que nos vincula. "Mi amor no es amor de uno solo, sino alma de todo lo que urge sanar ..." La verdad es que resulta difícil, en extremo difícil, transmitir en una nota los momentos más altos de la poesía de Silvio Rodríguez, ni que hablar de la música. No es suficiente destacar la rara intimidad desdoblada que sus versos despiertan en el trato de un quehacer cotidiano que refleja a cualquiera y que, paradójicamente, nos invita a reconocer que nadie vive todo el tiempo poéticamente. Tal vez sólo unos instantes "un diminuto instante inmenso en el vivir" en donde aparece o reaparece lo poético, latente en el fondo de la niñez o de un sueño. Quizá por eso, la poesía sea tan importante. Siempre surge de una crisis que de muchos modos intenta atenuarse. No en vano pergeñamos mundos imaginarios en la osadía de nuestra imaginación. "Yo he preferido hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado."
Las obras bellas nacen antes que nada del trabajo sobre las formas y en este caso, extendida en los modos sensibles de la presencia fónica y musical de la palabra. Todas las formas poéticas parecen celebradas y en ellas el "sortilegio" de tantos versos logrados: endecasílabos, alejandrinos, versos libres, regulares e irregulares, de arte menor y mayor, conciliación de palabras que consienten la rima interna o deciden la aliteración propicia a una cadencia inusual que desata sus efectos, livianas como una gaviota o terribles como un disparo de fusil. Todas estas formas persiguen la identidad cambiante de las cosas y la permanencia en lo fugaz de ciertos principios legislados por la fidelidad a lo poético, a la experiencia poética de la vida, que por el hecho de manifestarse requiere un compromiso y un compromiso, siempre implica por lo menos dos. Justamente por eso, es agradable reconocerla en nuestros oídos; la crisis o la disconformidad esencial de la que emana, nos recuerda que no vivimos el mejor de los mundos posibles, cosa que en cualquier caso compromete a los hombres. Sí. Tal vez, Este "hombre es algo que debe ser..." valorizado:"Pobre hombre de arena, campesino, borracho de las sombras de mi calle, sin hijo ni árbol ni libro".
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