Lunes, 4 de junio de 2007 | Hoy
Por Sonia Catela
Que manifieste su última voluntad, y sabiendo lo que le espera, el coronel expresa su deseo: aliviar la vejiga, o "mear", como me escupe sin humildad, aunque las circunstancias podrían lijarle la cresta; juzga con cierta socarronería el block de hojas y la birome que le pongo al alcance de la mano para que escriba su testamento político, con acusaciones públicas a sus verdugos, como se espera, palabras que devorarán los diarios y los libros de historia, y sin hablar, pasa de largo y me ignora (gesto de: "dejate de joder" ). Meto la librería debajo del capote, apuntando siempre con el arma reglamentaria al tipo, y el tipo, que va a enfrentar el pelotón de fusilamiento dentro de un rato, da dos saltos hasta la puertita, se agacha, desaliñado, con barba y olor a sobacos, (a nadie se le ocurre que puedan dispensarse modales y cortesías donde se cuentan las balas y sus destinatarios), y sale a la noche; se desabrocha la bragueta (faltan doce minutos, le aviso) y a punta de arma contra su nuca, larga un chorro tranquilo, que acompaña con el silbo de una canción que no sé qué es pero seguro no la marchita. Ha dicho que no quiere ni curas ni biblia y no aceptó tampoco una botella de vino. Mea.
Y se las arregla con las manos ligadas y los pies atados. Pero no se salpica una gota. A un hombre al que instalarán contra un paredón para que le disparemos, no cabe ofrecerle ayuda para orinar. Todos mis ojos se ponen en él. No se puede escapar. No se va a escapar. Lo obligarán a apoyarse contra un muro, y lo fusilaremos. "¿Seguro que no tiene nada que escribir?". "No es hora de discursos"; se abrocha los botones. Y agrega que ya ha sido dicho lo necesario y más. De atrás, de la barraca, crece el sonido del arreo; empujan a sus compañeros hacia el matadero. Acepta un cigarrillo póstumo; se lo paso encendido. "Estos son los pagos de... " se interrumpe. Todo el exterior bulle en órdenes, empellones, clicks de gatillos que se activan. Una voz de mando grita "Ibáñez". Ibáñez soy yo. "Desate al reo, Ibáñez". Mientras le quito las ligaduras, susurro: "Coronel, yo lo admiro. Comparto sus principios, sus ideales... Trate de huir, coronel". No se mueve. "Qué yeta la tuya, pibe" responde, "mirá que venir a tocarte la conscripción justo este año". Da profundas pitadas. No se mueve. "¿Está seguro que no quiere dictarme un testamento político, coronel... me encargaría de hacerlo llegar a quien fuere...". "¿Testamento? No llegó la hora del réquiem, todavía" ."¿Un discurso?. Pisa la colilla. Sabe la que se le viene. No se mueve. "Vos vas a ser mi discurso, pibe". "¿Yo?". "Este día va a ser mi discurso. Y vos. Ya vas a ver."
En lo hondo de las tripas de la noche la voz de antes grita: a correr, a correr. A mi alrededor se empuja a presos que emprenden carreras desorientadas. "Fuego". Y sobre sus espaldas se clavan disparos clandestinos, vendados por la oscuridad, tapados; desde el anonimato se perforan nucas, espinazos que no tenían la menor chance de trasponer los alambrados del basural, ir más allá.
Camino en línea recta. Busco al Coronel antes de que lo saqueen; tomo las fotos que lleva en su bolsillo, la libretita de apuntes, un pañuelo en el que ató su anillo de bodas. Le seco el rostro bañado en llanto.
"¿Qué pasa con vos?" me sacude un oficial a punto de trompearme. Me ha capturado en la contemplación inmóvil del muerto. Contesto como me enseñaron, cuadrándome, dirigiéndole la venia, golpeándome el pecho, aprontando el arma. En la confusión de corridas, el oficial se aparta y persigue un movimiento, un remolino raro. Caza un gemido residual allá; lo fusila. Me olvida, se olvida de lo que sospechó. Que yo no había disparado. Pero volverá en cualquier momento a cerciorarse. Y si revisa mi fusil corroborará lo que malicia. Aprieto el gatillo contra el piso. La bala levanta porquerías del basural. Botellas plásticas. Trocitos de papel que flotan, caen y empiezan a decir las primeras palabras. Y no paran. Decreto 10363. Pena de muerte. Documento de fusilar públicamente inscrito en el Boletín Oficial. Unico. Junio. 1956. Ya no cesarán de hablar. Desgranan el discurso que el coronel no tuvo necesidad de escribir.
...
*A los fusilados de 1956
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