Miércoles, 13 de junio de 2007 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Nadie -dice- empieza una relación sentimental en la primavera pensando que en el otoño tu amada y objeto de todos tus desvelos, va a estar de vacaciones durmiendo con otro tipo. Yo lo miro, asiento entre dudas y recuerdos, doy un paso suave pero falso que hace trastabillar una roca que brilla en la mañana y decido inclinarme un poco más para hacerme fuerte en la pierna derecha que pisa el basalto. Me parece lejano el recuerdo de la ciudad y ajena la idea de vacaciones. El sigue, sin embargo, hablando.
Del mismo modo nosotros -relaciona- no empezamos nuestra militancia pensando en la pastilla de cianuro como recurso corriente para proteger a nuestros compañeros, ni asumimos la violencia imaginando un futuro de tortura, encierro y opresión indiscriminada y general.
Yo lo oigo decir esto con cierta atención y un disimulado pero severo temblor en la espalda, pero una arenisca que desliza a causa del peso de su cuerpo ya maduro que se apoya en el borcego izquierdo me trae al alma una duda respecto de si podremos alcanzar la cima o pereceremos en el intento. Su pisada, pienso, hace que recuerde el dolor de mi rodilla izquierda.
Nosotros -sigue diciendo después de hacer firme el pie derecho- lo único que hicimos es renunciar a la ética corrupta del sistema, denunciar -dice- la doble moral perversa de una sociedad enferma que en una mano ponía el imperio de la constitución y las leyes pero en la otra basaba el poder político y económico únicamente en operaciones militares y poder de fuego burlándose de la libertad y soberanía de los trabajadores y el pueblo y proscribiendo a las grandes mayorías con la complicidad de la derecha corrupta, cipaya y entreguista.
Yo lo oigo hablar de moral mientras lo miro dar tres o cuatro pasos más firmes cuando llega a un lugar donde la pendiente no es tan pronunciada y hay menos rocas fragmentadas, lo veo pisar la tierra que se ha acumulado con los años encima de la dura roca cristalina pero no puedo apartarme de la primer imagen que me dio, la del tipo que empieza en la primavera temiendo que el otoño encuentre a la que él cree su mujer con otras joyas, en otros lugares, con otra gente; la violencia -pienso- tal vez sea cierto que está en nosotros.
Te digo que eso lo hicimos -asegura- en todas partes en que pudimos: volamos polvorines, desarmamos vigilantes, asaltamos cuarteles, secuestramos directores de multinacionales, tomamos centros urbanos, hicimos propaganda, distribuímos víveres y bienes entre los más necesitados, dinero entre los sindicatos combativos y organizaciones comunitarias, siempre pensando que lo que estábamos haciendo era guiar al pueblo por el camino de la insurrección armada en el mejor camino hacia el socialismo que era -aclara- una especie de momento de triunfo de los buenos con espacio para la justicia, la equidad, la felicidad y la armonía.
El relato me mantiene tenso, atento e interesado; pienso si realmente alguien en su sano juicio puede sostener que esa repugnante colección de estragos que viene de enumerar puede tener algo de la libertad guiando al pueblo, pero el terreno, que de a poco se va volviendo más escarpado y difícil a causa quien sabe si de los clastos sueltos que hacen que todos los pasos parezcan falsos y carentes de apoyo, vuelve complicada la marcha y con la marcha, el esfuerzo, los movimientos de sobra que vamos haciendo para que nuestro cuerpo pueda seguir subiendo la pendiente, movimientos que de jóvenes seguramente no hubiéramos hecho pero que la prudencia de la edad, que nos mueve a actuar con sensatez, nos obliga a realizar con el fin de no sobresolicitar extremidades, músculos ni tendones preservando la continuidad y fluidez de los tejidos vivientes para el regreso a la comodidad de la base, aprovechando al máximo las prestaciones que el cuerpo ofrece y desechando aquellos movimientos que podrían ser útiles al recorrer la montaña pero que, a causa de la flexibilidad perdida, de los reflejos ya no tan ágiles, o de la fragilidad de los ligamentos, pondrían en grave riesgo el regreso a la base cómodos, contentos y contenidos por lo que la suba, que muchos pensarían un trabajo rutinario se ha ido volviendo, año tras año, en un ejercicio antes para la imaginación que para el cuerpo.
En la universidad -sigue diciendo como si hubiera sido poco lo dicho- tampoco nos portábamos de modo distinto. Recuerdo una elección -evoca- en Medicina que tuvimos casi ocasión de ganarle a los amarillos, pero que finalmente -me alivia- perdimos. Todos los estudiantes del proyecto -exagera- que te juro que no éramos pocos, fuimos a la facultad ese día calzados con lo que quieras: fierros -dice con una sonrisa incomprensible-, cadenas, palos, nunchacos: fue una batalla campal, pero presidida por la ingenuidad y la calentura -aclara- porque a la elección -dice- igual la perdimos nosotros y la ganó el MNR.
Yo lo oigo decir estas y otras cosas más mientras lo alcanzo y lo paso llevado por el entusiasmo que me da la visión del valle y la proximidad de la cumbre, y sin embargo apenas lo atiendo cuando me dice que ahora, los estudiantes, a la violencia, la privatizan.-
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