rosario

Miércoles, 16 de noviembre de 2005

CONTRATAPA

Cuánto amor

 Por Miriam Cairo

Mi corazón no tiene más que una punta. Hoy decidí adorar un poco más tu rostro. Venerarlo más allá de lo que es. Suspendí tu cara en la noche. La coloqué al lado de la luna. La luna ya no tenía posibilidades de ser tan querida. Después puse tu cara en las fotos del álbum familiar, aunque estuviera prohibido. Y por fin, en el Kamasutra. En algunas fotos del Kamasutra tu cara no se podía ver, pero qué importa. Me gustó que permaneciera allí escondida. Era un buen lugar donde guardarla para siempre.

Llama viva en un rincón. Esta mañana, mi lector transformado en zozobras despertó antes que yo y me hizo guiños desde el escritorio. El sabe que duermo con las manos entre las piernas. Que colecciono juguetes secretos. Que leo desde el final hacia el principio. Que subo al colectivo con el pie derecho. Que escribo sumergida en el fulgor lunar. Que tengo ideas de lectores escondidos en las gavetas de los muebles y que entro a la noche con pasos de fantasma. Conoce todo el repertorio de ardides que me salvan del aburrimiento. Esta mañana mi lector de zozobras me acompañó en los procesos de escritura, pero no estoy segura de que anoche haya dormido conmigo.

Casi recta en un susurro. La palabra que pensé no existe. La tuve conmigo un rato y después la dejé ir. Con una palabra así entre los labios quién no se enciende. Mi imaginación es insolente. Pone nerviosas a las culonas que más me quieren. La palabra que pensé, la que no existe, no alcanzaba su significado sino varios minutos después de haber sido pronunciada. Era una palabra como un triangulito. Adentro de su orificio rodeado de vellosidad había un corazón lleno de cosas. A mi palabra la dejé ir porque el género de lo nunca habido emigra, no resiste el significado permanente.

Inmenso es el rocío. Anoche fuimos tres culonas en la cama. Tres muñecas enfermas de risas. Tres álbumes familiares echados a perder. Yo comí un escote y un fin del mundo. Me sumergí en un estanque. Salivé un precipicio. En penumbras me comieron las bocas del infierno.

Cuando las mujeres nos permitimos ser bien culonas, la vida gira sola como una calesita. No hace falta ron.

Con el ceremonial de la peste. Me parece que esta página es la morada de todos mis olvidos. Cuando menos sé, mejor comprendo. Cuando menos verdades digo, más sabia me siento. Según mis tutores, mis maestros de Teoría y de Lingüística, no tiene nada que ver La República con el Kamasutra. La naturaleza del signo con el Kamasutra. La estructura del yámbico con el Kamasutra. Pero mi lector transformado no opina lo mismo. Mis culonas ardientes no opinan lo mismo. Yo no opino lo mismo. No sin vanidad reconozco que gracias a estas disidencias muchas veces he superado las propuestas del taller literario (y las del Kamasutra.)

El bosque no tiene cautivos. Acabo de ver reflejado en el espejo, el rostro de una de mis culonas. Tenía los ojos encendidos y las manos con excesivas alas. Para los hombres del mundo mi culona era complejamente lasciva. Para los santos del cielo, era liosamente espiritual.

Sólo mis culonas creen que estos mosaicos son poemas. Yo los escribo así para darles un lugar a sus briosos corazones y para no privarme del placer de la condena. Sucumbo ante el frenesí de la culpa literaria que ejerzo y que me ejerce.

Shh... Hoy no puedo sostener el peso de mi noche.

Leve vibración en un cristal de ausencia. Los hombres de mi vida no fueron escalones. No tocaron el trombón. No fueron muletas. No tuvieron naufragios: todos usaban salvavidas. Los hombres de mi vida no permanecieron mucho tiempo conmigo. Enseguida me asustaban. Yo subía y bajaba del cielo a cada rato. Con los ojos bien abiertos bajaba corriendo. El tiempo es un espacio absoluto. Los hombres de mi vida no fueron tocadores de alas. No fueron trapecistas. No fueron arriesgados. A los hombres de mi vida les gustaban los corderos y a mí me asustan los rebaños. Los hombres de mi vida miraban a todos lados pero tenían problemas para fijar los ojos donde yo los fijo. Los hombres de mi vida parecían soldados. Parecían generales en busca de un soldado y yo puedo ser muchas cosas, de hecho, soy un modo de mirar, soy una subidora y bajadora de cielos, pero no puedo ser soldado. ¿A quién le gusta obedecer? Los hombres de mi vida se amaron apasionadamente a sí mismos. (Creo que yo los ayudé.)

Los brocales rotos. Si digo que una de mis culonas es rubia, inmediatamente imagino una mujer de cabello rubio y trasero de hormiga, pero ¿sería mi culona? En cambio si digo que mi culona salta, imagino un movimiento, una actitud. Imaginar eso es mucho más preciso y necesario que describirla con la obviedad de los espejos.

Un cuerpo nebuloso y sus membranas. Yo me pregunto ¿por qué los hombres de mi vida no me citaron bajo la lluvia? ¿Eran muy costosos sus zapatos? ¿Por qué los hombres de mi vida tenían tanto miedo al temporal? ¿Acaso no estaban conmigo? ¿Acaso yo no soy la calma que antecede a la tempestad? ¿Por qué habré elegido hombres tan sequitos? ¿Tan prolijos? ¿Tan acomodados en su comodidad?

Cada ínfimo aplastamiento verbal. Mi lector de libros transformado en lector de diarios. Mi lector tradicional transformado en lector de zozobras. Mi lector de géneros transformado en lector desgenerado. Cuánto amor.

Labios gruesos. Yo, escritora de manuscritos, transformada en escritora de textos leídos. Escritora anónima transformada en escritora con nombre. Escritora de silencios transformada en escritora con voz. Escritora de rechazos transformada en escritora de aceptaciones. Escritora de géneros transformada en escritora desgenerada.

Yo, máquina de percibir. Máquina de perplejidades. Máquina de probabilidad continua. Máquina de metáforas insolentes. Máquina de suspiros. Máquina hipada. Máquina gibosa. Máquina urbana. Máquina de elipsis. Yo, máquina. Qué maquina. ¿Qué maquina la máquina?

Yo, libro. Libro del futuro. Libro por venir. Yo, con derechos y obligaciones de autor. Libro sin género. Libro desgenerado. Libro escrito que no existe. ¿Existiré cuando exista mi libro? Yo libro de tapa dura y escritura esponjosa. Libro de letras caídas y palabras alzadas. Yo diseminada en un libro diseminado. Cuando mi libro exista será exitoso porque será existido.

Yo, prólogo. Yo, epitafio. Yo, caber individualizado. Yo, caber universal. Tropiezo universal. Si el lector tiene un presentimiento, es porque me ha presentido. Cuánto amor. Valencias mínimas. Pequeñez que se funde en algo inmenso. Antes de llegar a la última edición de mi libro futuro, editaré la primera. Yo, cronología. Yo, obediencia universal.

Yo, escritura sin género. Escritura desgenerada. Yo, circulación de resabios. Abolidora de sombras. Escritura bocabajo. Desembocadora de todos los posibles. Yo, con margen de dolor. Escritura golosa. Escritura perforada. Sobrenaturaleza. Subnaturaleza. Yo, escritura desnaturalizada. Yo, palabra. Monstruo que mora. Vahos de jengibre. Palabra por contagio. Palabra por palabra. Yo, zarpazo. ¿Quién abre la brecha? Yo no vuelvo ilesa. Yo, presagio. Hay un lector de zozobras insaciables. No sé si existen los cuchillos. Yo, mundo. Intra mundo. Yo, cuchillo. Palabra escalinata. Yo, recorrido. Yo subiendo como bajando, palabra por palabra. Yo palabra desgenerada. Tome, tome, por desgenarada. Yo, dolor de las palabras malas. De las crueles palabras. De las palabras palabras.

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