Sábado, 24 de mayo de 2008 | Hoy
Si se hundiera un barco, espontáneamente o por aprendizaje normativo, se organizaría antes que nada, la manera de salvar a los niños. Es casi una normativa espontánea, legitimada por la cultura de la convivencia humana, que no necesita reconocimiento de leyes, pero existen desde la Declaración de Ginebra de 1924.
A diferencia de la reacción de los obreros de la construcción, que compartieron la misma circunstancia de perder a sus compañeros por falta de protección, los taxistas, se atribuyeron el derecho y poder, de reaccionar compulsivamente y la población fue sintónica, incluidos los sostenedores del "orden" mínimo. Todos fueron sordos a lo que abiertamente rogaba Alejandra, la esposa de la víctima, para que entren en razones y no se provoque más violencia ni dolores. Se paralizó y sitió la ciudad, se provocaron múltiples situaciones de riesgo y pánico en los niños que fueron abandonados a su suerte, los quitaron de las escuelas y simultáneamente les impidieron retornar a sus hogares. Se veían púberes en las calles que angustiados pedían y rogaban ayuda o compañía. Carecían de algún botón de pánico o control satelital (GPS), como tienen los taxistas. Ni la justicia retributiva ni la reparativa, podrá devolver la vida a este hombre de 50 años, padre de dos hijos, pero mucho menos la justicia vengativa.
Los niños no tienen Confederación alguna, ni pueden decretar "paros sorpresivos" sin recibir castigos, pero hay leyes incluidas en nuestra Constitución, que los protege y previene como salvarlos ante circunstancias de riesgo no determinadas por hechos naturales sino por decisiones de quienes ostentan poderes sociales.
Esto se presta a un largo y profundo análisis de una sociedad que debe dejar de hablar de "la seguridad" como si fuera una entelequia y buscar soluciones inteligentes al grave problema de la involución del comportamiento. El robo, o el uso de armas defensivas u ofensivas, están creciendo en niños y adolescentes, al margen de las situaciones socioeconómicas, como gracia, como necesidad de paliar la infinitud de deseos (inducidos por el mercado de consumo), para salir en la televisión y sentirse héroes, o en algunos casos, obligados por adultos comandantes de irracionalidades. Actúan por imitación, identificación, asimilación y sospecho que pronto se volverá genético.
Los que están creciendo tienen derecho a ser protegidos, educados, nutridos y vacunados contra los barbarismos, para no existan más discursos como el del joven Carlos Sánchez Ortiz: "No lo quisimos matar, solamente (!?) no pagarle el viaje. Se enojó, me manoteó el pantalón y le clavé los puntazos". Así de absurdo fue el asesinato del peón de taxi Sergio Oberto, en la madrugada del jueves 22 de mayo.
Mirta Guelman de Javkin
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