Jueves, 8 de junio de 2006 | Hoy
La sociedad argentina debería interrogarse de una buena vez acerca de algunas cuestiones lacerantes más allá de la fanfarria triunfalista. Los indicadores económicos y sociales que se difunden desde las alturas del poder están echando luz para que se vea cada vez menos. Es increíble que a un año de distancia las únicas temáticas en la agenda de los medios comunicativos sea la posible reelección presidencial, las candidaturas políticas y los ecos de una plaza repleta de personas deseosas de creer en algo y en alguien. Manteniendo la misma conducta de espera a la providencia para resolver los problemas concretos. ¿Qué pasará cuando se agote el boom sojero? ¿La Argentina ha dejado de ser monitoreada por los organismos multilaterales de crédito y ahora dispone de los recursos a voluntad? Recorrer las calles de cualquiera de la grandes ciudades del país muestra con obscenidad que los beneficios del monocultivo agrícola no se distribuyen parejamente, que la exclusión social persiste, que el número de personas sin techo va en aumento. Otra vez la indiferencia será la regla, el egoísmo la divisa que cotice mejor, cuando las burbujas de ilusión estallan, la tragedia se torna colectiva e imparable. "Plata Dulce", "Convertibilidad y uno a uno" y siguen los éxitos. Es preciso mantener los ojos bien abiertos y que no nos sorprenda. ¿Cómo conjugar las miserias morales y materiales, la violencia simbólica y material en singular o en plural? Lo plural no tiende a uniformar y hegemonizar, los poderes nunca son plurales, castigan y se imponen con fuerza y persuasión en dosis precisas según la ocasión el viejo juego de la seducción y la violencia. Los dramas de la existencia provocados por el poder y la opresión sí tienen manifestaciones singulares en seres concretos de carne y hueso.
Carlos A. Solero
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