Domingo, 5 de agosto de 2007 | Hoy
Son alrededor de 50, que viven en el Distrito Oeste. Forma
parte de una experiencia internacional con anclaje local. Buscan dar vuelta los mapas prohibidos y reclaman por sus derechos
Por Alicia Simeoni
Alrededor de 50 mujeres que viven en distintos puntos del Distrito Municipal Oeste participan de una experiencia que consiste en la búsqueda de mecanismos para desmontar situaciones que hacen a la violencia urbana hacia ellas y sus vecinas y que a la vez provocan la inhabitabilidad de los espacios públicos en los que aparece la agresión por género. La experiencia forma parte del "Programa Regional Ciudades Seguras: violencia contra las mujeres" que impulsa las Red Mujer y Hábitat de América Latina y el Area Mujer de la Municipalidad de Rosario y se ejecuta en el Oeste rosarino. Así, un tiempo atrás las mujeres comenzaron a caminar de manera grupal con el propósito de reconocer y visualizar las zonas que las hacen sentir inseguras, sea por razones territoriales o sociales y que como resultado las llevan a abroquelarse, a abandonar tareas o actividades que en un momento realizaban con naturalidad y a tratar de apartarse de los espacios temidos. Se trata, entonces, de partir del reconocimiento para pensar en estrategias y propuestas que permitan dar vuelta lo que se conoce como "el" o "los" mapas prohibidos de la ciudad y reclamar por políticas de gobierno que piensen en la violencia urbana y actúen para posibilitar a las mujeres el ejercicio pleno de sus derechos.
Todo surgió a partir de detectar que hay formas de violencia y agresiones que sufren las mujeres por ser tales y que no reconocen los hombres ni los inquieta de igual manera. Mara Nazer una de las integrantes del programa que coordina la cordobesa Maite Rodigou y que se desarrolla simultáneamente en otras ciudades de América latina dijo a este diario que la experiencia se hace en Rosario porque se encontró un gobierno municipal con la disposición necesaria y en el distrito Oeste a su directora, Susana Bartolomé, quien impulsa que el tema de género atraviese las actividades y propuestas hacia la comunidad.
El programa que se desarrolla a la vez en otras ciudades de Latinoamérica -Bogotá (Colombia), Santiago (Chile) y más recientemente Recifes (Brasil)- tiene como meta la formulación de intervenciones estatales y de políticas que aborden la poblemática de la violencia urbana hacia las mujeres. De allí que el trabajo comenzó por tener en cuenta situaciones que están naturalizas en una gran parte del imaginario y el convencimiento colectivo: el acoso verbal, los 'apoyos' masculinos en el servicio del transporte urbano, el ensañamiento, el castigo y los vejámenes cuando las mujeres son víctimas de delitos.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y la Agencia Española de Cooperación Internacional solventan el programa que coordina Maite Rodigou de la CICSA (Red Mujer y Hábitat de América Latina). Rodigou junto a Mara Nazer estuvieron en Rosario el jueves pasado para presentar la publicación "La violencia hacia las mujeres en los medios de comunicación-Transformando las noticias" en un encuentro que organizó justamente el Distrito Oeste junto al Sindicato de Prensa Rosario.
"No habrá garantía de Estado ni políticas públicas -que son el objetivo más alto del programa- sino se visibilizan las situaciones específicas". Cuando se le pregunta a Nazer cuáles son esas situaciones y cuál es la reflexión respecto de las que también padecen los hombres como consecuencia del complejo escenario que produce la exclusión, la marginación y las deficientes condiciones de urbanización, ella responde que si bien es cierto que toda la sociedad se ve afectada "hay un grado mayor y particular de violencia hacia las mujeres, tanto en el ámbito de lo territorial como en lo social. Se trata de lograr una ciudadanía activa que requiere pensar en ellas como sujetos plenos de los derechos humanos, que necesitan de la posibilidad de vivir libre de violencia, gozando y disfrutando de los espacios públicos como el hombre". El convencimiento está además en que la construcción de políticas públicas que tomen la custión de la violencia urbana hacia las mujeres redundará, además, en una mejor calidad de vida para toda la sociedad.
Para realizar ese reconocimiento de situaciones agresivas es que en el 2003 y 2004 se comenzó a realizar intervenciones en grupos focales. De esos grupos surgió que si bien la inseguridad era una percepción de todos, los testimonios indicaban que cuando se les robaba a las mujeres les pegaban y las castigaban más, que había una cierta relativización de las viejas situaciones de 'apoyo' en el transporte público o de las de acoso verbal en las calles. "Se trata de hechos que los hombres no perciben como violentos y que trae consecuencias en la vida de las mujeres: el dejar de pasar por algunos lugares, el abandonar el trabajo o los estudios porque los espacios se vuelven demasiado peligrosos. Cuando se quita importancia a los hechos o se culpabiliza a la mujer por estas situaciones toman fuerza los dichos que estigmatizan: 'esto pasa porque salís con cartera' o 'con esa minifalda es lógico que te suceda algo' o concluir con 'no pasó nada, nadie te violó". Son hechos tan naturalizados que la sociedad no los toma como cuestiones que requieren de garantías del Estado. De allí que tampoco hay gobiernos pensando políticas públicas.
"Cuando empezamos a ver que las mujeres sufren este plus de violencia y que a menudo adoptan posturas que las alejan de las actividades porque se encuentran en estado de extrema vulnerabilidad, pudimos pensar que la violencia familiar tiene cierta relación con que la ciudad tampoco permite que esas mujeres se fortalezcan, sean autónomas y puedan hacer un proyecto de vida independiente. Si no tomamos algunos temas en la ciudad no podremos erradicar la violencia más explicita, la que sufren en las relaciones familiares", dice Nacer, de CISCSA.
De las consultas que se les hicieron a las mujeres en el comienzo del programa también surgió que la violencia específica, de género, "no se solucionaba con más policías en la calle". Fue así que iniciaron las recorridas, una etapa que ya culminó, y en la que participaron 5 ó 6 mujeres por grupo que salieron de tardecita y volvieron de noche en la recorrida por el barrio. En ese espacio intercambiaron miradas, apuntaron y fotografiaron los sitios que se les presentaban como los más riesgosos, algunos por falta de luminarias otros que aparecían como escondites de agresores y que ellas, por conocer el territorio, pudieron marcar.
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