Jueves, 6 de agosto de 2009 | Hoy
PSICOLOGíA › A PROPóSITO DE LA AFINIDAD ENTRE LO INCONSCIENTE Y LA SORPRESA
El lenguaje y sus articulaciones, el modo en que cada uno construye su lengua, forman parte del cuerpo, de la materialidad, de la patria del dandi. El dandismo además constituye también una metafísica, una postura particular respecto a la apariencia.
Por Diego Timpanaro *
No se trata entonces de una estética -o al menos no sólo de estética- sino también de una ética, si tomamos por tal a una posición definida según una elección en cuanto al estilo. El lenguaje y sus articulaciones, el modo en que cada uno construye su lengua, forman parte del cuerpo, de la materialidad, de la patria del dandi. El dandismo además, constituye también una metafísica, es decir, una postura particular respecto a la cuestión del ser y de la apariencia. Numerosos autores se interrogaron sobre su sentido en el siglo XIX.
Si hablamos de lenguaje y de estilo, para los psicoanalistas resultará obvia la referencia al primer párrafo de los Escritos de Lacan, cuando menciona al conde de Buffon, y lo que quedó de su célebre discurso de recepción como miembro de la Academia Francesa. No vamos a detenernos en esta ocasión en algo que obligaría al lector a internarse en una vía no obligatoria. Nos referimos a lo que uno encuentra apenas comienza a ser leído el texto mencionado, al simple hecho de la traducción de la palabra ligne por signe, saldado parcialmente en lo que hace a la historia de los Escritos en español.
Haciendo uso del epígrafe, no vamos a detenernos en la pretendida identificación de ciertos rasgos del dandi en la figura de Lacan, tal como lo observa, por ejemplo, la italiana Emilia Granzotto, cuando lo describe como: bajo, cabello gris corto cepillado y siempre cuidadosamente peinado, una vaga semejanza que no le desagrada con Jean Gabin, ese monstruo sagrado de la cultura francesa se viste siempre como un dandi: camisa blanca bordada, cerrada al cuello con una banda abotonada como los sacerdotes, saco de terciopelo color ciruela o damasco por lo cual el tejido reúne lo brillante y lo mate.
Menos aún podríamos extraviarnos en la vulgaridad fascinante del objeto que atesorarían los famosos cigarros torcidos fumados por Lacan, que gracias a la tan mentada globalización, los dandis porteños pueden conseguir en la tienda Davidoff del down town de Buenos Aires.
Si hay una coordenada propia de la posición del analista, esa es su estrecha relación con la sorpresa. Hay afinidad entre lo inconsciente y la sorpresa. En el acto de sorprender tienen incumbencia tanto el dandi como el analista. Hay una particularidad en la práctica del dandi que se constituye propiamente en un sorprendente arte del desaire.
Hay un punto -dirá Lacan- en donde el deseo del analista tiene una "suprema complicidad con la sorpresa, una complicidad abierta a la sorpresa". Se trata de la luminosidad de un brillo que sorprende, que como tal jamás sabremos si se trata de algo bueno o malo; la sorpresa está por fuera de la dialéctica de lo agradable: una sorpresa es una sorpresa.
Para el dandi, como para el analista, ciertamente se trata del efecto. Del establecimiento de una posición desde la que se causa un efecto. Producir un efecto, hacer un efecto, donde la división es para el otro. Provocar la sorpresa del lado del otro.
Tal como lo hacen los atribulados adolescentes y sus tribus, sorprenden al otro, dan que hablar, suscitan que algo se diga sobre ellos. Realizan nuevas e inesperadas creaciones, más allá de la cosificación que a título de sujetos del consumo, el amo del mercado les propone sugestivamente.
Jean Allouch, da testimonio de la práctica analítica de Lacan, y afirma que ésta constituye por sí misma, enseñanza. Las ocurrencias que se suceden en el consultorio, las conneries que allí se dicen, en el diálogo entre analista y analizante nos permiten situar a la sorpresa. Se trata de un casamiento, en el que a alguien le había llevado tiempo decidirse: Desde hacía meses y meses le había contado a Lacan su amor por XXX, le hablaba de ella, de su relación con ella, de su vida. En resumen, había analizado bien todo, el porqué de su elección, a qué lo remitía su nombre, etc., etc. Llega a la sesión y declara: "Me caso la semana próxima". Lacan: "¿Con quién?".
El analista, si es que puede arrojarse a la osadía de determinada intervención, se trataría de un osado con tacto, de uno que logra detenerse exactamente a tiempo; no se trata de un maleducado, tampoco de un temerario, menos aún de un desubicado. El analista será, como el dandi, un Sir del desaire, dueño de sus palabras, hermanado al silencio, deshecho del destino.
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