Viernes, 10 de octubre de 2008 | Hoy
Por Daniel Enz
Hacía un buen tiempo que Jorge Massat estaba fuera de la política.
Lograr el archivo de la causa por enriquecimiento ilícito, de parte un fiscal porteño, fue una de sus últimas obsesiones en la vida. Lo consiguió, pero nadie creyó en sus inocencia. Atrás quedaban demasiados chanchullos con dinero sucio; con testaferros, con cifras millonarias, con sobrinas, familiares, con empresas fantasmas.
Massat tuvo su causa por corrupción archivada, pero la sociedad no lo perdonó. Si bien su enfermedad lo fue cercando en los últimos diez años (al punto tal que no quedó implicado por el caso de las coimas del Senado, porque no estaba en el país, sino bajo tratamiento en Francia), se tuvo que ir de su Villa Ocampo natal donde fue intendente y el mandamás de la zona por muchos años, pese a su juventud, para terminar en Mar del Plata, en absoluta soledad.
Dejó de aparecer en los medios de comunicación; Carlos Reutemann se olvidó que lo había llevado hasta la presidencia del PJ santafesino y en Villa Ocampo dejaron de vivir de sus padrinazgos, los subsidios o los ATN, a los que siempre le desaparecían altos porcentuales a poco de llegar, pese a que estaban destinados a carencias de la gente o de las comunas de la zona.
El ex senador de largos bigotes se rodeó del poder menemista, bailó al ritmo de las privatizaciones, se enriqueció como varios de los que giraron en torno al nefasto caudillo riojano, pero sus logros y su vida se fueron esfumando con el paso del tiempo. Como muchos de los menemistas que alcanzaron la gloria, pero también vieron derrumbarse ese castillo de naipes, mezclado con negocios turbios y corrupción.
Massat se fue sin pena ni gloria de esta tierra y sin que terminara que alcanzarlo el largo brazo de la justicia, como tendría que haber ocurrido.
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