Sábado, 5 de agosto de 2006 | Hoy
Por Daniel Enz
Si uno mira para atrás, no parece que transcurrió un año. Es como que fueron más los meses transcurridos. ¿Será porque pasaron demasiadas cosas en tan poco tiempo, después de ese día en que Claudio Capdevila apareció muerto con un balazo en la cabeza? Seguramente en pocas instancias en estos tiempos, después de un hecho, que la corporación del poder hizo lo imposible para calificarlo de "suicidio", existieron tantas derivaciones políticas, judiciales, institucionales y en tantos lugares a la vez. Una muerte violenta en el Departamento San Cristóbal se llevó puesto un juez federal corrupto, como Eduardo Fariz el hombre que el massatismo pusiera en 1997 en Reconquista, para ocultar negocios turbios de propios y extraños; dejó al descubierto una red de oscuros abogados que giraban alrededor de ese magistrado; un entramado policial enquistado en varios lugares del territorio santafesino y un ardid políticojudicial más preocupado en no romper esos códigos de mafia, que en llegar la verdad en delitos instalados, que producen millonarios dividendos para no pocos sectores ligados al narcotráfico en esta provincia.
Todo eso provocó un solo hombre. La muerte de un hombre. La firmeza de un hombre. La honorabilidad de un hombre, que supo decir "no" y que cinco meses después de tumbar un cargamento de drogas, fue encontrado muerto con un disparo en el cráneo, producido, según los jefes policiales o los forenses del poder, desde una posición y una circunstancia, que ni al más sofisticado cineasta de relieve internacional se le hubiera ocurrido. Fue un claro mensaje del poder.
Más allá de la historia de cada uno y las circunstancias de un país, hace 30 años, en La Rioja, monseñor Enrique Angelelli también se encontró con la muerte en una curva y el poder siempre trató de instalar que "fue un accidente". Tuvieron que pasar varios almanaques para que se reconociera que, en realidad, a ese cura querido lo llevaron a la muerte esa noche de agosto de 1976. ¿Será que tendrán que transcurrir varias décadas para que en la provincia de Santa Fe se empiece a reconocer que a Capdevila le provocaron el accidente, como así también su muerte, en una oscura noche de invierno?
No serán pocos los que hoy, seguramente, no podrán mirarse ni un minuto al espejo. Cuando lo intenten, quizás se encuentren con el fantasma de Claudio o las palabras de sus familiares, reclamándole justicia y verdad. Habrá jueces, fiscales, policías, ex compañeros cómplices y traidores del agente muerto; funcionarios de primera, segunda y tercera línea junto a dirigentes y legisladores mediocres, que apostaron a una mentira a cambio de un "reconocimiento" del poder; abogados impunes y médicos poco serios, que en algún momento tendrán que padecer ese nudo en la garganta, aunque sea por milésima de segundos, por el complot en el cual se embarcaron para ocultar una verdad.
Los padres, los hermanos, la mujer, el pequeño hijo de Claudio, no dejarán de reclamar. Buena parte de la historia de nuestro país se hizo con gente que exigió respuestas toda una vida y al final del camino encontraron esa verdad. Cuando ese tiempo llegue, habrá que ver quiénes quedan de un lado y quiénes del otro. Y tal vez hasta sea tarde para arrepentimientos, olvido o perdón.
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