Jueves, 16 de julio de 2009 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE EL PAPA
Por Jacques Alain Millar *
El Papa, que era hace mucho tiempo un teólogo modernista, parece volver al siglo XIX. ¿Cómo explicar este cambio de comportamiento? El cardenal Ratzinger no pasaba por ser un progresista. En la Congregación de la Fe era, por otra parte, el lejano sucesor de Torquemada. Sin embargo, todos celebraban su impecable mecánica intelectual. De allí la sorpresa del "Panzerkardinal", una vez elegido Papa, se metamorfoseó en Benoît La Gaffe.
¿Se trata verdaderamente de metidas de pata? La palabra es del semanario católico La Vie. Los servicios del Vaticano deben regularmente podar sus palabras y clarificarlas retroactivamente, y a menudo esos servicios meten ellos mismos la pata. El fenómeno empeoró más la semana última.
¿La edad del Papa es un factor? No. Sus torpezas no son lapsus, son largamente meditadas. Sus palabras no testimonian de ningún debilitamiento de sus facultades. El problema no es que haya cambiado, sino más bien que permaneció siendo lo que era. Visiblemente, no tomó la medida de la función. Vuelto papa no se despojó del viejo.
¿Su personalidad está entonces en cuestión? Juan Pablo II tampoco era un progresista, pero tenía una personalidad radiante, la experiencia del mundo, y también dicen, mujeres. Era un gran astuto que les dio una lección a los comunistas, una bestia de escena también, un hombre del Verbo, sabiendo hablar a la multitud y seducirla, un inspirado. Benedicto es un hombre de la Letra, un erudito, un profesor, hábil para hacer hablar a los textos, y al que le gusta tocar el piano en soledad. Es, además, franco como el oro: dice siempre en voz alta lo que piensa. Ese es su error. Un Papa no habla solo a Dios, sino a todos los pueblos de la tierra. Desde que este Otro inmenso del que nada conoce aúlla a la muerte, lo vemos sobresaltarse, recular, arrepentirse. Hay en efecto un salto entre la virulencia de sus palabras y, luego, su actitud casi desamparada.
¿Carece de sentido político? Oh, es más grave. Tal el Alcestes de Moliêre, este hombre honesto está enfermo de la verdad. Bajo el pretexto de que la Verdad sería Una y eterna, la toma al pie de la letra y quiere decirla toda entera, anunciar la Buena Nueva como un teorema. Desconoce la lección de Loyola: que toda verdad, incluso La Verdad, pasa mejor entre líneas; que no hay que pregonarla, asestarla, sino insinuarla, hacerla amable; que ella no debe enunciarse en todos lados, en todo momento, y a todos, del mismo modo; que es el auditor quien, en definitiva, decide el sentido del discurso que se le dirige.
¿La receta del presente desastre? Ideología a contra corriente, predicación evangelista a la kärcher, barullo, desbandada. Resultado: se terminó el respeto. Este espíritu eminente se volvió el primer Papa ridículo de la historia. La opinión lo toma por un pánfilo y un dañino. Los medios lo desangrarán.
¿La puja tendrá un límite? El próximo pontificado. Un Papa que esté al corriente, un orador.
* Traducción: Silvia Baudini. Texto escrito para el semanario Le Point.
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