Viernes, 12 de febrero de 2010 | Hoy
ES MI MUNDO
Hoy a la noche, Beyoncé pondrá en escena todo eso que la ha convertido en una de las figuras icónicas del público gay amante de las pistas. Aquí, la entrada que le dedica la Enciclopedia Gay —Sudamericana— de Mariano López e Ignacio D’Amore para saber por qué ella es y será toda una fuente de inspiración.
Igual que los Jackson, los Knowles forman una de esas familias que han criado a su prole para que alcance la fama. Muy de acuerdo con cierto estilo norteamericano, como aquellos que educan a sus niños con perspectivas presidenciales, papi y mami Knowles decidieron hacer a su hijita mayor una superestrella de la música. Comenzaron por desarrollar en ella algunas destrezas vocales y escénicas, testeándola en concursos de talento infantil y aumentando la exigencia día a día. La amamantaron con clases, coreos y disciplina artística. Según palabras de la propia Beyoncé, su padre la hacía entrenar corriendo en tacos altos y cantando a la vez, todo esto a los doce o trece años. Tenía prohibido bajar la marcha o perder el aire. Este servicio militar drag, que reemplazaba metralletas por stilettos y camuflaje por maquillaje, progresivamente la transformó en una mujer de caminar exagerado y de voz potente, a prueba de balas. Mientras canta, Beyoncé puede bailar, correr o desfilar despampanantemente sin perder un centímetro cúbico de aire, algo de lo que casi ninguna artista pop puede jactarse.
Fue esta Beyoncé entrenada para matar la que, junto con dos amigas y una prima, formó el cuarteto Destiny’s Child, típico conjunto vocal R&B de chicas hot. Ensayaron, siempre tuteladas por el sargento Knowles, con la esperanza de poder venderse a alguna discográfica. Después de un par de años consiguieron un contrato en Columbia y editaron su primer disco en 1998. En 1999, la masividad las alcanzó con real potencia de la mano de su segundo disco y del primer corte de éste, “Bills Bills Bills”. Se trataba de una canción sobre la independencia femenina, similar a muchas otras de la época, con letras que reprochaban las conductas machistas y la subestimación de las chicas en manos de tipos vagos y/o deshonestos. Para el video recrearon el beauty salón de mami Knowles (que, además de la carrera militar, había seguida la de coiffeur), con secadoras de pie, espejos y sillas giratorias incluidas. El punto candente del clip arribaba empujado por una drag queen (¿clienta?, ¿estilista?, ¿familiar de las chicas?, ¿stalker?) que irrumpía envuelta en una bata y, tan misteriosamente como había llegado, procedía a revolear su peluca a los gritos, para estupor de las Destiny’s y de la concurrencia en general. No conformes con el impacto causado entre las maricas por semejante cuadro de situación, las DC encargaron un remix del tema que encabezó las bandas sonoras de todo buen boliche gay a fines de ese año.
Numerísimas uno en miles de países, editaron varios singles más, entre ellos el famoso “Say my Name” (coreo del clip: voguing intermitente). Entretanto, dos de las integrantes abandonan el cuarteto, hartas de la mano dura de Knowles. Quedaron B y su prima, a las que se sumaron dos chicas seleccionadas vía casting (...). La otra nueva no toleró más de unos meses, mientras que las restantes coagularon en las Destiny’s definitivas. Por su parte, papi Knowles no paraba de sacarle jugo a la nena (ella se lo sacaba también a él, claro): B participaba en films y grababa bandas sonoras respectivas, protagonizaba comerciales y campañas, diseñaba y vendía una línea de ropa, componía, producía y arreglaba sus temas musicales.
En 2001, las DC presentaron Survivor, disco de ventas multimillonarias y sonido sincopado, más pop que R&B; el tema que le daba nombre parecía dedicado a las ex Destiny’s con estrofas irónicas que, de hecho, reavivaron una causa judicial contra el padre de Beyoncé. En otro de los temas, “Bootylicious”, no sólo sampleaban a Stevie Nicks, iconísima gay de algunas décadas antes, sino que la convocaron para el clip y la pusieron a rasgar su guitarra, rodeada de hip-hoperos que usan pantymedias y se desnudan un poquito en cámara.
Separadas por un tiempo, cada una produjo su material solista y lo vendió con más o menos éxito. De los tres, el último en salir a la venta fue el de Beyoncé, quizás estratégicamente. Como adelanto, el primer corte fue “Crazy in Love”, tema construido sobre un sampleo retro y escandaloso, asfixiante, con trompetas y griterío. Como para que no quedaran dudas sobre el potencial homosexual de la canción, B cerraba el clip con un desfile de microvestidos Versace en un callejón, muy Naomi de rostro y de caminata. La coreo final era un banquete de poses y manierismos voguers, casi obscenos; y las chicas en las discotecas, al oír los primeros acordes del hit, se abrían camino a zarpazos, empujando a la multitud y hundiendo sus tacos (reales o imaginarios) en el suelo de la pista como si se tratase de la internacional pasarela de Donna Sotto le Stelle.
Un tiempo después, luego de un ¿malentendido? con la comunidad gay, que ella atribuyó a una frase sacada de contexto en la que supuestamente tildaba de anormal al amor homo, debió restituir su relación con las maricas del universo, que de hacerse un estudio financiero figuraría como los seres humanos que más dinero gastan en ella. Para lograrlo, se animó a pedirle permiso al pastor de su congregación en Texas (triple sic) y encaró algunas performances en discotecas estallantes y sudorosas, de esa manera remontando semejante papelón con metros de taco y de extensiones, litros de esmalte de uñas, cumulus nimbus de spray y leguas marinas de chiffon. Nos recuperó con su excesiva feminidad o, mejor dicho, beyoncéidad.
En 2004, las DC editaron un nuevo álbum, bastante malo por cierto, y anunciaron en su gira del año siguiente la separación del trío por tiempo indeterminado. Por supuesto, todo apuntaba a coronar de una vez y para siempre a Beyoncé como la mejor de las tres, como la mejor cantante de todas, de todo el mundo, y como la mejor actriz, y como la mejor de y en todo. Los Knowles, seguramente, habían diagramado el biorritmo de las Destiny’s como un preludio al batacazo de su hija, todo enmascarado siempre como un revoque de cristiano respeto por sus dos prójimas. Así fue que la nena coprotagonizó una reversión de La Pantera Rosa, para nada cómica. Hizo el tema del film, y en el video, ¡qué tremenda que es!, todo era rosa, rosa, rosísima. Todos sus looks, sus accesorios, sus uñerrimas esculpidas, todo absolutamente rosa. El son insistente del tema —y su virtual falta de melodía— marcarían la senda de su próximo disco, B’Day, de 2006. Su composición estuvo teñida por el melodramático papel que interpretó en Dreamgirls, largo que recreaba muy libremente la historia de The Supremes y en el que ella encarnaba a una especie de Diana Ross. Beyoncé rezaba como nunca para recibir su primer Oscar (premio para el que ni siquiera fue nominada, con total e insólita injusticia); ese nerviosismo, sumado a los vaivenes emocionales de su personaje, la trastornaron a tal punto que en casi todo los tracks de B’Day grita como una loca desatada, desafiando las leyes sonoras y, por ende, también los baffles más preparados. (...)
Disconforme con el éxito no tan rotundo de B’Day, Beyoncé lo reeditó con un par de bonus tracks indispensables. El más conocido fue un dúo con la escandalosa de Shakira, en una balada bailable que las ponía a dialogar sobre un macho en común que trataba de timarlas y de hacerlas pelear entre sí. Otro clip escándalo: ambas tiradas en el suelo, mezclando sus cabelleras turgentes, intercambiando caderas en un menear de hipnotismo mutuo, suspirando por un mismo amor. Además de nuevos temas (algunos en español [¡¡¡¡!!!!]), grabó numerosos videos, también nuevos: en uno se viste y maquilla asistida por dos drags frente a un espejazo; en otro se pone las plataformas más vertiginosas y desfila, desatada, dirigida por Anthony Mandler. No tiene paz. ¿Qué puede decirse, entonces, de la gira con la que presentó B’Day, en la que directamente parece psicotizada, presa de una sobredosis de desparpajo escénico, más Tina Turner que nunca, rodeada de una banda integrada por una veintena de chicas con saxos y bajos? ¿Y de los homenajes a (léase copias de coreografías de) Bob Fosse? ¿Y del notable guante metálico que recorre enteros su mano y su antebrazo izquierdo cual armadura bruñida en el cielo de las travesuras del mañana?
Es ella una de las figuras más icónicas, pero sobre todas las cosas con más potencial icónico, de los años ’00, no sólo por las posibilidades infinitas de futuro que otorga su juventud total sino también porque en ella se condensan muchas de las inspirationals más importantes: Naomi, Tina, Aretha, Eartha, Madonna y más. Beyoncé es poseída en cada show y cada performance por lo mejor de cada una de ellas y se transforma en Sasha, convenciéndonos instantáneamente de que es nuestra próxima emperatriz.
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