Felicitaciones, es un varón. Aunque el varón no será el recién nacido si no el padre que, cerca de la fecha, planea junto con su pareja un parto natural en el hospital de su barrio, en California. Scott Moore y su esposo Thomas –casados legalmente ya que Scott todavía no pudo inscribir civilmente su identidad masculina–, hombres trans los dos, ya tienen dos hijos de una relación anterior de Thomas con una mujer que falleció. Los niños, de 10 y 12 años, viven con ellos y aprendieron muy bien cómo enfrentar el bullyng: “Yo no tengo problemas con mis dos papas, así que las burlas relacionadas con ese tema no me afectan”, dijo el mayor al San Francisco Crhonicle. La historia de esta familia está contada por sus protagonistas con humor: “Después de la operación de cambio de sexo de Thomas hicimos lo que cualquier hombre gay hubiera hecho: nos fuimos de shopping a festejar”. El hecho de que Scott no haya podido ahorrar el dinero necesario para su propia operación habilitó la posibilidad del embarazo y de un hijo –una hija en realidad– deseado y esperado por la pareja. La falta de solemnidad, el antecente de Tom Beatie, en Oregón, mostrando su vientre de seis meses y su barba de años más la velocidad con que circulan las imágenes en este siglo han conseguido ampliar el imaginario para que frente a la foto de esta pareja se dibuje una sonrisa. Privilegiados en la constelación de las familias queer, estos dos hombres pudieron acceder a la paternidad en común sin atravesar los prejuicios que dificultan la adopción ni tener que conseguir los miles de dólares que implica subrogar un vientre, los dos métodos usados por las parejas gays para tener hijos o hijas. Las familias, así, se reinventan, brillan de otra manera. “Estamos felices y orgullosos. No todo será fácil como pensamos, pero, en definitiva, tenemos dos hijos. Ya estuvimos ahí y vamos a seguir estando.” ¿Es que acaso se trata de alguna otra cosa la familia?