Viernes, 4 de junio de 2010 | Hoy
Si es una práctica lo que define la homosexualidad del varón, ¿de qué forma de identidad participarán quienes optan por la masturbación solitaria o grupal, no como un sucedáneo de otra cosa sino como un fin en sí mismo? ¿Es el amor al propio cuerpo, el goce de la tibieza de la propia carne la más definitiva desviación o, tal vez, la cesación del sexo como barrera entre uno y otro?
Por Daniel Link
En Internet hay muchas clases de hombres. La mayoría de ellos aparentan o dicen ser jóvenes (Internet es el laberinto de las apariencias). Como en un parque temático, los afiebrados hombres que recorren los “salones” o las “comunidades” de Internet sólo esperan el llamado del amor: “Me gustás”, dicho por alguien que nos gusta.
¿Qué los une? Una apariencia, la posibilidad de formar parte de una “comunidad imaginada”: una juventud física más o menos bien desempeñada, lo que –a su vez– es una garantía de disposición y pericia masturbatoria. Más allá de esos universales más o menos impostados en los que –a esta altura del partido– se fundan todos los códigos de comunicación electrónica, lo cierto es que en Internet hay muchas clases de hombres.
La mitad de los hombres de Internet dice tener cuerpos espléndidos. La otra mitad, no. Más de la mitad de los hombres de Internet (muchos más) hacen gala de una dotación sexual por encima de lo normal, y más de la mitad de los hombres de Internet sienten curiosidad por esas dimensiones.
La mitad de los hombres de Internet tiene facciones regulares; la otra mitad, no. Los hay de todas las nacionalidades, pero en distinta proporción, lo que habla bien del quántum de cultura cibernética que atraviesa cada “nación”.
Como en todos los casos se trata de seres conscientes del carácter puramente convencional de la imagen que arman (¡seres hipersemióticos, tal y como la ciencia ficción había imaginado a los hombres del futuro!), el “plano” de su cuerpo a partir del cual cada hombre decide definirse (pectorales, miembro, piernas, pilosidad, altura, peso, edad, glúteos, gustos musicales y hábitos para el tiempo libre) dice bastante de la imagen que quiere ofrecer de sí y también de la imagen que espera recibir, del acuerdo necesario, por lo tanto, para que se encienda esa chispa que unirá dos conciencias durante un rato (¿la vida entera?).
Hay muchas clases de hombres en Internet. Caracterológicamente, responden a todos los arquetipos: los tiernos, los salvajes, los avaros, los salvajes, los tímidos, los dominantes, los sumisos, los generosos, los inteligentes, los desenvueltos, los tontos, los apurados, los que se toman su tiempo. ¿Qué los convoca? El deseo de escuchar o de leer las palabras “Me gustás” de labios de la persona indicada.
Porque sos mi igual y porque me gustás valoro tu imagen (aunque sospeche que es inventada), y porque me habías mentido y creí tu mentira o tu ficción es que sos mi igual y es que me gustás. Mon semblabe, mon frère.
¿Qué sentido tendría el sexo –ahora que carece ya por completo de todo fundamento reproductivo– sino como dispositivo adecuado para encontrar esa reciprocidad del “me gustás”? ¿No es esa utopía la que sostuvo, durante siglos, todas las aventuras amorosas? ¿Qué haremos ahora que hemos alcanzado la certeza de que ese pacto funciona en el universo del tecnonarcisismo (y acaso en ningún otro)?
El plano, la palabra, el estilo del otro recortará aquella parte que vale por el todo: un perfil, el sentido del humor, la cultura, la brutalidad, el estereotipo o su afuera. Lo que sea que pueda gustar a quien se quiere llevar a pensar (¡que lo diga!, ¡que lo diga!): Me gustás. Me gusta eso que me mostrás, eso que me decís. Me gusta que me muestres eso. Que me muestres lo que me gusta me permite pensar que sabés algo de mí y que formamos parte de un mismo acuerdo, y que algo nos contiene, y que algo nos sostiene por encima de la violencia y la hostilidad del mundo.
Los hombres de Internet, es otra característica en común, jamás se entregarían en persona a un exhibicionismo tan intenso de sus almas desgarradas por el ansia sexual.
Todos, probablemente los jóvenes más que los maduros, buscan una experiencia (sexual o amorosa). Necesariamente deben buscarla en Internet, ese universo completamente imaginario (o ficcional), porque, como decía Benjamin en la década del ’30, “hoy sabemos que para efectuar la destrucción de la experiencia no se necesita en absoluto de una catástrofe, y que para ello basta perfectamente con la pacífica existencia cotidiana en una gran ciudad. Pues la jornada del hombre contemporáneo ya casi no contiene nada que todavía pueda
traducirse en experiencia: ni la lectura del diario, tan rica en noticias que lo contemplan desde una insalvable lejanía, ni los minutos pasados al volante de un auto en un embotellamiento; tampoco el viaje a los infiernos en los trenes del subterráneo, ni la manifestación que de improviso bloquea la calle, ni la niebla de los gases lacrimógenos que se disipa lentamente entre los edificios del centro, ni siquiera los breves disparos de un revólver retumbando en alguna parte; tampoco la cola frente a las ventanillas de una oficina o la visita al país de Jauja del supermercado, ni los momentos eternos de muda promiscuidad con desconocidos en el ascensor o en el ómnibus. El hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de acontecimientos –divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o placenteros– sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia”.
Hay muchas clases de hombres en Internet, incluso en lo que se refiere a su identidad sexual: homosexuales, heterosexuales, bisexuales, intersexuales o transexuales. Pero llegado un cierto momento de la noche (o de la mañana, o del deseo) pareciera que esas categorías se desestabilizan por completo y una dimensión desconocida (que bien puede llamarse queer) se expande como una mancha de petróleo en los vastos mares de la soledad. El hombre (real o figurado) que ha decidido gastar su tiempo y posponer su sueño sentado frente a una pantalla en busca de un rato de placer (y el consiguiente derramamiento del propio material genético), el “cableado” que vive conectado a una computadora, tiene un antecedente obvio en el quemado de la cultura de las drogas. Postulada como adicción, la cultura de la computadora inmediatamente evoca una ética del uso (del uso de la droga, del uso de la tecnología) que amenaza las ideas corrientes de “humanidad” al proponer conexiones entre el hombre (como ser sexuado) y la máquina radicalmente nuevas.
Salvo el caso de vecinos de la misma ciudad, los usuarios de los diferentes canales saben que pueden “actuar” desde el más completo anonimato, o construir una identidad completamente ficcional. El cibersexo no es sino una forma hipersofisticada e interactiva de la masturbación: una vez aceptado el onanismo como solución sentimental, ¿por qué detenerse en la paja solitaria y no establecer círculos masturbatorios?
O, una vez aceptada la felicidad de una mano que conoce todos los secretos del propio cuerpo y que disfruta de esos contactos tanto como su dueño, ¿qué moral, qué barrera, qué limite se podría anteponer ante la proposición de reemplazar un pedazo de carne por otro?
No habiendo identidad en juego, ni realidad alguna a la cual rendir la evidencia del propio deseo, todos los juegos, todas las clases de juegos parecen ser posibles, incluso inofensivos (en el sentido de que no ofenden ninguna moral, pero también en el sentido de que no exponen a quienes lo practican a ninguna consecuencia seria).
Más que refrendar la antiquísima conclusión del Informe Kinsey (Comportamiento sexual del hombre, 1948), según el cual el 60 por ciento de los hombres participó al menos en una práctica homosexual después de los 16 años de edad y al menos un tercio de los hombres ha alcanzado el orgasmo en prácticas homosexuales, la inconsecuencia de la paja mutua o grupal (en cuya fantasía no existen ni la estigmatización, ni la impericia, ni las enfermedades de transmisión sexual) pareciera más bien el indicio de un desmoronamiento de todo sistema de categorización, lo que se llama queer.
La página Male Masturbation Techniques (www.male-masturbation-techniques.com), con tono didáctico, ofrece videos de diferentes técnicas masturbatorias (muchas de ellas sorprendentes y algunas de ellas descabelladas: la vieja historia de la mosquita a la cual se le quitan las alas en la bañera llena de agua, que alimentó nuestras fantasías de infancia, sería totalmente naïf en este sitio). Muchos de los tips que se ofrecen tienen que ver con la masturbación à deux (o à trois, o à sept) y las condiciones para el éxito del ménage (cómo evitar los nerviosismos, cómo multiplicar los estímulos, qué tipo de competencias son las más rentables: el que acaba más, o más lejos, etc...). En una de las entradas de ese sitio “Matías dijo” (traduzco del inglés macarrónico del mensaje): “Gracias Flipper por los videos de tipos pajeándose mutuamente y yo también gusto de los grupos de masturbación. ¡Adoro el blog y soy straight! Gracias de nuevo desde Argentina”.
Jackinworld (www.jackinworld.com) y Advance Masturbation (http://advancedmasturbation.com) ofrecen servicios similares.
Whack it World caracteriza su misión en el mundo “absolutamente en relación con la masturbación masculina. El foco está puesto en todo tipo de hombres entre los 18-45 y sus técnicas para pajearse. Encontrarás jovencitos lampiños, potros de college, tipos promedio y bestias peludas. Este sitio es sobre pajas, con las ocasionales mamadas sólo por diversión. Con base en, pero no limitado a, Chicago, Whack it World comenzó en enero de 2005 y ha crecido hasta casi cien hombres, a los cuales se agrega un nuevo amigo de paja cada semana” (de “identidad” sexual, ni hablar).
En todos los sitios se encontrarán anuncios de adminículos masturbatorios (y los correspondientes videos promocionales). Los más recurrentes son los Fleshlights (vasos de plástico con una cubierta que simula una vagina, una boca o un ano: los hay incluso vibradores y “hands-free”) y los aneros (“juguete sexual masculino anatómicamente diseñado para masajear y estimular la próstata. Originalmente desarrollado para masajes prostáticos por razones de salud, los usuarios registraron sus beneficios sexuales”) Dr. Erector (“el mejor dispositivo para el masaje de próstata, maximiza el placer orgásmico y la eyaculación. La masturbación prostática es también saludable para la próstata”).
Como con la salud no se juega, más vale jugar con la propia anatomía: “Los hombres que practican la masturbación entre los 20 y los 50 años tienen menos riesgos de padecer tumores prostáticos, patología que se cobra al año medio millón de vidas en el mundo. La razón esgrimida por los investigadores es que la expulsión de esperma previene al hombre de las sustancias carcinógenas que pueden acumularse en el glande. Con una muestra de 1079 pacientes con cáncer de próstata y 1259 personas sanas, Giles y su equipo descubrieron que aquellas personas que habían eyaculado más de cinco veces por semana, especialmente durante la veintena, tenían un tercio de posibilidades de desarrollar una variante agresiva de cáncer de próstata (...). Otros estudios cifraban en un 40 por ciento el aumento del riesgo en caso de frecuentes relaciones sexuales con personas diferentes. El autor del estudio se explica esta disparidad ‘porque los estudios previos se centraban en la pareja, y yo en cambio lo hago en la masturbación’. Además, las infecciones causadas por la actividad sexual no tienen importancia en lo relativo a la práctica masturbatoria” (tomado de elmundosalud.com).
Ahora se promueve lo que antes se callaba con vergüenza. La proliferación de juguetes masturbatorios, si algo demuestra, es que hay un mercado pujante para ellos. Lo mismo puede decirse de los videos como Grinding the Rod (“Frotando el garrote”), en el cual “Alex y otros ocho skaters nos muestran cómo se acaban todo con masturbaciones mutuas en su video de 1 hora 45 minutos”...
Si una película porno de esa duración puede aburrir hasta a un condenado a reclusión perpetua, un video de chicos sólo pajeándose tal vez sea más tedioso que chupar un clavo, pero en todo caso participa de un dispositivo de mise en abîme abrumador y mareante: uno se masturba no mirando la escena deseada sino mirando a otro(s) masturbándose que mirarán (tal vez) a otros onanistas haciendo lo propio, y así hasta el infinito, en un loop en el que la paja pierde todos sus sentidos pretéritos como sucedáneo de otra cosa.
“Pajero, ra” es, para el Diccionario de la Real Academia Española, “mentiroso” en El Salvador y “persona que dice tonterías” en Nicaragua. Entre nosotros, lo sabemos, equivale a “persona sin iniciativa ni voluntad” (Diccionario del Español de Argentina, coordinado por Claudio Chuchuy).
Pero los cibernautas del tercer milenio se toman bien en serio sus faenas, son voluntariosos y nada faltos de iniciativa a la hora de darle una mano al prójimo. Tal vez mientan, pero en el laberinto de las apariencias eso importa más bien poco (nadie tiene intenciones verdaderas de desenmascarar al compañero de aventuras). En ese contexto, toda oposición entre hétero y homosexualidad ha perdido especificidad y sentido.
Hace algunos meses circularon por los archivos de video unas imágenes en las que un jugador de fútbol de Primera División se masturbaba ante la cámara. En un momento de sus jugueteos se paró y, dándose vuelta, exhibió para su partenaire en el mensajero más famoso de la red sus bien formados glúteos de futbolista. Se supuso entonces que quien había formulado el pedido (“mostramelá”) y quien había colgado el video en la red, luego de grabarlo clandestinamente, participaba de la misma morfología del muchacho (pero ese argumento es sexista y, en última instancia, intrascendente).
La más famosa página de Contactos Sexuales de Argentina (contactossex.com) tiene dos salas de videochat, una heterosexual y otra gay. Es muy frecuente encontrar en la sala gay a jóvenes y hombres maduros cuyos perfiles declaran con énfasis sus preferencias heterosexuales.
Lo mismo sucede en xtube, una célebre página para cargar videos sexuales (la mayoría de ellos muestran a cultores de Onán derramando su simiente) donde los pedidos de amistad se multiplican más allá de las predilecciones declaradas en los respectivos perfiles. Aquí y allí se han formado lo que los americanos llaman circle jerk (hay un canal en undernet exclusivo para estos nuevos especímenes: “jack-off-str8”) y que aquí son sencillamente el “club de la paja”.
Habrá quienes insistan denunciando a esos autocomplacientes y proclamando que la curiosidad mató al gato. Mejor es pensar que quien mira con tanto cariño la propia tiene amor suficiente para todas las demás. Y está bien que así sea.
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