Viernes, 4 de junio de 2010 | Hoy
SERGIO AVELLO, ADIOS
Entre los amigos de todas las tribus que Avello solía frecuentar decidieron que un velorio era demasiado dramático para despedirlo. Así fue que lo agasajaron en su estudio de La Boca, que era una casa maravillosa, acondicionaron el lugar con sus obras y, a través de Internet, los amigos que estaban en Nueva York le hicieron un homenaje en simultáneo. Un momento lindísimo en el que se merecía estar presente.
Sergio Avello se murió el 24 de mayo, en plena fiesta bicentaria, después de cinco meses de agonía intermitente e implacable como sus luces. La palabra de una amiga es lo mejor para irse, por eso conversamos con Adriana Rosenberg, compañera de arte y de otras escapadas desde los brillantes ochenta hasta los últimos días.
“Más allá de todos los diagnósticos, Sergio siempre conservó su carácter extraordinario. El era optimista, tenía ganas de vivir, era muy positivo aun en la enfermedad y hasta último momento estaba diseñando una obra para Arte BA. Yo lo conocí en una muestra, recién llegado de Mar del Plata, en un lugar totalmente under que se llamaba La zona, en Riobamba y Santa Fe, apenas empezaban los ochenta. Era un sótano por donde pasaron muchísimos artistas, entre ellos Batato, y Sergio había hecho allí una obra en un baño. Me llamó la atención el sentido estético, era una instalación de luz en un lugar completamente inusual y alternativo: con pocos elementos lo transformó en algo muy distinto. Enseguida se hizo amigo de los pintores jóvenes, Martín Reina, Garófalo... e hicieron muchas cosas juntos. Era esa época y esa movida donde te veías en todos lados. En el ’89 inauguré la Galería, que era una especie de showroom, y él hizo su primera individual ahí. Se llamaba ‘Arte decorativo argentino’ y era una serie de cuadritos muy artesanales, que vendió todos en una noche porque los puso a un precio irrisorio y cada amigo se llevó uno”.
Sergio era un artista de obras, como la del Malba (Volumen, la pieza lumínica en la explanada del museo que funciona como un semáforo del nivel sonoro de Figueroa Alcorta); un artista urbano, multifacético.
Teníamos charlas sobre el arte, sobre el lugar de lo contemporáneo. Un día me dijo que iba a dejar la pintura porque le parecía un asunto cosmetológico. Fue fundador de Proa, me ayudó desde el primer día: era una persona que le encantaba el mundo del arte, le gustaba colgar la obra de los otros, era muy generoso. Y era muy grupal, siempre estaba con mucha gente y de muchas tribus distintas.
Nos divertíamos mucho, éramos viajantes de spas, íbamos todos los años a alguno, durante 10 días, como una clínica de rehabilitación donde nos ponían cremas, hacíamos gimnasia... Además él estaba mucho en mi casa, con Batato venían a volverse mujeres de noche. Tenían un cuarto lleno de ropa, y yo en ese entonces tenía una señora que trabajaba en casa que lo adoraba y un día me dijo: ‘Señora, Sergio trabaja en una murga’. Le dije que sí. Una murga. Me pareció una extraordinaria contraseña que encontró ella en el mundo cultural para entender a Sergio.
Adriana Rosenberg es Presidenta
y Directora de la Fundacion Proa desde 1996.
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