Viernes, 11 de junio de 2010 | Hoy
MUSEO MALVA
Los levantes no fueron siempre por Internet, aunque usted no lo crea. Malva, memoriosa señora trans integrante de la redacción de la revista El teje, sistematiza especialmente, a pedido de SOY, técnicas de levante de antaño sin olvidarse de consignar ventajas y desventajas.
Por Malva
El código, el lunfardo, tengo entendido, fue forjado en el ámbito carcelario transformándose con el uso y con el tiempo en guía elemental para la convivencia entre reclusos y también para pequeñas sociedades. Creo yo que los ladrones de entonces no eran los de hoy. Los de entonces se consideraban ladrones profesionales, dotados de cierta ética, esto es, respeto por la vida humana y solidaridad con todo aquel que compartía su barrio. El código del hampa incluía protección entre familias, ayudar con el bagayo. La cultura del delirio ha cambiado, como todas las subculturas. Por eso, en lugar de detenerme en este lamento, voy a adentrarme en lo que me han llamado, que es concretamente recordar los códigos propios que teníamos para el levante del chongo, nosotros los jóvenes de entonces, los diferentes sexuales de muchas pero muchas décadas atrás.
Según mis recuerdos, las más usadas fueron la gestual y la manual. Trataré de explicar su mecanismo no sin aclarar que en mi época de adolescente, en Buenos Aires, hubo lugares propicios para aplicar esta metodología. Por ejemplo, el café-pizzería de la calle Rojas, en Caballito, que tenía una vitrola que por veinte centavos nos regalaba la música elegida. Allí, por las noches se reunían exponentes de un estrato muy particular. Los soplanucas, los vivillos, los ladrones y obreros del lápiz, amén de provincianitos buscones que para hacerse ver hacían sonar una y otra vez el mismo disco con las voces de Antonio Tormo o Margarita Palacios. Todos dispuestos a ser levantados por algún Toto, que seguro les daría para comer y dormir.
La marica en cuestión le hacía una seña con el dedo índice levantado o bien con la mueca de un beso lanzado al aire. Si la respuesta era afirmativa o con un gesto idéntico, el provincianito buscón o el vivillo respiraba, porque entonces morfi o atorro estaban asegurados.
A partir del año ’47, estos cafés comenzaron a ser visitados por una policía con metodología bien específica: las razzias moralizadoras avanzaron justificando su atropello con la defensa de las buenas costumbres. La aparición de la nueva policía peronista nos mostraba sus garras. Ante este inconveniente nos refugiamos entonces en los cines continuados que habrían sus puertas desde las 11 de la mañana hasta pasada la medianoche. De acuerdo al horario, se proyectaban documentales, cortos de Chaplin o Laurel & Hardy, rematando con los clásicos dibujos animados. Tuvimos que amoldarnos a la situación, aunque muchos totos no asumieron que los tugurios de Flores, Mataderos y Palermo ya no daban para el puterío, y así les fue, como mínimo 30 días por la cabeza.
Ahí surge con creces el levante manual, que se acentuó en los cines continuados. Nos resultaba audaz, y en cierto modo temerario, pero había que arriesgarse. Entre la casi penumbra de la sala tratábamos de sentarnos en la butaca contigua a la de un chongo, que bien podía ser un vivillo, un soplanuca o un mataputo. Pasado un minuto de espera, el Toto comenzaba con el juego de “la mano muerta”, que consistía en rozar suavemente la pierna del chongo a modo de tanteo. Si el candidato era asunto, inmediatamente se abría de piernas y con un codazo te invitaba al toqueteo pleno, es de imaginar que la manito del Toto hurgueteaba la bragueta del pantalón, refugio del pedazo. En ocasiones el tipo buscaba ser masturbado, y eso era conocido en la jerga como “levantarse un pájaro”. También, luego de un rato, podía ser que el chongo con un movimiento de mano indicara el deseo de abandonar la sala para arreglar una salida o el coito inmediato. El maricón que tenía lugar estaba salvado, y para el que no, el zaguán de una casa, arbustos de una plaza o avenida eran hotel de paso. A esta conquista la llamábamos “levante de un soplanuca”. Haciendo referencia a que un tipo se dejaba llevar por una mariquita. Muchas veces teníamos la desagradable sorpresa al salir a la calle tras el chongo de que se trataba de una emboscada, un cana que había puesto la carne para la pesca de putos que llevaban a Devoto, 30 días. Los cines Eclerc, Mundial, Real, Cataluña y Radio City fueron testigos de lo que cuento.
En cuanto al levante callejero, es una modalidad con una dosis extra de ingenio, ya que se usaba la gestualidad, la mirada y el talento actoral. La mariquita mojaba con la lengua sus labios suavemente, con lo cual significaba la invitación al sexo oral, a lo que el chongo elegido, con un poco de suerte, respondería del mismo modo. Caso contrario, el puto recibía una furia de trompazos, o sea cobraba de lo lindo.
Se usó también el guiño de ojos, todo dependía de la capacidad de interpretación del chongo.
En Plaza Italia abría sus puertas La Enramada, lugar exclusivo para el chamamé, donde se sacaban chispas los correntinos bailando al compás de “El rancho’e la Cambicha” o “Kilómetro 11”. Ocurría que, generalmente, en las madrugadas domingueras todo el machaje salía de los bailes archi-caliente por las apretadas con las siervas. Los cafés aledaños, con sus nombres comerciales iluminados, le daban a la zona un aire pintoresco, en ellos se consumía lo tradicional, café con leche y pan y manteca, el submarino o el clásico chocolate con ensaimada. Dentro de este paisaje ciudadano, la marica ponía en práctica sus dotes actorales, que en un principio tuvieron éxito pero que luego fueron dejando de lado, ya que perdió eficacia debido a que la chongada mataputo se dio cuenta de que era un ardid.
“¡Señor! ¡Joven! ¡Muchacho! “De acuerdo al aspecto del chongo elegido era la palabra utilizada, dicha por supuesto con fingida preocupación para convencer. “¡Ay! Ando perdido y no encuentro la parada del colectivo.” Ese ¡Ay! debía ser dicho con un tono muy especial, le daba la pauta al chongo de que quien lo decía era un puto. “¿Vos me podrías decir dónde para el 60?” El tuteo funcionaba como un gancho para entrar en confianza. Mientras el mariquita hablaba, no apartaban su mirada de la bragueta del chongo. Podía suceder que el chongo no entendiera de inmediato y se necesitara hablar un poco más con ese tono maricón hasta que quedara claro. En ocasiones sucedía que el candidato era reacio o hasta maldito con las mariolas y de inmediato las sacaba de raje, puteándolas de arriba abajo. Cuántas veces el marica tuvo que salir corriendo como una gacela por la calle para salvarse del chimpunay.
A estas contingencias se expuso el diferente sexual de mi tiempo cuando procuraba su momento sexual en un época en que tuvimos todo en contra. Machismo homofóbico, discriminación social, opresión policial fueron los condimentos que sostuvieron sistemas intolerantes y anti-putos durante casi 55 años, vale decir, desde 1947 a 1983, cuando asoma en la Argentina una democracia con distinto perfil que comenzó a atemperar el abuso sexual en nuestra contra. Abuso apañado por un código contravencional, pergeñado en los comienzos del peronismo, cuya vigencia comenzó a quedar nula con el nuevo código de convivencia urbana bajo el mandato de Aníbal Ibarra. Como última reflexión debe agregar que el levante, con las características señaladas, ya no es posible. Los tiempos cambiaron, todo es distinto y lamentablemente este cambio cultural trajo como consecuencia el deterioro del espíritu y de la mentalidad del hombre común, integrante de una franja ciudadana importante, me refiero a la excursión sistemática del campo productivo de una gran masa laboriosa.
Afortunadamente, el diferente sexual de este tiempo hace sus levantes y sus citas cib con chongos por Internet, situación que lo pone bastante a salvo de peligros y contingencias que surgirían si pateara la calle.
Nuestros códigos de conducta sexual fueron manifestaciones que corresponden a tiempos idos, y si los expongo ahora es para que nuevas generaciones se enteren de cómo vivíamos los homosexuales 80 años atrás. Sólo agregar, sin perder el humor, que nuestra modalidad para conquistar fue el alimento para nuestra sexualidad, en un tiempo en el que “el mono usaba chaleco”.
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