Viernes, 15 de julio de 2011 | Hoy
Por Flavio Rapisardi
No me casé, ni me casaré. Pero, como sostiene Didier Eribón en su libro Por ese instante frágil... Reflexiones sobre el matrimonio homosexual, el malestar que siempre me dieron los casamientos (con todos sus ornamentos y en distintos credos) de amigos/as y familiares no era más que la contracara de otro mariposeo de panza: el no poder acceder si se me antojaba, u otros/as que sí lo querían, a una institución civil. A un año del matrimonio, ya lo dijo la Presidenta, fue un despertar con más derechos. Y, como todo derecho, es abstracto si no lo acompañamos con políticas económicas, sociales, políticas y culturales que hagan efectivas las consagraciones legales. De todos modos, una ley es siempre más que una ley, es una fundación, un acto de fuerza en un hiato que funda un antes y un después en la cultura en tanto proceso social de producción de estilos de vida. A esto temían y temen los neoconservadores: a la inscripción de nuevas posibilidades en el horizonte material de la vida. Por esto es ahora responsabilidad nuestra, de los movimientos antidiscriminatorios, no cerrar la brecha sobre la que fundamos una nueva cara de la igualdad. En ese hiato en el que están esperando todavía las naciones indígenas que reclaman sus tierras, los/as afrodescendientes que comienzan a ser reconocidos/as pero aún en un contexto racista, a los/as migrantes que siguen bardeando cuando hacen sus trámites consagrados con la nueva y progresiva Ley de Migraciones en mano, a las mujeres en situación de prostitución que ya no podrán ser rematadas como ganado en la doble moral de los matutinos argentinos, pero que necesitan de políticas sociales de integración que no las devuelva a la explotación fiola, entre otros/as cuestiones.
Luego de un año de la sanción del matrimonio, el proyecto de ley de identidad de género espera su sanción, algunas provincias deben derogar artículos discriminatorios de sus códigos de faltas, la educación sexual integral es empujada con problemas y nos falta incluir la diversidad como un valor y una complejización de la noción de ciudadanía en todos sus aspectos (económicos, culturales, políticos y sociales). Y en esta complejidad deberíamos comenzar a debatir seriamente por qué concepciones religiosas sostienen que las personas Glttbi no pueden ser buenos/as y enteros/as cristianos/as, seguir el camino de Ifá (religiosidad de raíz africana), ser ejemplares imanes musulmanes o rabinos/as judíos/as, o la pretendida complementariedad natural entre varón-mujer como fundamento moral de las cosmovisiones indígenas. Querer obligar a las religiones y cosmovisiones a aceptar esto no lo considero emancipatorio, ya que la diversidad es un valor, pero para que la diversidad sea crítica y no meramente folklórica no podemos permitir argumentos denigrantes sin atenderlos y ponerlos en discusión con seriedad en un proyecto colectivo como es el proyecto nacional y popular.
Para cerrar podríamos decir que a un año de la sanción de la ley de matrimonio igualitario queda cada vez más claro que las personas Glttbi necesitamos avanzar en la consagración de los derechos económicos, sociales, políticos y culturales como una agenda indivisible, lo que hará necesario avanzar en la materialidad de la cultura para volver a inscribir nuestra igualdad y la de todos/as en un horizonte común y verdaderamente igualitario.
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