Viernes, 15 de julio de 2011 | Hoy
Por Ernesto Meccia
Existe un imaginario reactivo a la no-heterosexualidad que reúne nociones como "contagio", "expansión", "inundación" y "propagación" como condiciones que llevarían a la "corrupción" de cosas presuntamente incorruptibles que tendrían valor por sí mismas. Desde las teorías de finales del siglo XIX a la epidemia del Sida, y desde la lucha para la obtención de la personería jurídica de la CHA a los debates en torno al matrimonio igualitario, esa imaginación temerosa siempre sale a la superficie.
Una vez sancionado el matrimonio me tocó asistir como panelista a infinidad de encuentros que querían hacer un balance de la situación política LGTB el día después. Escuché algunos vulgares y arrogantes (sobre los que me gustaría escribir en otra oportunidad) y otros amargos y alarmantes. Los últimos tenían como latiguillo pensamientos del tipo: "¿resulta que el matrimonio está desapareciendo y nosotros venimos a legitimarlo?" o "¿entonces finalmente nos asimilaron a la normalidad?".
El uso notorio de la primera persona del plural sumado a las genuinas caras de preocupación que lo acompañaban me hizo pensar que –tal vez– estemos ante una recreación endógena del imaginario exógeno de la "propagación". En efecto, esos malestares personales que expresan el descontento en algunos sectores de las comunidades LGTB, se basan en una idea que reza, poco menos, que los no-heterosexuales hemos venido en masa a salvar el matrimonio, lo que demostraría que a pesar de todo, tod@s le estaríamos dando quorum ideológico a una institución añosa, y que ésto indicaría que lo añoso sigue cumpliendo funciones sociales, con lo cual tod@s seríamos útiles a ciertas instituciones incorruptibles del orden social.
La cadencia circular que tiene esta clase de discurso es clara, aunque lo más interesante sería tratar de explicar porqué algunas personas no-heterosexuales (¿cuántas serán?) se quedan con esta lectura de la situación, es decir, viendo el vaso medio vacío. ¿Creerán seriamente en esa futura propagación del síndrome matrimonial? Seguro que no. Sin embargo, es ese justamente el síntoma: que reaparezca el imaginario de la propagación como un chispazo en el discurso, o como una "chicana" como acostumbramos decir.
Muchas veces pienso que las lógicas obstinadas de los discursos de la discriminación afloran en los lugares menos pensados y a propósito de las situaciones más inesperadas. Concretamente: pensar más en la reproducción del orden social y menos en la igualdad jurídica, o visualizar más la veneración ciega a una institución que el cese del monopolio de la misma por ostentación de heterosexualidad, o predecir más su salvación a manos de l@s LGTB y menos la conformación de un horizonte cultural de elección entre posibles alternativas vinculares, bien podrían pensarse como formas de auto-punición de procedencia heteronormativa que seguimos descargando sobre nosotr@s. Porque, visto en perspectiva, acaso ese temor a una propagación en la que no se cree sea, en realidad, una cortina de humo que tapa el temor a entregarse a la idea de igualdad, por más imperfecta e incompleta que sea. Así quiere el discurso dominante que piensen los dominados.
Reitero: quisiera escribir en otro momento sobre las celebraciones fáciles y acríticas del matrimonio igualitario. Pero creo hoy lo más importante es interrogarnos sobre este malestar porque, muy probablemente, sea otro coletazo del lenguaje heterosexista que sigue hablando a través de nosotros. Y vale la pena recordar, con Pierre Bourdieu, que el lenguaje de la dominación masculina es aquel que nos hizo decir infinidad de veces "no, esto no es para nosotros".
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