Viernes, 28 de octubre de 2011 | Hoy
El siglo XIX conoció su propia pasión por la inhalación, en la versión distendida y algo más elegante que ofrecía el éter. La crítica norteamericana Susan Buck-Morss explica que los círculos cultos de las metrópolis montaban aeter parties, en las cuales se inhalaba “gas hilarante” (óxido nitroso), que producía sensaciones voluptuosas, impresiones visibles deslumbrantes, una sensación de extensión altamente placentera tangible en cada miembro, visiones fascinantes, un mundo de nuevas sensaciones, un nuevo universo compuesto de impresiones, ideas, placeres y dolor. Todas éstas son descripciones de sus participantes citadas por la estudiosa. Hacia mediados de siglo, estas fiestas tuvieron su efecto sobre el desarrollo de la ciencia cuando, de manera independiente, estudiantes de Medicina de Georgia y de Massachusetts participaron de estos ‘juegos’. Un cirujano de Georgia, Crawford W. Long, notó que aquellos que se lastimaban durante las celebraciones no sentían dolor. En una reunión en Massachusetts, estudiantes de Medicina les dieron éter a ratas en dosis lo suficientemente altas como para inmovilizarlas y producirles una insensibilidad total. Crawford Long utilizó anestésicos en varias operaciones en 1842.
Curiosamente, también el éter aparece asociado con la comunidad homosexual. En parte porque entre sus efectos se cuentan una notable desinhibición que suele expresarse en el terreno sexual. Pero también porque entre sus publicistas más destacados se encuentra el escritor Jean Lorrain, autor de los inquietantes Relatos de un bebedor de éter. Escritos en pleno decadentismo, en los estertores del siglo XIX, los relatos constituyen pequeñas escenas enmarcadas, en los cuales a lo largo de la situación que se cuenta se describen los efectos que provoca en el narrador y en sus amigos la ingesta del éter. Como sostiene Ezequiel Alemian en su estudio preliminar a la edición local del volumen, Lorrain es tanto o más interesante por la figura de autor que se talla que por sus escritos. En efecto, el bebedor de éter hace de sí mismo un personaje provocador, sediento de escándalo, uno de cuyos rasgos salientes es una homosexualidad que no busca esconderse. Publicita, por caso, y a la par que su afición al éter, su gusto por los luchadores de feria, y famosamente se presenta en una fiesta ataviado con un maillot rosado y el calzón de piel de pantera de un amigo luchador.
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