Viernes, 1 de agosto de 2008 | Hoy
Con la primera persona del plural la comunidad travesti, transexual y transgénero presenta un libro conmovedor y necesario para darse a conocer, aportar leña al debate y ejercer la ciudadanía. Entre el ensayo, el informe, la denuncia y el álbum familiar, Cumbia, copeteo y lágrimas es fiel espejo de cuerpos concretos que a lo largo de todo el país nacen en la ilegalidad, viven en la ilegalidad y muy pero muy temprano, mueren en ese mismo oscuro lugar.
En el año 2005 apareció el libro La gesta del nombre propio, que daba cuenta de las condiciones de vida del colectivo en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires. Con este nuevo libro, la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (Alitt) cumple con su compromiso de completar la investigación con datos sobre el resto del país. Casi 300 travestis de Córdoba, Salta, Mendoza, San Miguel de Tucumán y Neuquén respondieron a un cuestionario donde se les pidió detalles sobre educación, vivienda, vínculos familiares, ingresos, prostitución, salud, violencia. La investigación contó con la coordinación académica de Renata Hiller, Aluminé Moreno y Ana Mallimaci y la densidad del trabajo se completa con las voces de Mauro Cabral, Marlene Wayar y Diana Sacayán. La compiladora general, Lohana Berkins, define en su introducción el sentido político de este trabajo. También devela las razones que llevaron a elegir este título y con esas palabras vuelve a descorrer el velo de una intimidad, de una familia, de un modo —o varios— de estar en el mundo: “La ‘cumbia’ hace referencia a la música que escuchamos y bailamos cuando nos celebramos. Entonces, muchas veces pasamos al ‘copeteo’ y sumamos el brindis y los convites al baile. Las ‘lágrimas’ llegan cuando la emoción está flor de piel y se mezclan las añoranzas y la borrachera: allí comienzan a aparecer las historias de alegría y de dolor que entrecruzaron nuestras vidas. Es en estas circunstancias en las que surgen y circulan las historias que hilvanamos en este libro”.
Permanece inmóvil en la esquina mientras su bolso se balancea como un péndulo. Se aparta el pelo de los hombros en un gesto que repetirá varias veces en la jornada. Mira hacia los costados con ansiedad, como esperando algo, como deseando que aquello aparezca de una vez, quizás incluso sin saber de qué se trata exactamente. Hace un poco de frío y se da calor a sí misma frotándose los brazos. Sí, ha salido con poco abrigo. Quizás ese saquito que dejó sobre la cama no hubiese estado de más. De pronto en la esquina dobla un auto, prende sus balizas y va deteniéndose poco a poco hasta quedar estacionado a su lado. Ella se acerca e intercambia algunas palabras con el conductor del automóvil a través de la ventanilla baja del asiento del acompañante. Finalmente sube al auto y se marchan.
Quien la ha recogido es su hermana, su amigo, su sobrino, su pareja o su cuñada. Juntos irán a visitar un pariente, el hospital, el cine; concurrirán a la cita con el odontólogo, la reunión con otras compañeras, el nacimiento del hijo de una amiga o una cena de cumpleaños.
Sin embargo este texto que usted está leyendo es sobre travestis, transexuales y transgéneros. Quienes lo tenemos en las manos lo sabemos y tal vez por ello, al leer las primeras líneas, suponemos que esa escena corresponde a una situación de prostitución. Quizás incluso a muchas de nosotras nos haya sucedido estar esperando en una esquina a una hermana, un amigo, un sobrino.... para ir a visitar un pariente, el hospital, el cine... y sentir las miradas sobre nuestros cuerpos, como si estuvieran en exposición. Quizás incluso la policía, en esos momentos, haya querido llevarnos detenidas por el solo hecho de estar esperando en una esquina a nuestras parejas, a nuestras cuñadas... para ir a la cita con el odontólogo, a la reunión con otras compañeras, a una cena de cumpleaños...
En nuestra sociedad travestismo, transexualismo, transgeneridad y prostitución parecen anudarse naturalmente, como si nuestras identidades implicaran, inmediatamente, la prostitución callejera.
“Puta”, “prosti”, “de la calle”, “en el sexo” fueron algunas de las respuestas de casi el 80 por ciento de las compañeras encuestadas en todo el país cuando se les preguntó acerca de su principal fuente de ingresos. Aquellas que tienen otro tipo de empleos son un 14,8 de las entrevistadas y consignaron trabajos como peluquería, costura, depilación o actividades esotéricas. Finalmente, un 3,1 por ciento afirmó recibir algún otro tipo de ingreso (especialmente planes sociales o subsidios e ingresos de la pareja) y el 1,2 vive exclusivamente del ingreso de sus parejas.
Un breve paneo por las edades de las entrevistadas y su principal ocupación puede darnos algunas claves: en todos los grupos de edades hasta 41 años, la principal ocupación (superando siempre el 80 por ciento) es la prostitución. Entre las mayores, los porcentajes diminuyen pero nada nos habilita a pensar que no hayan ejercido la prostitución previamente.
Incluso si atendemos a sus actuales ocupaciones, entre aquellas que tienen otros empleos nos encontramos con que son trabajos de baja capacitación y ejercidos, en su gran mayoría, de manera independiente. Esto señala una grave dificultad con la que corren las travestis, transexuales y transgénero mayores: el mercado de la prostitución las descarta con su salud dañada por años de exposición a situaciones de riesgo. Mientras tanto, quizá se encuentren con que nunca participaron del mercado de trabajo y por ende no tienen ningún tipo de aportes jubilatorios ni experiencia laboral que las habilite para un empleo. Este cuadro, sumado a la discriminación, lleva a las compañeras mayores a una enorme desprotección y a sufrir serias dificultades económicas. Algunas de ellas logran, como señalábamos, hacerse de un oficio que les permita sobrevivir, pero esto tampoco brinda mayores garantías.
(...) Esta sociedad se sigue escandalizando y diciendo “hay alguien desnudo en la puerta de mi casa”. Sin embargo a nadie le importa preguntarse por qué alguien con tres grados bajo cero tiene que estar desnudo allí. Qué decir entonces de los que se avergüenzan o cierran los ojos ante la presencia de tantas chiquitas travestis, transexuales o transgénero (o de aquellas que incluso andan todavía preguntándose qué son, qué desean ser) y que no sólo tienen que proveerse los ingresos para vivir sino que además lo hacen en situaciones riesgosas para su salud e integridad. Cómo, en todo caso, no es eso lo que escandaliza. Así, nuestras identidades, prostitución y segregación se anudan en un complejo del cual es difícil salir. La discriminación y el desarraigo nos expulsan de la escuela y esto a su vez dificulta la búsqueda de horizontes laborales: cuanto menor es el nivel educativo alcanzado, mayor es el porcentaje de compañeras cuya principal fuente de ingresos depende de la prostitución. Entre quienes tienen primaria incompleta, casi el 90 por ciento se dedica a eso; de aquellas que la terminaron, el 86,7 también encuentra en la prostitución su principal fuente de ingresos. De las que tienen la secundaria incompleta, un 81,4 se prostituye y, partir de allí, las cifras descienden del promedio total: 76,7 de las que terminaron la secundaria, la mitad de las que tienen una carrera universitaria o terciaria incompleta y finalmente solo el 33,3 por ciento de las que completaron una carrera tiene como principal fuente de ingresos la prostitución. Sin embargo, es importante recordar que este último grupo constituye apenas un 2,3 por ciento del total de compañeras encuestadas.
Una cuestión relevante para comprender las condiciones de vida de las travestis, transexuales y transgéneros en nuestro país y en otros países latinoamericanos es que muchas asumimos nuestras identidades a temprana edad. Estos procesos personales ocurren en el marco de sociedades que criminalizan nuestras identidades. En consecuencia, comenzar a vivir de acuerdo con nuestra identidad sexual conlleva, con mucha frecuencia, a la pérdida de nuestro hogar, de nuestros vínculos familiares y la marginación de la escuela.
En la encuesta que realizamos durante el año 2006 en distintas regiones de Argentina preguntamos a todas las participantes a qué edad asumieron su identidad de género. Sabemos que ésta es una cuestión compleja porque consideramos que la construcción de la identidad es un proceso que involucra distintos elementos: deseos, acontecimientos, decisiones, participantes, entornos, limitaciones y posibilidades. Entonces, la definición de un momento en particular quedó librada a cada encuestada. Algunas hicieron referencia a sus emociones o a relaciones sentimentales, otras a las primeras veces que se vistieron con las ropas que deseaban; muchas mencionaron el momento en que salieron a bailar o cuando se presentaron como travestis, transexuales o transgéneros ante personas importantes afectivamente.
Lo que nos interesa de esta pregunta es la posibilidad de constatar si hay vinculaciones entre la edad en que asumimos nuestras identidades y algunas situaciones que vivimos. Más de la mitad de las participantes asumieron su identidad travesti, transexual o transgénero entre los 14 y los 18 años, el 35 por ciento respondió que esto sucedió antes de los 13 años y el resto afirmó haber asumido su identidad de género a partir de los 18 años.
En nuestros recorridos vitales encontramos que el reconocernos como travestis, transexuales o transgéneros ha implicado experiencias de desarraigo. Muchas nos hemos visto forzadas a abandonar nuestros barrios, nuestros pueblos, nuestras ciudades y nuestras provincias —a veces hasta nuestros países— durante la adolescencia o la juventud con el objetivo de buscar entornos menos hostiles o el anonimato de una gran ciudad, que nos permita fortalecer nuestra subjetividad y otros vínculos sociales en los que nos reconozcamos. Otro motivo importante se vincula con nuestras estrategias de subsistencia, porque a veces la decisión de migrar responde a la búsqueda de mercados de prostitución más prósperos que el del pueblo o la ciudad en la que nos criamos o con la esperanza de encontrar alguna ocupación alternativa en otra localidad. (...)
Mientras que en la experiencia de otros grupos sociales discriminados las familias pueden resultar un resguardo respecto de la hostilidad social, en el caso de las travestis, transexuales y transgéneros a veces el grupo familiar es uno de los espacios en los cuales no se respeta nuestra identidad y donde somos agredidas cotidianamente. Por eso, les preguntamos a las encuestadas que no residen junto a sus familiares si mantienen vínculos con sus familias porque consideramos que es un dato importante para conocer las actitudes sociales hacia nosotras, ya que los comportamientos y opiniones de nuestros parientes coinciden con tendencias sociales más amplias. Respecto de la continuidad de los lazos familiares vimos la incidencia de la edad en que las encuestadas señalan haber asumido su identidad de género y la edad que tienen actualmente. Por un lado, si tenemos en cuenta el momento en que las encuestadas comenzaron a vivir como travestis, transexuales o transgéneros, observamos que el 33 por ciento de aquellas que dicen que esto ocurrió antes de los 13 años ha interrumpido su contacto con familiares. Entre las que asumieron su identidad entre los 14 y los 18 años, la proporción es mucho más baja: 11 por ciento. Por último, el 17 por ciento de quienes asumieron su identidad de género a partir de los 19 años responde que no mantiene contacto con su familia.
Los porcentajes anteriores nos hablan de la situación de desprotección en que se encuentran las niñas y adolescentes travestis, transexuales y transgéneros, que tienen mayores probabilidades de ser marginadas por sus grupos familiares cuanto antes comiencen con la construcción de sus identidades.
Por otro lado, si tenemos en cuenta la edad actual de las participantes de la encuesta, encontramos que las más jóvenes se relacionan con sus familiares con más frecuencia (87 por ciento). A medida que aumenta la edad de las encuestadas, esta proporción disminuye (78 para el grupo entre 22 y 31 años; 75,5 para el grupo entre 32 y 41 años; 79 para el grupo entre 42 y 51 años y 71 para el grupo de más de 51 años).
Podemos interpretar de varias maneras el hecho de que las más jóvenes continúen en contacto con sus familiares más a menudo que las mayores.
Una posibilidad es que en la actualidad haya más posibilidades de que algunas y algunos de nuestros familiares respeten nuestras identidades que hace algunos años. Esta transformación se relaciona con los esfuerzos por organizarnos y por defender nuestros derechos.
En los últimos diez años nuestras luchas individuales y colectivas contribuyeron a que se conozca más acerca de nosotras y de las condiciones en las que vivimos. Sin duda, la visibilidad social por la que aún estamos peleando aumenta esta posibilidad. Otra cuestión que debemos mencionar es que, para evitar ser aisladas por nuestras familias, a menudo soportamos la falta de reconocimiento de nuestra identidad. En estos casos, el costo de permanecer en contacto es soportar la violencia de ser tratadas como varones.
Por último, otra posible explicación del mayor contacto con sus familias que tienen las más jóvenes es que, debido a la edad, tenemos más oportunidades de obtener mayores ingresos y colaborar con la economía familiar. Para profundizar este tema es interesante ver las respuestas de las encuestadas que no residen junto a sus familiares y que realizan aportes económicos a sus parientes. A partir de esta pregunta, encontramos que continúan en contacto con sus parientes el 98,5 por ciento de quienes envían dinero a sus familiares, entre aquellas que no lo hacen esta proporción desciende al 66.
Consultamos a compañeras de distintas regiones del país si habían modificado su cuerpo. Más del 80 por ciento respondió afirmativamente, el 18 contestó que no. Como ocurre con otros términos que intentan dar cuenta de experiencias complejas, las intervenciones sobre el cuerpo presentan dificultades para su definición porque involucra una serie de recursos materiales y simbólicos; procesos diversos, múltiples participantes, deseos y decisiones que tienen sentidos variados de acuerdo con el contexto y la persona involucrada. Todas las personas intervienen sus cuerpos a través de distintos procedimientos y con objetivos diferentes. En este aspecto, las travestis, transexuales y transgéneros no somos una excepción.
En este caso, priorizamos una serie de prácticas (entre muchas posibles) que consideramos relevantes para conocer más acerca de nuestro estado de salud y también sobre nuestras oportunidades de acceso a condiciones que preserven nuestra integridad física y psíquica. De modo que preguntamos a las participantes que afirmaron haber modificado su cuerpo si se han inyectado siliconas, implantado prótesis, tomado hormonas o recurrido a otras alternativas. También consultamos sobre los ámbitos en donde se han realizado estos procedimientos (clínica privada, consultorio particular, hospital público, domicilio particular u otro espacio).
El 86 por ciento respondió que se había inyectado siliconas, mientras que el 14 restante dijo no haberlo hecho. Dentro del grupo que se inyectó siliconas, casi el 90 por ciento señaló que la intervención tuvo lugar en un domicilio particular, el 9 en una clínica privada, el 3 en un consultorio particular y el 2 por ciento en un hospital público.
En lo relativo al implante de prótesis, el 23 por ciento de las consultadas manifestó haber realizado este procedimiento, el 77 restante respondió negativamente. Entre quienes se implantaron prótesis, el 45 por ciento aseguró haber concurrido a una clínica privada, el 38 manifestó que esta práctica se realizó en un consultorio particular, mientras el 17 por ciento restante indicó que el implante fue en un domicilio particular.
Acerca de los tratamientos hormonales, casi el 70 por ciento de las participantes afirmó haber realizado estos procedimientos. Al preguntarles acerca de los ámbitos a los que recurrieron para asesorarse y proveerse, el 80 por ciento informó que había concurrido a un domicilio particular, el 11 optó por una clínica privada, el 8 por un consultorio particular y, por último, el 1 por ciento mencionó a los hospitales públicos.
Foto de tapa: Lorena Berkins estuvo en París, adonde se dirigió con miras de prostituirse (la foto proviene de su book). Le decían "La Gipsy". Fue asesinada a puñaladas por un vecino suyo.
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