Viernes, 1 de agosto de 2008 | Hoy
A LA VISTA
Por Juan Tauil
Cuántas veces habrá que repetir que el 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud quitó a la homosexualidad de la lista de psicopatologías? Resulta impensable que exista gente que ocupa cargos públicos, que se supone que saben qué cornos es la OMS, que se instruyeron, que están para servir al pueblo, que ignore este hecho. Pero que las hay, las hay. Para encontrar un ejemplo de estos ridículos mediáticos no es necesario irnos hasta Irlanda del Norte, porque se los puede encontrar caminando tranquilamente por las calles argentinas, pero el caso de Iris Robinson —mujer del primer ministro norirlandés— vale la pena como para ver qué sucede en un país europeo donde los valores que algunos llaman “cristianos” fluyen como el agua de las alcantarillas y salpican a todos, sobre todos a los miembros de la comunidad gay. Robinson, encargada de perpetrar constantes ataques a todo gay que camina por aquellas heladas regiones, primero fue noticia al escupir la idea de que todo homosexual debe ir al psicólogo para volverse hétero. Risible. Ahora sigue el ataque y asocia directamente la homosexualidad con la pedofilia. Preocupante.
¿Acaso hablará de los abusos que su iglesia ejerce sobre los niños y de los que hasta el propio Benedicto se horroriza y pide perdón? Puede que si, pero los curas que abusan de los chicos que dicen proteger no son putos, ni hétero ni nada, sino que son célibes. Gran diferencia. Googleen a esta mujer, busquen una foto de ella y verán que es una futura Thatcher. Es hasta divertido ver cómo a veces el demonio adquiere formas parecidas, que ya ni se ocupa de mutar, acostumbrado siempre a salirse con la suya, de ganar siempre... y digo ganar, porque el partido al que esta delirante pertenece (el Partido de Unidad Democrática DUP) acaba de salir a defender el derecho de esta señora de ser homofóbica. El colmo de las “democracias”, el colmo de la “unidad”, el colmo de la “camaradería partidista”. Ahora algunas democracias europeas defienden el derecho a ser nazi, el derecho a ser discriminador, el derecho a ser retrógrado, el derecho a ser mala leche. ¿Y dónde me meto mi derecho a no leer a esta gente que parece recién levantada de la cama con Hitler? Parafraseando a Ernesto Laclau, una sociedad verdaderamente democrática no es aquella que expresa todas las libertades posibles sino la que puede negociar de forma viable su espectro de libertades.
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