Viernes, 20 de julio de 2012 | Hoy
MI MUNDO
Jorgelina Belardo recupera en un documental conmovedor la figura olvidada de Cris Miró y con ella, su propia historia: cuando una amiga (famosa y trans) se va, a veces no sólo queda un espacio vacío, también quedan la cárcel, el despojo, el abandono. De todo esto y de las vueltas de la vida habla también aquí.
Por Paula Jiménez
Se presentó hace unos días en Casa Brandon el documental Mi derecho, basado en el relato de vida de Jorgelina Belardo, dirigido por cinco jóvenes: Marco Ferraro, Javier Capelán, Fernando Rasore, Karina Díaz y Manuel Alvarez. Dice la protagonista que hasta ese día no había querido verlo, que prefería sorprenderse. Y se sorprendió. No sólo porque los directores habían sabido interpretar y editar todo lo que ella les había contado a lo largo de una entrevista de cinco horas sino también porque, al terminar la proyección, el público, emocionadísimo, aplaudió durante casi un cuarto de hora. “Este documental –dice Jorgelina– redondeó para mí cosas profundas, ahí hablo prácticamente de la mitad de mi vida.” Esa mitad comienza a fines de los años ’80 cuando, tras recibirse de directora de teatro, conoció a la vedette Cris Miró y llega hasta estos tiempos en los que se ha convertido en la única persona trans en asistir a la Facultad de Derecho. En todos estos años, dice, ha pasado de todo. Conoció el glamour, estuvo detenida en Devoto, se hizo activista, fue muy amiga de Pía Baudraco y se enamoró como nunca antes durante el tiempo del encierro. De Mi derecho, es decir, de ese mundo público y privado, Jorgelina nos habla en esta entrevista.
–Porque desde que Cris murió, y habiendo sido la referente más importante para las personas trans en aquel momento, jamás se la reivindicó, ni se le otorgó el valor que merecía. Fue la primera en ser aceptada socialmente sin haber transado nunca con nada. Me parece que si la comunidad Glttbi o ATTA no valorizan esto, yo tenía que hacerlo de algún modo. Y desde el conocimiento, porque yo estuve al lado suyo desde que era Cris hasta que fue Cris Miró y estuve con ella hasta el día en que murió. A Cris, cierta prensa la amenazaba con que le iban a publicar su diagnóstico de HIV si no daba notas. Algo que para ella hubiera sido muy fuerte por su educación, pero también por darlo a conocer a su familia. En eso éramos muy diferentes. Yo hubiese arremetido con todo. En esa época los tratamientos no eran óptimos y su organismo los rechazó. Ella no tomaba alcohol hasta que empezó a drogarse, había sido para mí la persona más careta que existía y el cambio me resultó muy asombroso.
–A ella le tocó ser la primera en todo. Ir a comer con Mirtha Legrand, ir al programa de Susana Giménez, ser personaje del año de la revista Gente... ¡había que meterse en todo eso y prácticamente solita! En un almuerzo, Mirtha le preguntó si se afeitaba y ella le contestó que no, con tranquilidad; yo le hubiera revoleado los cubiertos por la cabeza. Pero creo que toda esa discriminación no le hacía bien. Fue mucha exposición mediática la suya, pero por otra parte no hubo contratos de dinero para programas de televisión. Había prejuicios. Tinelli la convocó para todas las cámaras ocultas, pero nunca le dio un lugar dentro de su programa. Cuando ella dejó las comedias con Tristán y Emilio Disi, y quisimos hacer otros proyectos, no fue nada fácil lograrlo.
–Sí, así nos conocimos. Yo la contenía y manejaba todo. Juanito Belmonte era su agente de prensa. Nosotras trabajábamos en proyectos conjuntos, porque yo soy directora de teatro y desde muchos años atrás habíamos formado un grupo. No queríamos decir que sí a cualquier cosa porque, después, ¿como volvés? Las comedias duraron cinco temporadas y ya no daba para más. Ahí fue cuando quisimos intentar algo distinto.
–En Bunker. Después de egresar hice un curso de dirección con Mónica Cabrera, donde yo estaba trabajando textos de Artaud. En ese momento la conocí. Su imagen era altamente impactante. Le ofrecí trabajar con nosotros. El trabajo que hacía era impresionante. Primero hicimos juntas Fragmentos del infierno y después nos jugamos mucho más e hicimos Orgasmo apocalíptico. Era la primera vez que se otorgaba calidad a un espectáculo gay, había escenografía, luces, vestuario. Pero nuestro proyecto soñado era hacer Carmen, algo que lamentablemente no llegamos a concretar. Ella me impactó desde que la vi. Era revolucionaria, pero se hacía la tonta para quedar bien. Y todo el mundo se quedaba subyugado al verla.
–Sí. Nosotras estuvimos trabajando juntas prácticamente hasta último momento. Después que deja la calle Corriente, Cris recae y queda internada en el Fernández. Y la fui a buscar para llevarla a General Rodríguez, donde vivía yo. Allí se recuperó, pero empezaba su proceso de enfermedad. Su muerte fue inesperada. En diez días la vi decaer y de pronto morir. Para mí fue dolorosísimo; además me quedé sin nada. Perdí también mi trabajo, porque ya no existía ella. Hice homenajes, pero era algo muy tortuoso. Después empecé a trabajar organizando fiestas en un after hour y al tiempo caí detenida. Me involucraron en una causa de drogas. Fui la única en caer entre 16 personas. Estuve dos años y ocho meses cumpliendo una condena y después salí absuelta de culpa y cargo. Esto es violencia judicial hacia las personas trans. Hay una diferencia normativa. Así como Zaffaroni dice que no se juzga igual a un pobre que a un rico, no van a juzgar lo mismo a una persona trans que a un heterosexual. Fue en la cárcel donde empecé mi duelo. Había perdido mi carrera, mi casa, mi amiga, mi vida. Cuando salí, me habían robado todo. Y gran parte de ese todo era el vestuario de Cris que tenía en mi casa.
–Las cosas han cambiado. Las chicas hoy viven en un lugar aparte, en un pabellón de Ezeiza en el que se respeta su condición. Igual no es la idea. Yo trabajo en el proyecto Cárceles, a través de la Federación y de ATTA. En su momento yo fui alojada en la Unidad 2, en un entrepiso que era el peor lugar de Villa Devoto. A mí no me faltaron el respeto adentro porque yo inmediatamente gestioné mi ingreso al Centro Universitario de Devoto. Hice el CBC en un año y empecé a estudiar Derecho. Me había apasionado interiorizarme en cuestiones de discriminación y en el vacío legal que rodeaba a las personas vulneradas. Venía de una etapa jodida de mi vida. Estuve dos años consumiendo drogas tras la muerte de Cris. El dolor lo vi después. Y me era imposible despegar de su ausencia. A donde fuera, me asociaban con ella. Después de diez años pude más o menos aflojarme y empezar mi vida y mis proyectos. Yo había quedado en la mitad de todo, sin saber para dónde ir ni por qué seguir. Es difícil, en el momento en que algo terrible te sucede, comprender qué tiene de bueno lo que estás viviendo.
–Entiendo que todo conduce a algún lugar. Ahora estoy estudiando abogacía, con mis idas y venidas. Cuando salí, estuve tres años sin estudiar porque no se daban las condiciones. Actualmente estoy cursando y soy la única chica trans que cursa en la Facultad de Derecho, que no es la Facultad de Filosofía y Letras: en Derecho todo fue más difícil. Pero tuve profesores interesantes, el Derecho también lo es y me tocó justo cuando se debatió el matrimonio igualitario y se empezaba a modificar el derecho y la estructura dentro de la facultad, donde fui convocada para una lista. Empecé a hacer ruido y logré que la decana de la facultad me recibiera. Lo que llegué a lograr al comienzo, antes de la ley de identidad, era figurar con iniciales y apellido. Yo sentí un apoyo, no tanto como el que hubiese esperado, pero lo hubo. En el Centro Universitario de Devoto fue un placer estudiar. Allí, los alumnos se relacionaban con los profesores, a diferencia de la universidad, donde me llamó la atención que gente universitaria que tuvo los privilegios y se supone que tienen que tener otra cabeza, no la tengan. Más allá de eso, estoy bien. Y además estoy trabajando en el Inadi, como asesora jurídica en el centro de denuncias. ¿Quién más que yo para saber lo que se sufre ante una discriminación? Una va armándose, pero a mí me costó mucho tiempo de mi vida. Lo que quiero es que las chicas de 20 años hoy puedan recibir lo que les corresponde y no esperar 25 años para que se lo den.
–La historia de amor que se vive en el encierro es incomparable con cualquier historia de amor que puedas vivir en toda tu vida. Es el lugar en que no tenés caretas, no hay nada para adornarte, sos vos con tu alma y es el otro con su alma. Lo mejor que te puede pasar es sentir la caricia del otro, su palabra. No hay nada más conmovedor. Nos perdemos eso en la vorágine de la vida. No nos tomamos el tiempo para besar o abrazar, en cambio en la cárcel tenés tanto tiempo para valorar y sentir ese tipo de cosas. Además, cuando viviste tan cerca de la muerte, valorizás el amor y la vida de una manera maravillosa.
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