Viernes, 19 de octubre de 2012 | Hoy
La temporada televisiva del Norte volvió con todo y muchos, si no todos, los lanzamientos de septiembre y octubre pronto ocuparán la grilla del cable donde las locas siguen en su jaula.
Por Daniel Link
En el universo televisivo norteamericano, como se sabe, lo “gay” es totalmente autónomo de cualquier otra cultura y los pormenores de las vidas de las locas no se cruzan con ninguna otra aventura que las de su propia identidad. Cuando Lost introdujo lacónicamente, entre tantas otras experiencias, la de que uno de los secuaces de Ben cultivara el sexo entre varones, cruzó una línea que nadie más se atrevió a franquear. Lo gay televisivo sólo se cruza con el romanticismo y los debates cívicos, nunca con la aventura, la criminología o la especulación científica.
Este año, dos comedias vuelven sobre el asunto “gay” en la misma clave que Will and Grace hace algunos años: lo “gay” sin sexo y sin afuera, como un mero repertorio de estereotipos culturales. Afortunadamente, los personajes son, esta vez, menos desagradables.
En Partners, dos amigos de infancia (uno es puto y el otro es hétero), ambos arquitectos, son socios y amigos que comparten sus vicisitudes con sus respectivas parejas. El personaje desempeñado por Michael Urie derrocha una energía verbal (como el Jack de Will and Grace) que en cualquier otro universo se orientaría hacia el desafuero sexual. Aquí, en cambio, Louis (en pareja con una “musculoca” descerebrada) funciona como el tercero en la pareja de su amigo y su novia. El secreto argumento de la serie es que las mujeres necesitan de los heterosexuales para satisfacer sus urgencias sexuales y reproducirse y sólo eso. Para todo lo demás, hacen falta las locas.
Un poco más políticamente incorrecta es The New Normal, donde hay... a ver, una pareja de locas ultrasofisticadas que quieren tener un hijo (también quieren casarse, pero ay, allá no se puede) y que, para conseguirlo, contratan el vientre de una chica de Ohio que tiene una hija nerd (de la misma estirpe de Little Miss Sunshine) y una abuela insoportablemente conservadora de cuya boca salen los más suculentos bocados de sentido común (sin ese personaje, la serie se desmoronaría fatalmente). En esta estirpe de mujeres solas todas han sido madres quinceañeras, por lo que el personaje de la bisabuela (desempeñada por Ellen Barkin) puede todavía aspirar al orgasmo propio. En The New Normal, como su título lo indica, se defiende una idea de “nueva normalidad” e, incluso, de “nueva disfuncionalidad familiar” (las tres mujeres y las dos locas constituyen, ya desde el principio, una manada). No sé si conviene ostentar “la normalidad” como bandera (finalmente, es un sistema de opresión tanto o más eficaz que cualquier otro), pero si tuviera que elegir una aventura concentracionaria, me quedo con la segunda.
En la versión inglesa de Sherlock (actualización de los caracteres de Conan Doyle, pero no de sus casos, que tiene ya dos cortas temporadas), el investigador aparece como una loca petulante y Watson como un atolondrado hétero que no consigue sacarse de encima la sospecha de todo el mundo de que es su novio.
Los norteamericanos replicaron ahora con Elementary, pero como “la cosa” no puede ser asunto de ninguna trama, Sherlock es aquí un (carcajada) “rehabilitado” (de “las drogas”) (sabido es que el personaje de Conan Doyle extraía su sabiduría, entre otras fuentes, de los paraísos artificiales a los que se entregaba) y su compañera, Jane Watson (una traumatizada ex cirujana que ha sido contratada como su acompañante terapéutica, eficazmente desempeñada por Lucy Liu).
O sea: lo trans, en fin, sea. Así como las iglesias lo aceptan –véanse los artículos de “restauración sexual” incluidos en la página placerperfectos.com.ar: “debemos airarnos por el pecado, pero hay que hacerlo con amor” vs. “Debemos aprender a relacionarnos positivamente con las personas transgénero (travestis, transexuales, intersexuales) para presentarles a Cristo. Ellas, al igual que el resto de la humanidad, son objeto del amor de Dios y necesitan ser evangelizadas”–, también la televisión.
Pero “lo otro”, lo que está al alcance del apetito de cualquier estudiante secundario, mejor tacharlo. Cualquiera hará un mejor Sherlock que Robert Downey Jr., y es el caso de Jonny Lee Miller, el recordado bonitillo de Trainspotting, pero sigue siendo mejor Benedict Cumberbatch en Sherlock.
Por cierto, nuestra televisión (digo: la argentina) acaba de lanzar 23 pares, la serie dirigida por Albertina Carri y guionada por Marta Dillon (con la colaboración de Alejandro Ocón y Pina di Toto), donde el lesbianismo es una marea inquietante desde el comienzo pero que no constituye el centro de las aventuras en las que los personajes principales se embarcan. En la perspectiva de 23 pares, una bióloga molecular y una forense de la policía pueden entablar una relación erótica, pero cuando tienen que descubrir que un cadáver ha sido reemplazado por otro para engañar a la Justicia en una demanda sucesoria, la tensión sexual pasa a segundo plano.
En todo caso, la “nueva normalidad” de las sexualidades disidentes no pasaría (ya) por la mera visibilidad (caracterológicamente subrayada) sino por la aceptación de que cualquiera (no importa su sexualidad o su género) puede desempeñar cualquier papel social y ésa es una de las muchas virtudes de 23 pares (lo que la emparienta antes con la televisión inglesa que con la norteamericana que, producto de una cultura que alguna vez sostuvo los estandartes de la “acción afirmativa”, parece haber olvidado por completo el sentido de la inscripción de la sexualidad respecto de los universales sociales: el trabajo, el espacio y el tiempo.
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